Immanuel Wallerstein / La Jornada
Todo el mundo se sabe el viejo refrán que dice que no hay nada inevitable excepto la muerte y los impuestos. Pero casi todos nosotros invertimos mucha energía en intentar posponer ambos. Los impuestos son una idea muy impopular, en cualquier parte. Poca gente se queja de que no le cobren los suficientes impuestos. El problema es que casi todo el mundo quiere que muchas cosas sean pagadas con éstos.
Apenas hace poco hubo unos resultados sorprendentes en una encuesta en Francia. Este país tiene una de las más altas tasas de impuestos del mundo y, no obstante, la mayoría de la población considera inevitable que haya más aumentos fiscales. Lo más sorprendente, pese al hecho de que Francia cuenta ahora con un gobierno de derecha, es que son más votantes de la derecha los que esperan que haya un aumento de impuestos que votantes de la izquierda; más los votantes prósperos que los votantes más pobres.
El hecho simple es que casi no hay gobierno alguno en el mundo, a escala nacional o local, que tenga los suficientes ingresos como para cubrir el nivel de gastos mandatado por la ley, más lo deseado por la mayoría de su electorado. Así, estos gobiernos piden prestado dinero y se meten en deudas (aun más), lo cual es impopular, y/o reducen los gastos a costa de alguien. Sin embargo, la realidad es que ni pedir prestado o ni cortar gastos parece ser suficiente.
El resultado neto es que todos los gobiernos, en todas partes, están incrementando los impuestos, y continuarán haciéndolo durante los próximos años. Pero la mayoría de ellos niega que lo están haciendo. ¿Cómo puede alguien ocultar que aumentan los impuestos? Hay múltiples maneras de hacerlo.
El modo número uno es incrementar el costo de los servicios gubernamentales. Si un gobierno aumenta la cuota de una solicitud para un documento o una licencia, eso le aumenta impuestos al solicitante. Si un gobierno pospone la edad en que se es elegible para recibir una pensión, eso le aumenta impuestos al pensionado potencial.
El modo número dos es que un gobierno elimine un subsidio al que antes estaba comprometido. Si éste era el subsidio a una empresa, eso es un aumento fiscal a la empresa, que con frecuencia (pero no siempre) puede pasarse a los consumidores. Si el subsidio estaba dirigido a un individuo –por ejemplo el seguro de desempleo–, eliminarlo o reducirlo le incrementa los impuestos al individuo.
Pero la más importante reducción de un subsidio, porque es la menos obvia, ocurre cuando un gobierno nacional reduce una de las penetrantes transferencias monetarias a un gobierno de una localidad. Lo que esto hace es simplemente alterar el locus de un incremento fiscal, del nivel nacional, al nivel local. El gobierno local tiene entonces dos opciones. Puede subir los impuestos para cubrir la deficiencia, digamos incrementando los impuestos a la propiedad. O puede reducir sus gastos, digamos reduciendo lo que a escala local invierte en educación.
Si el gobierno local gasta menos en educación pública, es razonable suponer que la calidad de la educación ofrecida también se verá disminuida. Esto puede conducir a una respuesta de los residentes más pudientes, aquellos que pueden permitirse a nivel privado costear la educación de sus hijos. La gente más pobre obtendrá educación más pobre o no obtendrá educación alguna. A los pudientes les sube el costo, lo que en efecto es un aumento en impuestos, pero es uno que no beneficia al grueso de la población.
Los impuestos son inevitables, de hecho, y no hay momento peor para eso que cuando la economía-mundo está en pobres condiciones, como lo está en este momento. Lo que no es inevitable es el grupo o grupos para quienes la carga es mayor. Todo es cuestión de saber de quién es el buey sacrificado. Alguna gente, tajante, le llama a esto lucha de clases. Es impulsada con ferocidad en los días que corren.
El único lema al que uno no debería concederle alguna credibilidad es al de “menores impuestos”, “bajaremos impuestos”. No hay manera alguna de hacer algo así. Hay sin embargo formas más justas o menos justas de la imposición fiscal. La cuestión que todos enfrentamos es a quiénes le suben los impuestos, y por cuál vía. Ésta es una de las batallas políticas de nuestro tiempo.
