La economía global afronta el riesgo de recaída, agravado por los problemas financieros
ALICIA GONZÁLEZ / EL PAÍS
En las últimas semanas, buena parte de los economistas, principalmente en Estados Unidos, se han visto obligados a tomar partido. El debate público ha forzado a muchos de ellos a posicionarse bien a favor de una nueva ronda de estímulos económicos o bien por duros programas de austeridad que enderecen las maltrechas cuentas públicas. Casi no ha habido tribuna, seminario e incluso medio de comunicación que no se hiciera eco de estas dos posturas enfrentadas, en ocasiones defendidas incluso con gran ardor. Era la traslación académica del que fuera, en buena medida, el debate que los principales líderes mundiales llevaron a la última reunión del G-20 en Toronto -solo que, como suele ocurrir en estas cumbres, tanto los defensores como los detractores de estas dos posiciones enfrentadas se dieron por vencedores-.
Al margen de los posicionamientos ideológicos que también encierra la discusión, lo cierto es que el debate entre más estímulos o austeridad emerge por una realidad anterior: la recuperación económica flaquea. Después de haber logrado evitar una nueva Gran Depresión de la economía mundial y de los ingentes esfuerzos presupuestarios, monetarios y políticos empleados en combatirla, resulta que las bases de esa recuperación se muestran menos sólidas de lo que aparentaban. Y la recuperación flaquea tanto que no solo se advierte un frenazo más que evidente de la actividad sino que surge el temor a una recaída, a una vuelta a la recesión, a los números rojos, a la destrucción económica y al fantasma de la depresión de los años treinta.
"Estamos ahora, me temo, en las primeras etapas de una tercera depresión. Probablemente se parecerá más a una depresión larga que a una gran depresión mucho más severa. Pero el coste, para la economía mundial y sobre todo para los millones de vidas deprimidas por la falta de un empleo, es inmenso", aseguraba hace apenas un mes el premio Nobel de Economía de 2008, Paul Krugman. Unos días más tarde, el instituto estadounidense de investigación del ciclo económico (ECRI, por sus siglas en inglés) anunciaba que su indicador adelantado de la actividad se encontraba en el nivel más bajo del último año y su registro actual (-10,5%) en el pasado siempre ha anticipado una recesión.
No muchos analistas comparten, al menos por ahora, el pesimismo de Krugman o los temores del ECRI. Pero el riesgo y el miedo a que se materialice existen. A principios de mes, un reconocido economista de una entidad bancaria aseguraba en una presentación a periodistas: "Estamos en un mundo mejor que el que temes: crecimiento global del 4%". Eso alejaría, a su juicio, el riesgo de una nueva recesión y utilizaba como argumento para ello el indicador de búsquedas de Google. "Hace un año si introducíamos el término riesgo de recaída (risk of double dip recession, en inglés) salían aproximadamente 1.150.000 resultados. En el último mes, esa búsqueda se ha reducido a 590.000 resultados y en la última semana a 265.000", dijo entonces. Si ese indicador sirve de algo, esta semana arrojaba un escenario bien distinto: unos 783.000 resultados.
Posicionados también ante esta cuestión, la mayoría de los analistas apuesta por ahora porque se producirá una fuerte desaceleración del crecimiento, lo que ha llevado a una rebaja generalizada de las previsiones de crecimiento para esta segunda mitad del año. Pese a la ausencia de números rojos, tampoco se puede decir que esas previsiones se dejen llevar por el optimismo. "En el mejor de los casos, afrontamos un periodo de crecimiento anémico, por debajo del potencial, en las economías desarrolladas mientras se lleva a cabo un proceso de desapalancamiento de hogares, instituciones financieras y Gobiernos, que afectará al consumo y a la inversión", apunta Nouriel Roubini, el gurú que anticipó el estallido de la crisis financiera.
También la Reserva Federal de Estados Unidos ha rebajado sus previsiones. De hecho, su presidente, Ben Bernanke, aseguraba esta semana ante el Congreso que "estamos preparados y actuaremos si la economía no sigue mejorando", sobre todo por "el inaceptablemente elevado nivel de desempleo", que en junio se situaba en el 9,5% de la población activa.
