Emilio Rabasa Gamboa / El Universal
En la madrugada del 16 de septiembre de 1810, hoy hace 200 años, el cura de Dolores, Miguel Hidalgo y Costilla, convocó al pueblo con el repique de campanas para levantarse en contra del “mal gobierno”.
Atinada interpretación de lo alcanzado por Hidalgo es la de Edmundo O’Gorman: “En el increíblemente corto espacio de 120 días, aquel teólogo criollo, cura de almas pueblerinas, galante, jugador, y dado a músicas y bailes, gran aficionado a la lectura y amante de las faenas del campo y de la artesanía, dio al traste con un gobierno de tres siglos de arraigo, porque si la vida no le alcanzó para saberlo, no hay duda que fue él quien hirió de muerte al virreinato”.
Recordemos antes el “estado en que se hallaba la América mexicana” desde 1808 cuando el síndico Francisco Primo de Verdad y el primer abogado Juan Francisco Azcárate, del Ayuntamiento de México, apoyados por fray Melchor de Talamantes, estimaron que con la deposición del monarca español Fernando VII por las tropas de Napoleón y su abdicación de la corona en Bayona, la Nueva España había quedado acéfala y procedía instalar una Junta que convocara a Cortes de todo el reino, cuestionando la autoridad del virrey Iturrigaray (Hidalgo, Carlos María de Bustamante, Empresas Editoriales, SA, México, 1953). A decir de fray Melchor, “No habiendo rey legítimo en la nación, no puede haber virreyes. No hay apoderado sin poderdante…”. Ese fue el fundamento ideológico-político que condujo en Querétaro a la sociedad secreta de los conspiradores Hidalgo, Allende, Aldama, Abasolo y Josefa Ortiz de Domínguez, principalmente, motivados por el golpe de Estado al virrey Iturrigaray por el rico comerciante Gabriel de Yermo.
¿Pero cuáles fueron los elementos del grito de Hidalgo emitidos aquella madrugada del 16 de septiembre de 1810? A decir de los Documentos para la Historia del México Independiente, “Insurgencia y República Federal 1808-1824”, en la excelente edición de Miguel Angel Porrúa, México 1986, fueron estos: ¡Viva la religión católica! ¡Viva Fernando VII! ¡Viva la patria! ¡Viva y reine por siempre en este continente americano nuestra sagrada patrona la Santísima Virgen de Guadalupe! y ¡Muera el mal gobierno!
Corrobora lo anterior el Oficio de excomunión publicado por Manuel Abad Queipo, obispo de Valladolid de Michoacán en la Gazeta Extraordinaria del Gobierno de México número 112, del viernes 28 de septiembre de 1810 en cuyo folio 809, se lee: “... E insultando á la religión y á nuestro soberano D. Fernando VII, pintó en su estandarte la imagen de nuestra augusta patrona nuestra Señora de Guadalupe, y le puso la inscripción siguiente: Viva nuestra Madre Santísima de Guadalupe. Viva Fernando VII. Viva la América. Y muera el mal gobierno...”. El grito de Hidalgo contiene un sincretismo de dos elementos españoles (la religión católica y Fernando VII) y dos autóctonos mexicanos (la patria y la Virgen de Guadalupe) mezclados en la misma proclama por el párroco de Dolores.
La palabra “grito”, que se preserva hasta nuestros días, me parece correcta para describir ese preciso instante que, con profunda intensidad, corresponde a la dramática separación de la incpiente nación, del “útero” de la “madre patria”. Fue un grito doloroso de un parto, en el que, como el nacimiento biológico, no puede estar exento de una gran vociferación por el sufrimiento del desprendimiento del nuevo ser y en el que están la matriz española y el producto, en este caso criollo, de la gestación. Entender que era el día y la hora del parto cuando la conspiración ya había sido descubierta, fue el indudable mérito del genio político de Hidalgo.
Pero sería el cura de Carácuaro en Valladolid, Michoacán, José María Morelos, quien al recoger la estafeta de Hidalgo en Indaparapeo el 20 de octubre de 1810, ideológicamente consuma el rompimiento con España, ya sin aludir a Fernando VII, en el Acta solemne de la Declaración de Independencia de la América Septentrional, el Congreso del Anáhuac reunido en Chilpancingo cuando “Declara solemnemente… que ha recobrado el ejercicio de su soberanía, usurpado; que en tal concepto, queda rota para siempre jamás y disuelta la dependencia del trono español; que es árbitro para establecer las leyes que le convenga para el mejor arreglo y felicidad interior…”. Todo esto es lo que hoy conmemoramos.
