Para salir de este agujero se necesita un pacto de Estado. Nadie ha hecho caso y así estamos
Nicolas Sartorius / el País
Uno.-En los últimos tiempos se debate sobre la
crisis de la democracia representativa, es decir, la nuestra. Cabe
preguntarse dónde radica el origen primario de tal malestar. En mi
opinión, en la crisis sistémica del capitalismo, en su versión dominio
financiero, con repercusión en la economía productiva y en el deterioro
social. Sumado lo anterior al hecho de que coincide con una crisis de
alternativa real a lo existente. Esta profunda quiebra trae causa de dos
fenómenos relacionados: uno, la creciente pérdida de hegemonía en la
producción de bienes por parte de “Occidente” en beneficio de los países
emergentes (BRICS), con la consiguiente dilatación
patológico-infecciosa de los productos financieros con objeto de
mantener la posición dominante global; dos, una creciente distribución
injusta de la riqueza a nivel interno al tiempo que se mantiene, con
artificio, la capacidad de consumo, lo que conduce a insoportables
endeudamientos privados y, luego, públicos.
Dos.- Al estallar las burbujas —financiera, inmobiliaria— cuya onda expansiva es global, los Estados-nación se ven impotentes para hacerla frente. Estado-nación que es el espacio histórico de esa forma de democracia que llamamos representativa, por cuanto la ciudadanía es estatal, pues no existe un demos global y, muy escaso, europeo. Esta insuficiencia de los Estados para afrontar la crisis no es obra del maligno. Las revoluciones tecnológicas han permitido globalizar los procesos, en consecuencia, también los problemas y, por ello, las posibles soluciones. En una palabra, el capitalismo es global pero la política-democracia no lo es. Por ejemplo, la UE no es, todavía, un sujeto político y el G-20+ no deja de ser una coordinadora de reuniones no operativas. Al tiempo, muchos instrumentos económicos tradicionales del Estado se perdieron en los años 80/90 a partir del famoso consenso de Washington: desregulaciones, privatizaciones sin cuento, menos impuestos, es decir, menos Estado, predominio ideológico de lo privado, individual frente a lo público y solidario. Ahora asistimos, al rebufo de la crisis, al asalto al Estado de bienestar porque la mundialización y la crisis nos introduce en un círculo diabólico del que no atinamos como salir:
Los Estados se endeudan hasta las cejas para salvar y sanear bancos; para pagar la creciente factura del desempleo; abonar los abultados intereses de la deuda y, todo ello, con decreciente recaudación fiscal por efecto de la falta de crecimiento, bajada de impuestos, evasión de tributos, paraísos fiscales, etc. etc. (para los gobiernos ha sido más indoloro endeudarse que subir impuestos a los votantes). Y este sistema financiero que el Estado —ciudadanos— ha salvado, ahoga a los países más vulnerables al imponerles condiciones más gravosas (intereses) para prestarles fondos, además de bajarles la nota si no hacen lo que desean, a través de agencias que ellos mismos controlan. El resultado es conocido: menos consumo e inversión pública, vía recorte presupuestario; menos consumo privado, por reducción de sueldos, pensiones y desempleo; menos inversión privada, vía sequía crediticia. Solo quedan las exportaciones para mejorar el PIB, insuficiente para crear empleo con una Europa átona. En el caso español, la conclusión ha sido la recesión, luego más desempleo y vuelta a empezar.
Tres.- De aquí, la sensación ciudadana de que no mandan los gobiernos que eligen sino los mercados —acreedores—, como si se produjese un cierto vaciamiento de la democracia, pues como ya decía Quevedo “poderoso caballero es don Dinero”. Se está más pendiente de la prima de riesgo que de la tasa de paro. Así, en la UE se ha impuesto la política de recortes, sobre la falsa idea de que se ha gastado demasiado cuando la realidad es que se ha ingresado demasiado poco (las cifras de evasión fiscal y paraísos fiscales son escandalosas). Una UE a la que ha embestido la crisis sin útiles idóneos para hacerla frente: sin gobierno económico; sin un Banco Central adecuado; un Presupuesto ridículo, sin fiscalidad homogénea. De esta suerte, asistimos al fascinante espectáculo de cómo el BCE presta a los bancos billones de euros al 1% y algunos Estados tienen que pagar el 6% que estos últimos les prestan, o cómo Alemania obtiene crédito al 0% y España o Italia al 5 o al 6%. Cómo a Bankia se le facilitan 20.000 millones de euros, mientras se recortan 10.000 millones en educación y sanidad.