"El temor no es sobre lo que está pasando [una clara desaceleración] sino sobre lo que va a pasar en el futuro y qué podemos esperar en la segunda mitad del año. La verdad es que nadie lo sabe, el grado de incertidumbre es muy alto y no lo sabremos hasta que pase", concluye Edward Hugh, un macroeconomista independiente y responsable del blog de economía internacional Global Economy Matters [la economía global importa].
La historia no está del lado de los pesimistas en esta materia. De las 33 recesiones que ha vivido Estados Unidos desde 1854 solo en tres ocasiones se ha producido la temida recaída (en 1913, 1929-1931 y en 1981), si entendemos que la recaída en la recesión se produce en los 12 meses siguientes a la salida oficial de los números rojos. Pero incluso si ese rango se amplía a 18 meses, el número de recaídas -o recuperación en forma de W como también se conocen- apenas asciende a cinco. Eso supone que las probabilidades históricas de que la actividad económica vuelva a los números rojos son realmente bajas.
Pero los mercados no entienden ni de lógica ni de historia. "Efectivamente, los mercados se están comportando como si hubiéramos vuelto a una fase de recesión, un movimiento consecuente con los temores sobre el crecimiento y el riesgo de recaída. Aunque creemos que esos temores son exagerados, la pérdida de impulso económico hará difícil cambiar esa percepción a corto plazo", apuntaba Keith Wade, el economista jefe de Schroders en una reciente nota a clientes. Entonces, ¿estamos ante un comportamiento irracional de los mercados o son capaces de percibir tendencias que a los demás se nos escapan?
Lo cierto es que hay razones que avalan esos movimientos, al menos en parte [ver gráficos adjuntos]. Por ejemplo, el Índice Báltico, que mide el coste del transporte marítimo de mercancías y sirve para comprobar la salud del comercio mundial, se encuentra en su nivel más bajo desde enero de 2009. Muchos argumentan que el coste de los fletes ha caído debido a un aumento de la flota disponible para el transporte, pero si ese indicador se acompaña de una caída del 9% en julio, y por tercer mes consecutivo, de las importaciones de mineral de hierro en China -consecuencia de los esfuerzos de las autoridades por desinflar la burbuja de la construcción- ese comportamiento no puede ser ignorado. Los encargos de la industria, medidos por el índice de gestores de compras, han cambiado su tendencia al alza tanto en las economías desarrolladas como en las emergentes. Y pese a las ingentes cantidades de dinero inyectadas al sistema financiero para asegurar que se mantenía el flujo en el crédito, los préstamos al sector privado siguen sin remontar y la desconfianza entre las entidades ha obligado a los bancos centrales a seguir inyectando liquidez en el sistema.
También es verdad que en esta última semana algunos indicadores han registrado una inesperada mejora, especialmente en Europa. El PIB ha mejorado considerablemente en Reino Unido, con un incremento del 1,1% anual en el segundo trimestre. La confianza de la industria en Alemania se sitúa en su nivel más alto en tres años y los pedidos de la industria europea han repuntado en julio. Pero esos datos no implican que la situación económica europea haya mejorado de forma generalizada, sino que muestran las crecientes diferencias entre unas y otras economías de la región. Ahí el entorno juega un papel fundamental: distintos niveles de desempleo (el 7,7% de Alemania frente a casi el 20% en España), de deuda pública (115% del PIB de Italia o el 66,7% de Austria) o de déficit (14,3% de Irlanda o el 0,7% de Luxemburgo) condicionan sin duda las políticas a aplicar por las autoridades.
Porque aquí sí que hay que admitir que la marca Europa ahora cotiza a la baja en los mercados. Y el problema es eminentemente de carácter político. "Los inversores dudan de que Europa haga lo que tiene que hacer, además de no entender cómo funcionan sus instituciones. En toda la crisis Europa ha ido siempre por detrás de la curva, por detrás de los acontecimientos, mientras que en Estados Unidos no han dudado de dar un giro radical a sus posiciones ideológicas -como pasó con Bush- si eso era necesario para salir de la crisis", apunta Garicano.
