J. Alberto Aguilar Iñárritu / El Universal
Elecciones van y elecciones vienen y México sigue sin construir su gobernabilidad democrática, vamos, su gobernabilidad. Después del vendaval que azotó al país el pasado 4 de julio, las concurrentes elecciones locales, posicionadas en el tablero sucesorio del 2012 como un asunto de estrategia nacional, hicieron crecer el abismo no sólo entre las principales fuerzas políticas, sino entre los órdenes de gobierno local y federal. Las malas mañas y mucho dinero sucio corrieron de todos lados; las traiciones fueron tan descomunales como los desencantos y ahora vendrán las venganzas. La ciudadanía, junto con la propuesta, fueron los grandes ausentes de esta batalla del poder por el poder.
En el recuento de los daños, en medio de una economía fallida y de una estrategia de seguridad por lo menos extraviada, se encuentra un Presidente cada vez más atrincherado en la soledad de Los Pinos, rodeado de gobiernos locales desconfiados, de un panismo dividido, de colaboradores de cámara, cuyo único requisito para ocupar una cartera es surgir de su círculo más íntimo y personal; de un PRI traicionado dispuesto a retirar la mano que sus dirigencias le tendieron para gobernar y del movimiento de Andrés Manuel López Obrador que se consolida como el único polo de izquierda institucional, dispuesto a convertir la sucesión presidencial en un referéndum popular contra el modelo oligopólico dominante y contra lo que denomina “La mafia que se adueñó de México…”.
El PRI quedó obligado a crear una nueva estructura de poder para ganar en el 2011 y sobre todo en el 2012. Insurgentes Norte tendrá que considerar ser algo distinto a una coordinación personal que convalida las decisiones que toman individualmente los integrantes de la confederación de priísmos. Si esto se reconoce, se abrirá una buena oportunidad para airear al PRI e ir, en congruencia entre documentos básicos y práctica política, a construir una oferta que le responda a la ciudadanía: si el PRI gana, ¿qué gano yo? Podrá comenzar a hacer a un lado el predominio personal y de grupo en su vida interna, para franquear las barreras a la entrada que mantienen al margen a la mayoría de sus militantes, sobre todo a los jóvenes.
Una parte de la izquierda cambió una temporal sobrevivencia electoral por la entrega de sus blasones al panismo en el poder. Surgió una izquierda azul cuya vida será muy corta; pronto se quedará sin oxígeno en el modelo bipartidista que se consolidará en las próximas elecciones locales y que dibujará una correlación mayoritaria de fuerzas PRI-PAN y sus diferentes aliados, con una izquierda institucional en el panorama, minoritaria pero firme, fortificada en el PT y Convergencia.
Aunque estrangulado en su condición de minoría, queda claro que el gobierno del PAN no está dispuesto a rendir la plaza. Ha perdido todo rubor para consolidarse como un gobierno de partido y así emplearse a fondo para conservar el poder. No le importa pasar por encima de acuerdos políticos y reglas electorales, por lo menos seguirá haciendo lo que crea necesario para intervenir en los procesos electorales usando todo tipo de recursos. Ahora hasta se abrogó el derecho de reconocer la validez de cada elección, de hacer la negociación directa con los medios de comunicación y de convertir al Canal Once de televisión pública en televisión del gobierno. Esto sin olvidar el creciente peso otorgado a las estructuras policiacas y militares bajo su mando en el quehacer cotidiano de los gobiernos y en su relación con los gobernados.
En fin, mientras que la confrontación electoral dejó ver la posible consolidación de un modelo electoral mayoritariamente bipartidista, hasta ahora sin consecuencias en el ejercicio del poder, la no resuelta ecuación presidencialismo-multipartidismo sigue sin solucionarse. Ello impide que ese reagrupamiento electoral se traduzca en una fuente de gobernabilidad y hace imposible a cualquiera gobernar México en condición de mayoría y por tanto de fortaleza para superar retos y reencontrar el rumbo de la nación.
Este contexto de arrebatiña electorera y debilitada gobernabilidad es propicio para las tentaciones autoritarias. Neutralizarlas exige superar el autismo partidista y pactar con la sociedad una agenda viable de desarrollo, que haga del camino al 2012 un ejercicio de conformación de bloques con capacidad de gobierno, no sólo electorales, que den certeza al ciudadano. Las inaplazables reformas fiscal y al régimen de gobierno, la revisión de la estrategia de seguridad y de las políticas económica y social, entre otras, deberán formar parte de esas agendas a confrontar y los candidatos nominados deberán serlo por su grado de compromiso con ellas y por su identificación con el bloque que los postula en la elección presidencial.