Cuatro.- Es cierto que en el capitalismo realmente existente la democracia siempre opera con límites. Los poderes económicos —financieros, multinacionales— no operan bajo el principio democrático. Estos límites se amplían cuando la política predomina sobre la economía y no al revés, como ahora. La gran cuestión es cómo regresar al predominio de la política democrática para lo que sería menester entre otras cosas:
Un sistema financiero europeo integrado y regulado con eficacia, al tiempo que se crean bancos públicos nacionales y europeos. Es divertido escuchar a liberales radicales decir que los depósitos más seguros son los de los bancos nacionalizados. Los Estados deberían depender de los ciudadanos vía impuestos y no de los mercados vía déficit/deuda. La insuficiencia fiscal es una catástrofe para la democracia. Hemos pasado del ciudadano-acreedor al mercado-acreedor. La democracia o es, también, social o no es. No se puede regresa a la hipótesis del “Estado liberal”, es decir, capaz de sujetar a las personas pero no de administrar las cosas.
El espacio de la democracia tiene que ser, también, europeo. La construcción política de Europa es una condición, actual, de la democracia. Es peligrosa y falsa la idea de que sólo en el Estado-nación es posible la democracia. Por eso, mantener el euro, sin vacilaciones, no es solo una cuestión económica. Los partidos, como cauces de participación, deberían transformarse en “partidos de los ciudadanos” y ser operativos a nivel europeo. No es suficiente con partidos “nacionales”. Las nuevas tecnologías permiten un ensanchamiento de la participación ciudadana. Hay que construir un “nuevo internacionalismo” capaz de dirigir la globalización de manera democrática, social y sostenible. De momento, hay que salir del abrazo mortal Bancos-Estado, con capitalización autónoma de aquellos; al BCE hay que operarle de sus malformaciones; la mutualización de la deuda solo es posible en la virtud y con control mutualizado de los presupuestos, es decir, con más Europa económica y política.
En conclusión, desde hace cuatro años algunos venimos sosteniendo que para salir de este agujero se necesita un gran pacto de Estado, similar a los de la Moncloa. Nadie ha hecho caso y así estamos.
Dos.- Al estallar las burbujas —financiera, inmobiliaria— cuya onda expansiva es global, los Estados-nación se ven impotentes para hacerla frente. Estado-nación que es el espacio histórico de esa forma de democracia que llamamos representativa, por cuanto la ciudadanía es estatal, pues no existe un demos global y, muy escaso, europeo. Esta insuficiencia de los Estados para afrontar la crisis no es obra del maligno. Las revoluciones tecnológicas han permitido globalizar los procesos, en consecuencia, también los problemas y, por ello, las posibles soluciones. En una palabra, el capitalismo es global pero la política-democracia no lo es. Por ejemplo, la UE no es, todavía, un sujeto político y el G-20+ no deja de ser una coordinadora de reuniones no operativas. Al tiempo, muchos instrumentos económicos tradicionales del Estado se perdieron en los años 80/90 a partir del famoso consenso de Washington: desregulaciones, privatizaciones sin cuento, menos impuestos, es decir, menos Estado, predominio ideológico de lo privado, individual frente a lo público y solidario. Ahora asistimos, al rebufo de la crisis, al asalto al Estado de bienestar porque la mundialización y la crisis nos introduce en un círculo diabólico del que no atinamos como salir:
Los Estados se endeudan hasta las cejas para salvar y sanear bancos; para pagar la creciente factura del desempleo; abonar los abultados intereses de la deuda y, todo ello, con decreciente recaudación fiscal por efecto de la falta de crecimiento, bajada de impuestos, evasión de tributos, paraísos fiscales, etc. etc. (para los gobiernos ha sido más indoloro endeudarse que subir impuestos a los votantes). Y este sistema financiero que el Estado —ciudadanos— ha salvado, ahoga a los países más vulnerables al imponerles condiciones más gravosas (intereses) para prestarles fondos, además de bajarles la nota si no hacen lo que desean, a través de agencias que ellos mismos controlan. El resultado es conocido: menos consumo e inversión pública, vía recorte presupuestario; menos consumo privado, por reducción de sueldos, pensiones y desempleo; menos inversión privada, vía sequía crediticia. Solo quedan las exportaciones para mejorar el PIB, insuficiente para crear empleo con una Europa átona. En el caso español, la conclusión ha sido la recesión, luego más desempleo y vuelta a empezar.