Es en ese contexto, y a ambos lados del Atlántico, donde surge el debate entre más estímulos o más austeridad. De la primera postura, sin duda Krugman se ha convertido en su principal defensor. Sin embargo, desde Londres Luis Garicano, profesor de Economía de la London School of Economics, sostiene que "el debate es ficticio. Muchos países no pueden plantearse la elección, como es el caso de España. Otros, como Estados Unidos, siguen recibiendo financiación de los mercados aunque la situación de sus cuentas públicas sea desastrosa. Pero la opinión de los mercados puede cambiar muy deprisa y hay que ser prudente. En todo caso, no hay que exagerar la bondad de los estímulos".
Frente a la tesis del premio Nobel de que sin más estímulos la depresión es inevitable, cada vez hay más voces que cuestionan el efecto multiplicador de los estímulos en las economías desarrolladas. "El impacto es muy distinto si se trata de un país emergente, para el que las mejoras en infraestructuras puede suponer un aumento de su crecimiento potencial, que para una economía ya madura, porque no se pueden construir carreteras infinitamente ni se puede consumir sin límite", asegura Hugh.
De hecho, un informe de los servicios de inversión de banca privada de Lombard Odier asegura, que pese al enorme estímulo fiscal inyectado por EE UU en su economía desde que estalló la crisis, las ventas finales reales a compradores nacionales (excluidos los inventarios) han crecido un 1% desde su mínimo de principios de 2009, el menor repunte de cuantas recesiones han existido desde la posguerra. Como conclusión sostiene que "la experiencia, sin perjuicio de interpretaciones alternativas de los hechos, sugiere que los estímulos fiscales masivos han tenido escaso éxito a la hora de impulsar el crecimiento en los dos grandes episodios de crisis de los últimos 100 años".
La diferencia parece estar en la calidad, más que en la cantidad. Era lo que el profesor Raghuram Rajan, de la Universidad de Chicago, apuntaba en una reciente entrevista. "Una cosa es prolongar las ayudas por desempleo en un país [EE UU] que no está preparado para tener altas tasas de paro durante un tiempo prolongado y otra una nueva ronda de estímulos generalizada, que no serviría para nada".
Tampoco la austeridad conlleva necesariamente una contracción económica. Según un trabajo realizado por dos economistas del Fondo Monetario Internacional (FMI) en 1996 (C. J. McDermott y R. Westcott), "los episodios de consolidación fiscal no provocan necesariamente una ralentización económica y las pruebas respaldan la tesis [...] de que la consolidación fiscal que se concentra en el lado del gasto, y en especial en las transferencias públicas y los sueldos de los funcionarios, tiene más probabilidades de conseguir una reducción del ratio de deuda pública que una consolidación basada en subidas de impuestos". Alemania y el Banco Central Europeo (BCE) estarían, pues, de enhorabuena aunque tampoco se puede decir que el ajuste fiscal tenga un efecto neutro para todas las economías. "Portugal, España e Italia son los últimos países en anunciar nuevas medidas de ajuste para reducir sus déficits fiscales. Unas medidas que incluyen recortes en los salarios de los funcionarios, aumentos del IVA y de los impuestos sobre la renta van a provocar daños severos a la recuperación en estos países, hasta situarles ante la posibilidad real de caer en recesión", sostiene el economista jefe de Schrodes, Keith Wade, en una nota a clientes.
Si ese proceso de consolidación fiscal se produce de forma paralela a un masivo desapalancamiento del sector privado, tanto de hogares como de empresas, las posibilidades de que el frenazo termine llevando a la economía a los números rojos son muy altas. "La clave es la intersección entre el sector financiero y el sector inmobiliario. Ahí empezó todo y si la confianza no vuelve al sector financiero, y no lo hará si no se sanean de verdad los balances, el riesgo de repetir el modelo de Japón [que alterna periodos de muy bajo crecimiento con algún que otro trimestre en recesión] es elevado", subraya Garicano.
