León Bendesky / La Jornada
La gente tiene que consumir. Para eso trabaja, y las restricciones al consumo merman el bienestar. Pero, además, el gasto de consumo es clave para que crezcan el producto, el empleo y el ingreso.
Los que invierten para producir tienen que vender lo que han hecho; los que trabajan gastan su salario para comprar lo que quieren. Ese es un círculo virtuoso que hoy está fracturado. Es necesario restablecerlo para generar un mayor y duradero crecimiento.
El gasto de consumo en la economía representa 67 por ciento del valor del producto; es decir, del gasto total. En el primer trimestre del año y con respecto al mismo trimestre del año anterior (las cifras se conocieron en junio), el consumo creció 2.5 por ciento, por debajo del producto que aumentó 4.3 por ciento en el mismo periodo.
Este motor interno de la actividad productiva, que es el consumo, no está respondiendo. Las compras de bienes y servicios de origen nacional sólo aumentaron en los primeros tres meses del año 0.2 por ciento, pero las compras de origen importado se elevaron a una tasa de 24.1 por ciento.
Lo anterior pone contra las cuerdas a un gran número de micro, pequeñas y medianas empresas del país. Enfrentan una menor demanda por sus productos y así no pueden mantenerse; a eso se suma que no tienen acceso al crédito bancario. Entretanto, no se sabe cuál es el balan-ce de los diversos programas guber- namentales que se aplican para apoyarlas; ¿cuánto se gasta y qué beneficio se genera?
En lugar de crear las condiciones favorables para que nazcan y, sobre todo, para que puedan sobrevivir ese tipo de negocios, que por cierto generan la gran mayoría de empleos en el país, parece que ahora sería oportuno poner la atención en las causas que provocan la muerte de las empresas.
Partiendo del inventario de un estudio como ese, quizá sería posible ordenar cuestiones como las políticas públicas, para definir los criterios del gasto del gobierno, de los impuestos que se cobran y la manera en que se financia la deuda. Además se podría establecer controles sobre los bancos, especialmente los más grandes que prácticamente no prestan a este sector.
La estabilidad financiera es, sin duda, un objetivo de la política pública. Para eso ya se ha creado hasta un consejo especial para cuidarla; pero no puede significar que no se mueva nada en aras del control, sea de los precios o de las condiciones de las instituciones financieras. Se trata de que se movilicen los recursos humanos, económicos y financieros para generar riqueza y una expresión de ella es el consumo.
El sector financiero requiere de un cambio en serio en su estructura y de una regulación o un tratamiento muy cuidadoso para que puedan crearse diferentes formas para proveer recursos en mercados con características muy distintas. En un país con tan grandes desigualdades no se pueden aplicar normas y criterios generales que acaban beneficiando siempre a los mismos.
El empleo llamado formal, que se registra en el Instituto Mexicano del Seguro Social, ha repuntado con respecto a la fuerte caída que registró en 2009. Pero es aún insuficiente y sobresale la gran proporción de empleos temporales, más que en los años recientes. La ocupación ha crecido en el sector informal, donde los ingresos son bajos y las condiciones precarias.
Así que el ingreso de las familias se reduce o es inestable, lo que afecta sus decisiones de consumo.
A eso hay que añadirle el efecto adverso de la reducción de las remesas.
Las encuestas muestran que las expectativas de los consumidores están en niveles muy bajos aunque en el último mes se observa un cierto repunte. Aún están lejos de los niveles anteriores a la fuerte recesión padecida en 2009, sobre todo en el caso de los bienes duraderos como la compra de enseres domésticos.
Un mercado que está bastante deprimido es el de los automóviles, cuyas ventas está a la mitad del registro de 2008. En caso de las ventas en tiendas departamentales se advierte también que los niveles cayeron con respecto a los anteriores a la recesión y no se han recuperado.
Las encuestas a las empresas con respecto a las expectativas de sus ventas son como un espejo de lo que dicen los consumidores, lo que confirma la inmovilidad relativa a escala agregada.
El segundo trimestre parece haber mantenido las tendencias del primero según se puede inferir de los datos que se recaban mes a mes, en todo caso las cifras comparables a las que aquí se tratan estarán disponibles hasta la segunda quincena de septiembre.
Pero los indicios son de que el segundo semestre, ya en plena marcha, será más desfavorable.
Y mientras no se afiance la recuperación en Estados Unidos, la ventaja del crecimiento de las exportaciones podrá flaquear. El sector externo, lo que se exporta y lo que se importa, no pueden sustituir, en las condiciones actuales, a las fuerzas internas para apoyar la expansión del producto.
