Guillermo Knochenhauer / El Financiero
Paul
Krugman, premio Nobel de Economía 2008, y su colega Richard Layard,
unieron fuerzas e influencias para mantener vivo el debate contra la
excesiva austeridad de las políticas fiscales que se aplica en Europa (y
en México desde hace décadas).
Juntos subieron a la
Internet un Manifiesto de sentido económico
(www.manifestoforeconomicsense.org), con la invitación a suscribirlo a
quien quiera.
Cuatro años después de que estalló la crisis
financiera, dice el documento, las principales economías del mundo
siguen deprimidas. El motivo es que las ideas que gobiernan la política
económica son erróneas en las causas, naturaleza y soluciones de la
crisis.
La crisis se originó en el endeudamiento privado,
sostienen Krugman y Layard, no en el endeudamiento público, como
argumentan quienes han impuesto la política de austeridad. (En casos
como los de Grecia, España, Italia y varios más).
La
depresión económica sobrevino cuando el endeudado sector privado
(bancos, empresas y familias incluidos) cortó drásticamente su gasto
para cubrir deudas después del colapso de la burbuja inmobiliaria.
El
problema que según Krugman y Layard define la naturaleza de la crisis,
es que "el gasto de una persona equivale al ingreso de otra". El menor
gasto causa recesión económica y empeora el déficit público. "O sea que
el déficit fiscal es consecuencia de la crisis, no su causa."
El
punto de vista clave de Krugman y Layard es que el meollo de la crisis
es la escasez de gasto y la falta de demanda, premisa contra la cual
rivalizan quienes sostienen que lo que limita el crecimiento productivo
son cuellos de botella estructurales de la oferta.
Esa
divergencia de criterios tiene su correlato en la orientación de la
política económica, que puede ser en favor de los consumidores (por
ejemplo, ayudar a los deudores de los bancos a restructurar sus deudas) o
de las empresas (recortarles impuestos y capitalizar los bancos).
La
divergencia la ilustran perfectamente los republicanos y los demócratas
en Estados Unidos, que no han conseguido ponerse de acuerdo sobre la
manera de afrontar el endeudamiento (70 por ciento del PIB) y déficit
fiscal (9 por ciento del PIB) federal. Para Krugman, ahí no estaría el
origen de la crisis, sino uno de sus efectos, lo cual no quiere decir
que no sea un problema.
Para afrontarlo sin frenar en
exceso la economía, los demócratas proponían aumentar impuestos a los
mayores ingresos (empresas incluidas) y los republicanos querían
recortar el gasto social para no restarle recursos, según ellos, a las
inversiones productivas.
No se pusieron de acuerdo, razón
por la que se aplicarán, por ley, medidas automáticas para reducir el
gasto gubernamental. Debido a ello, el crecimiento económico
estadounidense se estima en apenas 0.5 por ciento en 2013 (lo que sin
duda deprimirá la economía mexicana).
Así las cosas, el
presidente Barack Obama propuso el lunes pasado que la reducción de
impuestos promovida por su antecesor, George W. Bush, se prorrogue por
un año, pero solamente para las familias que ganan hasta 250 mil dólares
anuales, porque la "prosperidad" del país depende de una "clase media
fuerte" en su capacidad consumidora.
Todo esto es parte de
la polémica -más política que técnica- entre quienes consideran al
gasto público excesivo como responsable de la crisis y quienes
argumentan que sin la intervención y el aumento del gasto gubernamental,
el mercado no resolverá la crisis por sí solo.
Debo decir
que firmé el manifiesto de Krugman y Layard, aunque es obvio que el
gasto público no es todo lo que se necesita para resolver la crisis. De
hecho, ya se presentó la situación de que el aumento de la liquidez a
partir del gasto fiscal (EU, 2009 y 2010), no ha tenido los efectos
esperados en la aceleración del crecimiento económico y menos en el
empleo.
Carlos Obregón explica ese fenómeno en su más
reciente libro (La crisis financiera mundial, Siglo XXI, 2011) como un
problema de balances de los bancos y de los consumidores; en pocas
palabras, la crisis ha reducido el valor del patrimonio (casas) y
elevado la carga de las deudas de los consumidores, lo cual hace que ya
no sean sujetos de crédito y que ni siquiera soliciten préstamos que
aumentarían su gasto. La crisis está en el punto en que la expansión de
la liquidez no tiene el efecto deseado en la expansión del crédito ni
por tanto del consumo ni, por eso, en el crecimiento económico.
Y
sin embargo, sabiendo que no hay recuperación si no hay demanda
agregada y si los consumidores no gastan, las empresas no venden ni
tampoco invierten, dice Obregón, la única solución es que gaste el
gobierno, hasta que logre cambiar las expectativas de crecimiento de
largo plazo de los agentes económicos.
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