Mauro Guillén, profesor del instituto Joseph H. Lauder Institute de gestión y estudios internacionales en Wharton, advierte que en realidad el debate debería ser otro, mucho más profundo, estructural y de largo plazo, "qué debemos hacer para que la economía vuelva a ponerse a funcionar. Y ahí hay reformas que aparecen como imprescindibles, como la reforma laboral en el caso español". Para Edward Hugh, sin embargo, nos encontramos en un momento de transición muy difícil "y que se va a producir a lo largo de los próximos veinte años, para encontrar un modelo de crecimiento que sea sostenible, que resuelva los problemas de fertilidad y riqueza que afrontamos, y que sea capaz a la vez de asumir sus responsabilidades, como el envejecimiento de la población".
No les falta razón. Porque los mismos que atribuyen buena parte de la responsabilidad de la crisis a los desequilibrios globales, son los mismos que confían en un consumo desaforado de los estadounidenses y unas exportaciones baratas chinas para salir de la recesión.
Así las cosas, un escenario económico en W, con forma de raíz cuadrada (Guillén, dixit) o como el peinado de Bart Simpson no resulta descabellado. Pero haya números rojos o no, si hay un elevado nivel de desempleo, un largo periodo de bajo crecimiento, escasez de crédito y una política fiscal restrictiva, que reduce el gasto público y aumenta los impuestos, "no se llamará recesión, pero se le parece bastante", como apunta Krugman. Y no cabe duda de que un entorno semejante no ejercerá, precisamente, como un factor favorecedor de la confianza. Es el factor psicológico de la economía que ya analizó hace tiempo el profesor de economía de Yale, Robert Shiller, en su libro Animal spirits y que volvía a rescatar hace un par de semanas en un comentario en The New York Times. "Empujados por la psicología de las masas, en el próximo año o dos podría producirse un nuevo temblor en la economía y sería severo (...). Los cambios que se están produciendo lentamente en nuestro ánimo representan un riesgo real de recesión".
ALICIA GONZÁLEZ / EL PAÍS
En las últimas semanas, buena parte de los economistas, principalmente en Estados Unidos, se han visto obligados a tomar partido. El debate público ha forzado a muchos de ellos a posicionarse bien a favor de una nueva ronda de estímulos económicos o bien por duros programas de austeridad que enderecen las maltrechas cuentas públicas. Casi no ha habido tribuna, seminario e incluso medio de comunicación que no se hiciera eco de estas dos posturas enfrentadas, en ocasiones defendidas incluso con gran ardor. Era la traslación académica del que fuera, en buena medida, el debate que los principales líderes mundiales llevaron a la última reunión del G-20 en Toronto -solo que, como suele ocurrir en estas cumbres, tanto los defensores como los detractores de estas dos posiciones enfrentadas se dieron por vencedores-.
Al margen de los posicionamientos ideológicos que también encierra la discusión, lo cierto es que el debate entre más estímulos o austeridad emerge por una realidad anterior: la recuperación económica flaquea. Después de haber logrado evitar una nueva Gran Depresión de la economía mundial y de los ingentes esfuerzos presupuestarios, monetarios y políticos empleados en combatirla, resulta que las bases de esa recuperación se muestran menos sólidas de lo que aparentaban. Y la recuperación flaquea tanto que no solo se advierte un frenazo más que evidente de la actividad sino que surge el temor a una recaída, a una vuelta a la recesión, a los números rojos, a la destrucción económica y al fantasma de la depresión de los años treinta.
"Estamos ahora, me temo, en las primeras etapas de una tercera depresión. Probablemente se parecerá más a una depresión larga que a una gran depresión mucho más severa. Pero el coste, para la economía mundial y sobre todo para los millones de vidas deprimidas por la falta de un empleo, es inmenso", aseguraba hace apenas un mes el premio Nobel de Economía de 2008, Paul Krugman. Unos días más tarde, el instituto estadounidense de investigación del ciclo económico (ECRI, por sus siglas en inglés) anunciaba que su indicador adelantado de la actividad se encontraba en el nivel más bajo del último año y su registro actual (-10,5%) en el pasado siempre ha anticipado una recesión.