La gente tiene que consumir. Para eso trabaja, y las restricciones al consumo merman el bienestar. Pero, además, el gasto de consumo es clave para que crezcan el producto, el empleo y el ingreso.
Los que invierten para producir tienen que vender lo que han hecho; los que trabajan gastan su salario para comprar lo que quieren. Ese es un círculo virtuoso que hoy está fracturado. Es necesario restablecerlo para generar un mayor y duradero crecimiento.
El gasto de consumo en la economía representa 67 por ciento del valor del producto; es decir, del gasto total. En el primer trimestre del año y con respecto al mismo trimestre del año anterior (las cifras se conocieron en junio), el consumo creció 2.5 por ciento, por debajo del producto que aumentó 4.3 por ciento en el mismo periodo.
Este motor interno de la actividad productiva, que es el consumo, no está respondiendo. Las compras de bienes y servicios de origen nacional sólo aumentaron en los primeros tres meses del año 0.2 por ciento, pero las compras de origen importado se elevaron a una tasa de 24.1 por ciento.
Lo anterior pone contra las cuerdas a un gran número de micro, pequeñas y medianas empresas del país. Enfrentan una menor demanda por sus productos y así no pueden mantenerse; a eso se suma que no tienen acceso al crédito bancario. Entretanto, no se sabe cuál es el balan-ce de los diversos programas guber- namentales que se aplican para apoyarlas; ¿cuánto se gasta y qué beneficio se genera?
En lugar de crear las condiciones favorables para que nazcan y, sobre todo, para que puedan sobrevivir ese tipo de negocios, que por cierto generan la gran mayoría de empleos en el país, parece que ahora sería oportuno poner la atención en las causas que provocan la muerte de las empresas.
Partiendo del inventario de un estudio como ese, quizá sería posible ordenar cuestiones como las políticas públicas, para definir los criterios del gasto del gobierno, de los impuestos que se cobran y la manera en que se financia la deuda. Además se podría establecer controles sobre los bancos, especialmente los más grandes que prácticamente no prestan a este sector.
La estabilidad financiera es, sin duda, un objetivo de la política pública. Para eso ya se ha creado hasta un consejo especial para cuidarla; pero no puede significar que no se mueva nada en aras del control, sea de los precios o de las condiciones de las instituciones financieras. Se trata de que se movilicen los recursos humanos, económicos y financieros para generar riqueza y una expresión de ella es el consumo.
El sector financiero requiere de un cambio en serio en su estructura y de una regulación o un tratamiento muy cuidadoso para que puedan crearse diferentes formas para proveer recursos en mercados con características muy distintas. En un país con tan grandes desigualdades no se pueden aplicar normas y criterios generales que acaban beneficiando siempre a los mismos.
El empleo llamado formal, que se registra en el Instituto Mexicano del Seguro Social, ha repuntado con respecto a la fuerte caída que registró en 2009. Pero es aún insuficiente y sobresale la gran proporción de empleos temporales, más que en los años recientes. La ocupación ha crecido en el sector informal, donde los ingresos son bajos y las condiciones precarias.
Así que el ingreso de las familias se reduce o es inestable, lo que afecta sus decisiones de consumo.
A eso hay que añadirle el efecto adverso de la reducción de las remesas.
Las encuestas muestran que las expectativas de los consumidores están en niveles muy bajos aunque en el último mes se observa un cierto repunte. Aún están lejos de los niveles anteriores a la fuerte recesión padecida en 2009, sobre todo en el caso de los bienes duraderos como la compra de enseres domésticos.
Un mercado que está bastante deprimido es el de los automóviles, cuyas ventas está a la mitad del registro de 2008. En caso de las ventas en tiendas departamentales se advierte también que los niveles cayeron con respecto a los anteriores a la recesión y no se han recuperado.
Las encuestas a las empresas con respecto a las expectativas de sus ventas son como un espejo de lo que dicen los consumidores, lo que confirma la inmovilidad relativa a escala agregada.
El segundo trimestre parece haber mantenido las tendencias del primero según se puede inferir de los datos que se recaban mes a mes, en todo caso las cifras comparables a las que aquí se tratan estarán disponibles hasta la segunda quincena de septiembre.
Pero los indicios son de que el segundo semestre, ya en plena marcha, será más desfavorable.
Y mientras no se afiance la recuperación en Estados Unidos, la ventaja del crecimiento de las exportaciones podrá flaquear. El sector externo, lo que se exporta y lo que se importa, no pueden sustituir, en las condiciones actuales, a las fuerzas internas para apoyar la expansión del producto.
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