viernes, 30 de julio de 2010

ENVILECIMIENTO DE LA POLÍTICA

José Fernández Santillán / El Universal
Convengamos en que la política nunca ha sido una actividad completamente limpia y, probablemente, jamás lo será del todo. Especialmente en México, concebimos a la política como una actividad tortuosa, lucrativa. Aquella famosa frase de César El Tlacuache Garizurieta, según la cual “vivir fuera del presupuesto es vivir en el error”, queda como un hito de lo que ha sido la política del amiguismo. Y no me refiero tan sólo a lo que fue el periodo de hegemonía del partido oficial; los arreglos tras bambalinas han penetrado a los partidos políticos en esta nueva etapa de pluralismo y alternancia. Tras los escritorios de los funcionarios públicos de los tres niveles de gobierno se han amasado y se siguen amasando cuantiosas fortunas.
El paso del viejo presidencialismo a la democracia que tenemos ahora, no dio por resultado la superación del sistema patrimonial entendido como la confusión entre los bienes públicos y los bienes privados. Cuando alguien llega al poder, salvo raras excepciones, es para disponer de los recursos adjudicados a su oficina. La consigna es acumular la mayor cantidad de dinero en el lapso más corto posible en previsión del despido.
Éste es un asunto conocido que ha mantenido a la política nacional en niveles bajos de credibilidad ante la ciudadanía. El problema es que, ahora, la política se ha degradado aún más desde el momento en que, aparentemente superado el periodo autoritario en el que se imponían las decisiones desde arriba, los actores presentes en la escena pública pusieron las reglas de la competencia por el poder consensuadamente para tener elecciones más limpias y competidas. Sin embargo, a juzgar por lo que pasó en las recientes elecciones estatales, esos mismos actores rompieron las normas que ellos mismos crearon.
Como bien dice George Soros: “Hacer las reglas supone la formación de decisiones colectivas, la política. Jugar dentro de esas reglas involucra decisiones individuales.” (The Crisis of Global Capitalism, New York, Public Affairs, 1998, p. XXVI). El asunto es que, en nuestro caso, no hay correspondencia entre una cosa y la otra. Es decir, entre las reglas y el respeto que se les debe. La explicación de este absurdo es que en México ha penetrado una perspectiva basada en “la teoría de las decisiones racionales”. Bajo este criterio, el éxito se mide, lo mismo que en el mercado, por la maximización de los beneficios y la minimización de las pérdidas, sin que importen las normas jurídicas o morales: “Las incursiones de la ideología del mercado —sigue diciendo Soros— en campos alejados de los negocios y la economía están teniendo efectos sociales destructivos y desmoralizantes. Así y todo, el fundamentalismo del mercado se ha vuelto tan poderoso que cualquier fuerza política que se atreva a resistirlo será tachada de sentimental, ilógica e ingenua.”
Esta es la vara con la que ahora se mide la política. Lo que no parece estar en la consideración de quienes actúan de este modo es que la acción basada en la promoción del autointerés, es profundamente destructiva, irracional, y fácilmente puede llevar al caos.
No encuentro mejor respuesta a esta degradación que recurrir a lo dicho por Jesús Reyes Heroles en un discurso pronunciado el 19 de octubre de 1972: “Creemos en el valor y la eficacia de la política. Ella es tan limpia que ni los políticos sucios logran mancharla: ella es tan grande que ni los políticos pequeños logran empequeñecerla.”
Profesor de la Escuela del Humanidades del ITESM-CCM y profesor visitante de la Universidad de Harvard

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