No muchos analistas comparten, al menos por ahora, el pesimismo de Krugman o los temores del ECRI. Pero el riesgo y el miedo a que se materialice existen. A principios de mes, un reconocido economista de una entidad bancaria aseguraba en una presentación a periodistas: "Estamos en un mundo mejor que el que temes: crecimiento global del 4%". Eso alejaría, a su juicio, el riesgo de una nueva recesión y utilizaba como argumento para ello el indicador de búsquedas de Google. "Hace un año si introducíamos el término riesgo de recaída (risk of double dip recession, en inglés) salían aproximadamente 1.150.000 resultados. En el último mes, esa búsqueda se ha reducido a 590.000 resultados y en la última semana a 265.000", dijo entonces. Si ese indicador sirve de algo, esta semana arrojaba un escenario bien distinto: unos 783.000 resultados.
Posicionados también ante esta cuestión, la mayoría de los analistas apuesta por ahora porque se producirá una fuerte desaceleración del crecimiento, lo que ha llevado a una rebaja generalizada de las previsiones de crecimiento para esta segunda mitad del año. Pese a la ausencia de números rojos, tampoco se puede decir que esas previsiones se dejen llevar por el optimismo. "En el mejor de los casos, afrontamos un periodo de crecimiento anémico, por debajo del potencial, en las economías desarrolladas mientras se lleva a cabo un proceso de desapalancamiento de hogares, instituciones financieras y Gobiernos, que afectará al consumo y a la inversión", apunta Nouriel Roubini, el gurú que anticipó el estallido de la crisis financiera.
También la Reserva Federal de Estados Unidos ha rebajado sus previsiones. De hecho, su presidente, Ben Bernanke, aseguraba esta semana ante el Congreso que "estamos preparados y actuaremos si la economía no sigue mejorando", sobre todo por "el inaceptablemente elevado nivel de desempleo", que en junio se situaba en el 9,5% de la población activa.
"El temor no es sobre lo que está pasando [una clara desaceleración] sino sobre lo que va a pasar en el futuro y qué podemos esperar en la segunda mitad del año. La verdad es que nadie lo sabe, el grado de incertidumbre es muy alto y no lo sabremos hasta que pase", concluye Edward Hugh, un macroeconomista independiente y responsable del blog de economía internacional Global Economy Matters [la economía global importa].
La historia no está del lado de los pesimistas en esta materia. De las 33 recesiones que ha vivido Estados Unidos desde 1854 solo en tres ocasiones se ha producido la temida recaída (en 1913, 1929-1931 y en 1981), si entendemos que la recaída en la recesión se produce en los 12 meses siguientes a la salida oficial de los números rojos. Pero incluso si ese rango se amplía a 18 meses, el número de recaídas -o recuperación en forma de W como también se conocen- apenas asciende a cinco. Eso supone que las probabilidades históricas de que la actividad económica vuelva a los números rojos son realmente bajas.
Pero los mercados no entienden ni de lógica ni de historia. "Efectivamente, los mercados se están comportando como si hubiéramos vuelto a una fase de recesión, un movimiento consecuente con los temores sobre el crecimiento y el riesgo de recaída. Aunque creemos que esos temores son exagerados, la pérdida de impulso económico hará difícil cambiar esa percepción a corto plazo", apuntaba Keith Wade, el economista jefe de Schroders en una reciente nota a clientes. Entonces, ¿estamos ante un comportamiento irracional de los mercados o son capaces de percibir tendencias que a los demás se nos escapan?