Este 2011 se agudizarán todas las contradicciones y con ello se abrirá la oportunidad de exorcizar los demonios de la pálida democracia mexicana. Hay que ahuyentar los espectros de Fujimori y Putin como alternativas autoritarias para mantenerse en el poder, combatir a la oligarquía o refundar el orden político vigente. Se abre la convocatoria a aspirantes a exorcista, dispuestos a trabajar…
Político y escritor
Elecciones van y elecciones vienen y México sigue sin construir su gobernabilidad democrática, vamos, su gobernabilidad. Después del vendaval que azotó al país el pasado 4 de julio, las concurrentes elecciones locales, posicionadas en el tablero sucesorio del 2012 como un asunto de estrategia nacional, hicieron crecer el abismo no sólo entre las principales fuerzas políticas, sino entre los órdenes de gobierno local y federal. Las malas mañas y mucho dinero sucio corrieron de todos lados; las traiciones fueron tan descomunales como los desencantos y ahora vendrán las venganzas. La ciudadanía, junto con la propuesta, fueron los grandes ausentes de esta batalla del poder por el poder.
En el recuento de los daños, en medio de una economía fallida y de una estrategia de seguridad por lo menos extraviada, se encuentra un Presidente cada vez más atrincherado en la soledad de Los Pinos, rodeado de gobiernos locales desconfiados, de un panismo dividido, de colaboradores de cámara, cuyo único requisito para ocupar una cartera es surgir de su círculo más íntimo y personal; de un PRI traicionado dispuesto a retirar la mano que sus dirigencias le tendieron para gobernar y del movimiento de Andrés Manuel López Obrador que se consolida como el único polo de izquierda institucional, dispuesto a convertir la sucesión presidencial en un referéndum popular contra el modelo oligopólico dominante y contra lo que denomina “La mafia que se adueñó de México…”.
El PRI quedó obligado a crear una nueva estructura de poder para ganar en el 2011 y sobre todo en el 2012. Insurgentes Norte tendrá que considerar ser algo distinto a una coordinación personal que convalida las decisiones que toman individualmente los integrantes de la confederación de priísmos. Si esto se reconoce, se abrirá una buena oportunidad para airear al PRI e ir, en congruencia entre documentos básicos y práctica política, a construir una oferta que le responda a la ciudadanía: si el PRI gana, ¿qué gano yo? Podrá comenzar a hacer a un lado el predominio personal y de grupo en su vida interna, para franquear las barreras a la entrada que mantienen al margen a la mayoría de sus militantes, sobre todo a los jóvenes.
Una parte de la izquierda cambió una temporal sobrevivencia electoral por la entrega de sus blasones al panismo en el poder. Surgió una izquierda azul cuya vida será muy corta; pronto se quedará sin oxígeno en el modelo bipartidista que se consolidará en las próximas elecciones locales y que dibujará una correlación mayoritaria de fuerzas PRI-PAN y sus diferentes aliados, con una izquierda institucional en el panorama, minoritaria pero firme, fortificada en el PT y Convergencia.
Aunque estrangulado en su condición de minoría, queda claro que el gobierno del PAN no está dispuesto a rendir la plaza. Ha perdido todo rubor para consolidarse como un gobierno de partido y así emplearse a fondo para conservar el poder. No le importa pasar por encima de acuerdos políticos y reglas electorales, por lo menos seguirá haciendo lo que crea necesario para intervenir en los procesos electorales usando todo tipo de recursos. Ahora hasta se abrogó el derecho de reconocer la validez de cada elección, de hacer la negociación directa con los medios de comunicación y de convertir al Canal Once de televisión pública en televisión del gobierno. Esto sin olvidar el creciente peso otorgado a las estructuras policiacas y militares bajo su mando en el quehacer cotidiano de los gobiernos y en su relación con los gobernados.
En fin, mientras que la confrontación electoral dejó ver la posible consolidación de un modelo electoral mayoritariamente bipartidista, hasta ahora sin consecuencias en el ejercicio del poder, la no resuelta ecuación presidencialismo-multipartidismo sigue sin solucionarse. Ello impide que ese reagrupamiento electoral se traduzca en una fuente de gobernabilidad y hace imposible a cualquiera gobernar México en condición de mayoría y por tanto de fortaleza para superar retos y reencontrar el rumbo de la nación.
Este contexto de arrebatiña electorera y debilitada gobernabilidad es propicio para las tentaciones autoritarias. Neutralizarlas exige superar el autismo partidista y pactar con la sociedad una agenda viable de desarrollo, que haga del camino al 2012 un ejercicio de conformación de bloques con capacidad de gobierno, no sólo electorales, que den certeza al ciudadano. Las inaplazables reformas fiscal y al régimen de gobierno, la revisión de la estrategia de seguridad y de las políticas económica y social, entre otras, deberán formar parte de esas agendas a confrontar y los candidatos nominados deberán serlo por su grado de compromiso con ellas y por su identificación con el bloque que los postula en la elección presidencial.
Este 2011 se agudizarán todas las contradicciones y con ello se abrirá la oportunidad de exorcizar los demonios de la pálida democracia mexicana. Hay que ahuyentar los espectros de Fujimori y Putin como alternativas autoritarias para mantenerse en el poder, combatir a la oligarquía o refundar el orden político vigente. Se abre la convocatoria a aspirantes a exorcista, dispuestos a trabajar…
Político y escritor
No hay comentarios:
Publicar un comentario