José Blanco / La Jornada
La sucesión presidencial está en marcha, la llamada clase política en pleno tiene prisa. Una parte acaso significativa de la sociedad también tiene prisa, pero por motivos harto diferentes. Son, por desgracia, desasosiegos de distinto origen y de diferente clase.
Todo indica que el PAN, en su esencia más profunda, no rompió jamás su vocación de brega de eternidades. “Cuando fundamos el PAN, dijimos que no era tarea de un día sino brega de eternidad...”, escribió Manuel Gómez Morín. No es extraño que cuando fue malhadadamente elegido Fox, Felipe Calderón dijera, palabras más, palabras menos, la noche de los infaustos resultados: “no creí que podría ver en vida la derrota del PRI y el triunfo del PAN”.
Por más enigmático que pueda parecer, el PAN nació viéndose a sí mismo con el destino de ser leal oposición, y no partido gobernante. Los hechos se han ocupado de demostrarnos que su raíz continúa viva y mandando. Hacer uso de la política para ejercer el gobierno le resultó un sistema con más variables que ecuaciones. No hay modo.
“Una pesada tolvanera de apetitos desencadenados, de propaganda siniestra, de ideologías contradictorias, de mentiras sistemáticas, impide la visión limpia de la vida nacional”, palabras escritas también por Gómez Morín, son tan ciertas como nunca, pero el famoso fundador no sospecharía que su partido hoy contribuiría arduamente a configurar tan aciaga vida de la República.
Ciertamente la institucionalidad política no propicia, incluidas las reglas electorales, el acuerdo entre los partidos, ni que los partidos propicien el gobierno de la sociedad, aunque simultáneamente deban satisfacer sus intereses políticos: buscar y retener el poder.
Estos círculos viciosos sólo puede romperlos la política misma, en primer lugar el gobierno y su partido, pero no es lejano también responsabilidad del resto de los partidos. Elaboración de propuestas para la reforma del Estado se han formulado en cascada, empezando con la vasta tarea realizada y coordinada por Muñoz Ledo pareciera que hace un siglo. Pero el espacio para la posibilidad de los acuerdos interpartidarios, si existió alguna vez en alguna medida, hoy está cerrándose por efecto de la sucesión en marcha.
De modo que tendremos –salvo prodigio milagroso obra de los dioses de los panistas– una horrorosa sucesión al final de la cual el país estará exactamente en las mismas condiciones que antes de los comicios presidenciales: la misma institucionalidad política, los mismos partidos y sus intereses lejanos de la sociedad a la que no se deben. Gane quien gane.
Aunque en marcha, la sucesión presenta un conjunto de enigmas extremadamente amenazante para la vida futura de esta sociedad sometida simultáneamente a mil desdichas, y no halla puente, ni batel, ni vado –palabras de Díaz Mirón–, para cruzar este río que ahora tiene en mil lugares avenidas tumultuosas.
Rupturas en todas partes. Del orden social, por el crimen organizado, que ha pasado del narcotráfico masivo, a ocupar otras numerosas plazas del crimen: robos, secuestros, asesinatos de policías y soldados, “calentamiento de plazas”, venta creciente de “cuotas de piso” (en gran parte del territorio nacional) a pequeños y medianos establecimientos, y ahora también de civiles asesinados por docenas, cuyas vidas transcurrían ajenas al crimen. La actividad facinerosa se acerca al terrorismo: desde los bombazos el día del Grito en Morelia, en 2008, hasta la reciente explosión del coche bomba en Ciudad Juárez, los hechos van configurando una situación que puede llegar a ser de terrorismo intenso, como otras actividades criminales.
El Estado como tal no está cuestionado, pero la ingobernabilidad no cesa de crecer. La primerísima obligación de un gobierno es la seguridad de la población, y ésta brilla por su ausencia.
¿Habrá rupturas en los partidos, en primer lugar en el PRD? Puede ser. El pacto Ebrard-López Obrador, de que sería candidato de la izquierda “quien estuviera mejor “posicionado” (whatever that means), desembocó en ruptura, por obra del segundo, como resultado del éxito electoral de las alianzas PAN-PRD, en los comicios de gobernadores, contra las cuales estaba AMLO. Su autodestape llevó a lo mismo a Marcelo Ebrard. ¿Cuál será el desenlace final? Al parecer hay dos posibilidades: o Ebrard rinde su plaza en aras de conservar la unidad de las izquierdas, o las izquierdas se rompen alejando aún más sus posibilidades electorales.
El mayor pragmatismo del PRI, en un contexto de crecimiento de sus probabilidades de regreso al poder, haría pensar que hay muchos priístas dispuestos a tragar montañas si es preciso, para recuperar Los Pinos. Pero realmente ¿todos los priístas están ya dispuestos a aceptar el invento de Televisa, un político de perfil menor egresado de la Universidad Panamericana fundada por el Opus Dei? ¿Será un operador de los intereses de Televisa, socios y congéneres aliados al grupo Atlacomulco? Es difícil aceptar que el PRI es todo lo que tenga que ofrecer al país.
Queda por saber que hará el amigo de El Yunque, Manuel Espino. Ubicado considerablemente a la derecha de Calderón, “formado” en una modesta universidad de Hermosillo, la Universidad del Noroeste, fundada en 1979, a partir del Liceo de Varones. Usted puede imaginar el cultivo de su intelecto. Hace tiempo que este señor reprueba al panismo dominante, y sus iniciativas políticas internas al PAN algún estrago puede causar, unidos a los que debe procurar el inefable Fox.
Bonito que pinta el futuro, ¿no cree usted?