Todo el mundo se sabe el viejo refrán que dice que no hay nada inevitable excepto la muerte y los impuestos. Pero casi todos nosotros invertimos mucha energía en intentar posponer ambos. Los impuestos son una idea muy impopular, en cualquier parte. Poca gente se queja de que no le cobren los suficientes impuestos. El problema es que casi todo el mundo quiere que muchas cosas sean pagadas con éstos.
Apenas hace poco hubo unos resultados sorprendentes en una encuesta en Francia. Este país tiene una de las más altas tasas de impuestos del mundo y, no obstante, la mayoría de la población considera inevitable que haya más aumentos fiscales. Lo más sorprendente, pese al hecho de que Francia cuenta ahora con un gobierno de derecha, es que son más votantes de la derecha los que esperan que haya un aumento de impuestos que votantes de la izquierda; más los votantes prósperos que los votantes más pobres.
El hecho simple es que casi no hay gobierno alguno en el mundo, a escala nacional o local, que tenga los suficientes ingresos como para cubrir el nivel de gastos mandatado por la ley, más lo deseado por la mayoría de su electorado. Así, estos gobiernos piden prestado dinero y se meten en deudas (aun más), lo cual es impopular, y/o reducen los gastos a costa de alguien. Sin embargo, la realidad es que ni pedir prestado o ni cortar gastos parece ser suficiente.
El resultado neto es que todos los gobiernos, en todas partes, están incrementando los impuestos, y continuarán haciéndolo durante los próximos años. Pero la mayoría de ellos niega que lo están haciendo. ¿Cómo puede alguien ocultar que aumentan los impuestos? Hay múltiples maneras de hacerlo.
El modo número uno es incrementar el costo de los servicios gubernamentales. Si un gobierno aumenta la cuota de una solicitud para un documento o una licencia, eso le aumenta impuestos al solicitante. Si un gobierno pospone la edad en que se es elegible para recibir una pensión, eso le aumenta impuestos al pensionado potencial.
El modo número dos es que un gobierno elimine un subsidio al que antes estaba comprometido. Si éste era el subsidio a una empresa, eso es un aumento fiscal a la empresa, que con frecuencia (pero no siempre) puede pasarse a los consumidores. Si el subsidio estaba dirigido a un individuo –por ejemplo el seguro de desempleo–, eliminarlo o reducirlo le incrementa los impuestos al individuo.
Pero la más importante reducción de un subsidio, porque es la menos obvia, ocurre cuando un gobierno nacional reduce una de las penetrantes transferencias monetarias a un gobierno de una localidad. Lo que esto hace es simplemente alterar el locus de un incremento fiscal, del nivel nacional, al nivel local. El gobierno local tiene entonces dos opciones. Puede subir los impuestos para cubrir la deficiencia, digamos incrementando los impuestos a la propiedad. O puede reducir sus gastos, digamos reduciendo lo que a escala local invierte en educación.
Si el gobierno local gasta menos en educación pública, es razonable suponer que la calidad de la educación ofrecida también se verá disminuida. Esto puede conducir a una respuesta de los residentes más pudientes, aquellos que pueden permitirse a nivel privado costear la educación de sus hijos. La gente más pobre obtendrá educación más pobre o no obtendrá educación alguna. A los pudientes les sube el costo, lo que en efecto es un aumento en impuestos, pero es uno que no beneficia al grueso de la población.
Los impuestos son inevitables, de hecho, y no hay momento peor para eso que cuando la economía-mundo está en pobres condiciones, como lo está en este momento. Lo que no es inevitable es el grupo o grupos para quienes la carga es mayor. Todo es cuestión de saber de quién es el buey sacrificado. Alguna gente, tajante, le llama a esto lucha de clases. Es impulsada con ferocidad en los días que corren.
El único lema al que uno no debería concederle alguna credibilidad es al de “menores impuestos”, “bajaremos impuestos”. No hay manera alguna de hacer algo así. Hay sin embargo formas más justas o menos justas de la imposición fiscal. La cuestión que todos enfrentamos es a quiénes le suben los impuestos, y por cuál vía. Ésta es una de las batallas políticas de nuestro tiempo.
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