Lo cierto es que hay razones que avalan esos movimientos, al menos en parte [ver gráficos adjuntos]. Por ejemplo, el Índice Báltico, que mide el coste del transporte marítimo de mercancías y sirve para comprobar la salud del comercio mundial, se encuentra en su nivel más bajo desde enero de 2009. Muchos argumentan que el coste de los fletes ha caído debido a un aumento de la flota disponible para el transporte, pero si ese indicador se acompaña de una caída del 9% en julio, y por tercer mes consecutivo, de las importaciones de mineral de hierro en China -consecuencia de los esfuerzos de las autoridades por desinflar la burbuja de la construcción- ese comportamiento no puede ser ignorado. Los encargos de la industria, medidos por el índice de gestores de compras, han cambiado su tendencia al alza tanto en las economías desarrolladas como en las emergentes. Y pese a las ingentes cantidades de dinero inyectadas al sistema financiero para asegurar que se mantenía el flujo en el crédito, los préstamos al sector privado siguen sin remontar y la desconfianza entre las entidades ha obligado a los bancos centrales a seguir inyectando liquidez en el sistema.
También es verdad que en esta última semana algunos indicadores han registrado una inesperada mejora, especialmente en Europa. El PIB ha mejorado considerablemente en Reino Unido, con un incremento del 1,1% anual en el segundo trimestre. La confianza de la industria en Alemania se sitúa en su nivel más alto en tres años y los pedidos de la industria europea han repuntado en julio. Pero esos datos no implican que la situación económica europea haya mejorado de forma generalizada, sino que muestran las crecientes diferencias entre unas y otras economías de la región. Ahí el entorno juega un papel fundamental: distintos niveles de desempleo (el 7,7% de Alemania frente a casi el 20% en España), de deuda pública (115% del PIB de Italia o el 66,7% de Austria) o de déficit (14,3% de Irlanda o el 0,7% de Luxemburgo) condicionan sin duda las políticas a aplicar por las autoridades.
Porque aquí sí que hay que admitir que la marca Europa ahora cotiza a la baja en los mercados. Y el problema es eminentemente de carácter político. "Los inversores dudan de que Europa haga lo que tiene que hacer, además de no entender cómo funcionan sus instituciones. En toda la crisis Europa ha ido siempre por detrás de la curva, por detrás de los acontecimientos, mientras que en Estados Unidos no han dudado de dar un giro radical a sus posiciones ideológicas -como pasó con Bush- si eso era necesario para salir de la crisis", apunta Garicano.
Es en ese contexto, y a ambos lados del Atlántico, donde surge el debate entre más estímulos o más austeridad. De la primera postura, sin duda Krugman se ha convertido en su principal defensor. Sin embargo, desde Londres Luis Garicano, profesor de Economía de la London School of Economics, sostiene que "el debate es ficticio. Muchos países no pueden plantearse la elección, como es el caso de España. Otros, como Estados Unidos, siguen recibiendo financiación de los mercados aunque la situación de sus cuentas públicas sea desastrosa. Pero la opinión de los mercados puede cambiar muy deprisa y hay que ser prudente. En todo caso, no hay que exagerar la bondad de los estímulos".
Frente a la tesis del premio Nobel de que sin más estímulos la depresión es inevitable, cada vez hay más voces que cuestionan el efecto multiplicador de los estímulos en las economías desarrolladas. "El impacto es muy distinto si se trata de un país emergente, para el que las mejoras en infraestructuras puede suponer un aumento de su crecimiento potencial, que para una economía ya madura, porque no se pueden construir carreteras infinitamente ni se puede consumir sin límite", asegura Hugh.
De hecho, un informe de los servicios de inversión de banca privada de Lombard Odier asegura, que pese al enorme estímulo fiscal inyectado por EE UU en su economía desde que estalló la crisis, las ventas finales reales a compradores nacionales (excluidos los inventarios) han crecido un 1% desde su mínimo de principios de 2009, el menor repunte de cuantas recesiones han existido desde la posguerra. Como conclusión sostiene que "la experiencia, sin perjuicio de interpretaciones alternativas de los hechos, sugiere que los estímulos fiscales masivos han tenido escaso éxito a la hora de impulsar el crecimiento en los dos grandes episodios de crisis de los últimos 100 años".