La sucesión presidencial está en marcha, la llamada clase política en pleno tiene prisa. Una parte acaso significativa de la sociedad también tiene prisa, pero por motivos harto diferentes. Son, por desgracia, desasosiegos de distinto origen y de diferente clase.
Todo indica que el PAN, en su esencia más profunda, no rompió jamás su vocación de brega de eternidades. “Cuando fundamos el PAN, dijimos que no era tarea de un día sino brega de eternidad...”, escribió Manuel Gómez Morín. No es extraño que cuando fue malhadadamente elegido Fox, Felipe Calderón dijera, palabras más, palabras menos, la noche de los infaustos resultados: “no creí que podría ver en vida la derrota del PRI y el triunfo del PAN”.
Por más enigmático que pueda parecer, el PAN nació viéndose a sí mismo con el destino de ser leal oposición, y no partido gobernante. Los hechos se han ocupado de demostrarnos que su raíz continúa viva y mandando. Hacer uso de la política para ejercer el gobierno le resultó un sistema con más variables que ecuaciones. No hay modo.
“Una pesada tolvanera de apetitos desencadenados, de propaganda siniestra, de ideologías contradictorias, de mentiras sistemáticas, impide la visión limpia de la vida nacional”, palabras escritas también por Gómez Morín, son tan ciertas como nunca, pero el famoso fundador no sospecharía que su partido hoy contribuiría arduamente a configurar tan aciaga vida de la República.
Ciertamente la institucionalidad política no propicia, incluidas las reglas electorales, el acuerdo entre los partidos, ni que los partidos propicien el gobierno de la sociedad, aunque simultáneamente deban satisfacer sus intereses políticos: buscar y retener el poder.
Estos círculos viciosos sólo puede romperlos la política misma, en primer lugar el gobierno y su partido, pero no es lejano también responsabilidad del resto de los partidos. Elaboración de propuestas para la reforma del Estado se han formulado en cascada, empezando con la vasta tarea realizada y coordinada por Muñoz Ledo pareciera que hace un siglo. Pero el espacio para la posibilidad de los acuerdos interpartidarios, si existió alguna vez en alguna medida, hoy está cerrándose por efecto de la sucesión en marcha.
De modo que tendremos –salvo prodigio milagroso obra de los dioses de los panistas– una horrorosa sucesión al final de la cual el país estará exactamente en las mismas condiciones que antes de los comicios presidenciales: la misma institucionalidad política, los mismos partidos y sus intereses lejanos de la sociedad a la que no se deben. Gane quien gane.
Aunque en marcha, la sucesión presenta un conjunto de enigmas extremadamente amenazante para la vida futura de esta sociedad sometida simultáneamente a mil desdichas, y no halla puente, ni batel, ni vado –palabras de Díaz Mirón–, para cruzar este río que ahora tiene en mil lugares avenidas tumultuosas.
Rupturas en todas partes. Del orden social, por el crimen organizado, que ha pasado del narcotráfico masivo, a ocupar otras numerosas plazas del crimen: robos, secuestros, asesinatos de policías y soldados, “calentamiento de plazas”, venta creciente de “cuotas de piso” (en gran parte del territorio nacional) a pequeños y medianos establecimientos, y ahora también de civiles asesinados por docenas, cuyas vidas transcurrían ajenas al crimen. La actividad facinerosa se acerca al terrorismo: desde los bombazos el día del Grito en Morelia, en 2008, hasta la reciente explosión del coche bomba en Ciudad Juárez, los hechos van configurando una situación que puede llegar a ser de terrorismo intenso, como otras actividades criminales.
El Estado como tal no está cuestionado, pero la ingobernabilidad no cesa de crecer. La primerísima obligación de un gobierno es la seguridad de la población, y ésta brilla por su ausencia.
¿Habrá rupturas en los partidos, en primer lugar en el PRD? Puede ser. El pacto Ebrard-López Obrador, de que sería candidato de la izquierda “quien estuviera mejor “posicionado” (whatever that means), desembocó en ruptura, por obra del segundo, como resultado del éxito electoral de las alianzas PAN-PRD, en los comicios de gobernadores, contra las cuales estaba AMLO. Su autodestape llevó a lo mismo a Marcelo Ebrard. ¿Cuál será el desenlace final? Al parecer hay dos posibilidades: o Ebrard rinde su plaza en aras de conservar la unidad de las izquierdas, o las izquierdas se rompen alejando aún más sus posibilidades electorales.
El mayor pragmatismo del PRI, en un contexto de crecimiento de sus probabilidades de regreso al poder, haría pensar que hay muchos priístas dispuestos a tragar montañas si es preciso, para recuperar Los Pinos. Pero realmente ¿todos los priístas están ya dispuestos a aceptar el invento de Televisa, un político de perfil menor egresado de la Universidad Panamericana fundada por el Opus Dei? ¿Será un operador de los intereses de Televisa, socios y congéneres aliados al grupo Atlacomulco? Es difícil aceptar que el PRI es todo lo que tenga que ofrecer al país.
Queda por saber que hará el amigo de El Yunque, Manuel Espino. Ubicado considerablemente a la derecha de Calderón, “formado” en una modesta universidad de Hermosillo, la Universidad del Noroeste, fundada en 1979, a partir del Liceo de Varones. Usted puede imaginar el cultivo de su intelecto. Hace tiempo que este señor reprueba al panismo dominante, y sus iniciativas políticas internas al PAN algún estrago puede causar, unidos a los que debe procurar el inefable Fox.
Bonito que pinta el futuro, ¿no cree usted?
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