Investigador del IIJ de la UNAM
En la madrugada del 16 de septiembre de 1810, hoy hace 200 años, el cura de Dolores, Miguel Hidalgo y Costilla, convocó al pueblo con el repique de campanas para levantarse en contra del “mal gobierno”.
Atinada interpretación de lo alcanzado por Hidalgo es la de Edmundo O’Gorman: “En el increíblemente corto espacio de 120 días, aquel teólogo criollo, cura de almas pueblerinas, galante, jugador, y dado a músicas y bailes, gran aficionado a la lectura y amante de las faenas del campo y de la artesanía, dio al traste con un gobierno de tres siglos de arraigo, porque si la vida no le alcanzó para saberlo, no hay duda que fue él quien hirió de muerte al virreinato”.
Recordemos antes el “estado en que se hallaba la América mexicana” desde 1808 cuando el síndico Francisco Primo de Verdad y el primer abogado Juan Francisco Azcárate, del Ayuntamiento de México, apoyados por fray Melchor de Talamantes, estimaron que con la deposición del monarca español Fernando VII por las tropas de Napoleón y su abdicación de la corona en Bayona, la Nueva España había quedado acéfala y procedía instalar una Junta que convocara a Cortes de todo el reino, cuestionando la autoridad del virrey Iturrigaray (Hidalgo, Carlos María de Bustamante, Empresas Editoriales, SA, México, 1953). A decir de fray Melchor, “No habiendo rey legítimo en la nación, no puede haber virreyes. No hay apoderado sin poderdante…”. Ese fue el fundamento ideológico-político que condujo en Querétaro a la sociedad secreta de los conspiradores Hidalgo, Allende, Aldama, Abasolo y Josefa Ortiz de Domínguez, principalmente, motivados por el golpe de Estado al virrey Iturrigaray por el rico comerciante Gabriel de Yermo.
¿Pero cuáles fueron los elementos del grito de Hidalgo emitidos aquella madrugada del 16 de septiembre de 1810? A decir de los Documentos para la Historia del México Independiente, “Insurgencia y República Federal 1808-1824”, en la excelente edición de Miguel Angel Porrúa, México 1986, fueron estos: ¡Viva la religión católica! ¡Viva Fernando VII! ¡Viva la patria! ¡Viva y reine por siempre en este continente americano nuestra sagrada patrona la Santísima Virgen de Guadalupe! y ¡Muera el mal gobierno!
Corrobora lo anterior el Oficio de excomunión publicado por Manuel Abad Queipo, obispo de Valladolid de Michoacán en la Gazeta Extraordinaria del Gobierno de México número 112, del viernes 28 de septiembre de 1810 en cuyo folio 809, se lee: “... E insultando á la religión y á nuestro soberano D. Fernando VII, pintó en su estandarte la imagen de nuestra augusta patrona nuestra Señora de Guadalupe, y le puso la inscripción siguiente: Viva nuestra Madre Santísima de Guadalupe. Viva Fernando VII. Viva la América. Y muera el mal gobierno...”. El grito de Hidalgo contiene un sincretismo de dos elementos españoles (la religión católica y Fernando VII) y dos autóctonos mexicanos (la patria y la Virgen de Guadalupe) mezclados en la misma proclama por el párroco de Dolores.
La palabra “grito”, que se preserva hasta nuestros días, me parece correcta para describir ese preciso instante que, con profunda intensidad, corresponde a la dramática separación de la incpiente nación, del “útero” de la “madre patria”. Fue un grito doloroso de un parto, en el que, como el nacimiento biológico, no puede estar exento de una gran vociferación por el sufrimiento del desprendimiento del nuevo ser y en el que están la matriz española y el producto, en este caso criollo, de la gestación. Entender que era el día y la hora del parto cuando la conspiración ya había sido descubierta, fue el indudable mérito del genio político de Hidalgo.
Pero sería el cura de Carácuaro en Valladolid, Michoacán, José María Morelos, quien al recoger la estafeta de Hidalgo en Indaparapeo el 20 de octubre de 1810, ideológicamente consuma el rompimiento con España, ya sin aludir a Fernando VII, en el Acta solemne de la Declaración de Independencia de la América Septentrional, el Congreso del Anáhuac reunido en Chilpancingo cuando “Declara solemnemente… que ha recobrado el ejercicio de su soberanía, usurpado; que en tal concepto, queda rota para siempre jamás y disuelta la dependencia del trono español; que es árbitro para establecer las leyes que le convenga para el mejor arreglo y felicidad interior…”. Todo esto es lo que hoy conmemoramos.
Investigador del IIJ de la UNAM
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