La diferencia parece estar en la calidad, más que en la cantidad. Era lo que el profesor Raghuram Rajan, de la Universidad de Chicago, apuntaba en una reciente entrevista. "Una cosa es prolongar las ayudas por desempleo en un país [EE UU] que no está preparado para tener altas tasas de paro durante un tiempo prolongado y otra una nueva ronda de estímulos generalizada, que no serviría para nada".
Tampoco la austeridad conlleva necesariamente una contracción económica. Según un trabajo realizado por dos economistas del Fondo Monetario Internacional (FMI) en 1996 (C. J. McDermott y R. Westcott), "los episodios de consolidación fiscal no provocan necesariamente una ralentización económica y las pruebas respaldan la tesis [...] de que la consolidación fiscal que se concentra en el lado del gasto, y en especial en las transferencias públicas y los sueldos de los funcionarios, tiene más probabilidades de conseguir una reducción del ratio de deuda pública que una consolidación basada en subidas de impuestos". Alemania y el Banco Central Europeo (BCE) estarían, pues, de enhorabuena aunque tampoco se puede decir que el ajuste fiscal tenga un efecto neutro para todas las economías. "Portugal, España e Italia son los últimos países en anunciar nuevas medidas de ajuste para reducir sus déficits fiscales. Unas medidas que incluyen recortes en los salarios de los funcionarios, aumentos del IVA y de los impuestos sobre la renta van a provocar daños severos a la recuperación en estos países, hasta situarles ante la posibilidad real de caer en recesión", sostiene el economista jefe de Schrodes, Keith Wade, en una nota a clientes.
Si ese proceso de consolidación fiscal se produce de forma paralela a un masivo desapalancamiento del sector privado, tanto de hogares como de empresas, las posibilidades de que el frenazo termine llevando a la economía a los números rojos son muy altas. "La clave es la intersección entre el sector financiero y el sector inmobiliario. Ahí empezó todo y si la confianza no vuelve al sector financiero, y no lo hará si no se sanean de verdad los balances, el riesgo de repetir el modelo de Japón [que alterna periodos de muy bajo crecimiento con algún que otro trimestre en recesión] es elevado", subraya Garicano.
Mauro Guillén, profesor del instituto Joseph H. Lauder Institute de gestión y estudios internacionales en Wharton, advierte que en realidad el debate debería ser otro, mucho más profundo, estructural y de largo plazo, "qué debemos hacer para que la economía vuelva a ponerse a funcionar. Y ahí hay reformas que aparecen como imprescindibles, como la reforma laboral en el caso español". Para Edward Hugh, sin embargo, nos encontramos en un momento de transición muy difícil "y que se va a producir a lo largo de los próximos veinte años, para encontrar un modelo de crecimiento que sea sostenible, que resuelva los problemas de fertilidad y riqueza que afrontamos, y que sea capaz a la vez de asumir sus responsabilidades, como el envejecimiento de la población".
No les falta razón. Porque los mismos que atribuyen buena parte de la responsabilidad de la crisis a los desequilibrios globales, son los mismos que confían en un consumo desaforado de los estadounidenses y unas exportaciones baratas chinas para salir de la recesión.
Así las cosas, un escenario económico en W, con forma de raíz cuadrada (Guillén, dixit) o como el peinado de Bart Simpson no resulta descabellado. Pero haya números rojos o no, si hay un elevado nivel de desempleo, un largo periodo de bajo crecimiento, escasez de crédito y una política fiscal restrictiva, que reduce el gasto público y aumenta los impuestos, "no se llamará recesión, pero se le parece bastante", como apunta Krugman. Y no cabe duda de que un entorno semejante no ejercerá, precisamente, como un factor favorecedor de la confianza. Es el factor psicológico de la economía que ya analizó hace tiempo el profesor de economía de Yale, Robert Shiller, en su libro Animal spirits y que volvía a rescatar hace un par de semanas en un comentario en The New York Times. "Empujados por la psicología de las masas, en el próximo año o dos podría producirse un nuevo temblor en la economía y sería severo (...). Los cambios que se están produciendo lentamente en nuestro ánimo representan un riesgo real de recesión".
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