Tres.- De aquí, la sensación ciudadana de que no mandan los gobiernos que eligen sino los mercados —acreedores—, como si se produjese un cierto vaciamiento de la democracia, pues como ya decía Quevedo “poderoso caballero es don Dinero”. Se está más pendiente de la prima de riesgo que de la tasa de paro. Así, en la UE se ha impuesto la política de recortes, sobre la falsa idea de que se ha gastado demasiado cuando la realidad es que se ha ingresado demasiado poco (las cifras de evasión fiscal y paraísos fiscales son escandalosas). Una UE a la que ha embestido la crisis sin útiles idóneos para hacerla frente: sin gobierno económico; sin un Banco Central adecuado; un Presupuesto ridículo, sin fiscalidad homogénea. De esta suerte, asistimos al fascinante espectáculo de cómo el BCE presta a los bancos billones de euros al 1% y algunos Estados tienen que pagar el 6% que estos últimos les prestan, o cómo Alemania obtiene crédito al 0% y España o Italia al 5 o al 6%. Cómo a Bankia se le facilitan 20.000 millones de euros, mientras se recortan 10.000 millones en educación y sanidad.
Cuatro.- Es cierto que en el capitalismo realmente existente la democracia siempre opera con límites. Los poderes económicos —financieros, multinacionales— no operan bajo el principio democrático. Estos límites se amplían cuando la política predomina sobre la economía y no al revés, como ahora. La gran cuestión es cómo regresar al predominio de la política democrática para lo que sería menester entre otras cosas:
Un sistema financiero europeo integrado y regulado con eficacia, al tiempo que se crean bancos públicos nacionales y europeos. Es divertido escuchar a liberales radicales decir que los depósitos más seguros son los de los bancos nacionalizados. Los Estados deberían depender de los ciudadanos vía impuestos y no de los mercados vía déficit/deuda. La insuficiencia fiscal es una catástrofe para la democracia. Hemos pasado del ciudadano-acreedor al mercado-acreedor. La democracia o es, también, social o no es. No se puede regresa a la hipótesis del “Estado liberal”, es decir, capaz de sujetar a las personas pero no de administrar las cosas.
El espacio de la democracia tiene que ser, también, europeo. La construcción política de Europa es una condición, actual, de la democracia. Es peligrosa y falsa la idea de que sólo en el Estado-nación es posible la democracia. Por eso, mantener el euro, sin vacilaciones, no es solo una cuestión económica. Los partidos, como cauces de participación, deberían transformarse en “partidos de los ciudadanos” y ser operativos a nivel europeo. No es suficiente con partidos “nacionales”. Las nuevas tecnologías permiten un ensanchamiento de la participación ciudadana. Hay que construir un “nuevo internacionalismo” capaz de dirigir la globalización de manera democrática, social y sostenible. De momento, hay que salir del abrazo mortal Bancos-Estado, con capitalización autónoma de aquellos; al BCE hay que operarle de sus malformaciones; la mutualización de la deuda solo es posible en la virtud y con control mutualizado de los presupuestos, es decir, con más Europa económica y política.
En conclusión, desde hace cuatro años algunos venimos sosteniendo que para salir de este agujero se necesita un gran pacto de Estado, similar a los de la Moncloa. Nadie ha hecho caso y así estamos.
Nicolás Sartorius es vicepresidente Ejecutivo de la Fundación Alternativas.
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