viernes, 24 de septiembre de 2010

CRISIS Y TRANSFORMACIÓN TRANSCAPITALISTA

Economía Moral
Se presentó el libro Para comprender la crisis capitalista actual
Julio Boltvinik / La Jornada
En un simbólico lugar, La Casa de la Primera Imprenta de América, situada además en una calle, Francisco Primo de Verdad, que lleva el nombre de quien fuera precursor de la independencia (lo que pagó con su vida) y que reivindicaba la idea de que la soberanía radica en el pueblo, se presentó ayer el libro Para comprender la crisis capitalista actual, publicado por la Fundación Heberto Castillo Martínez, AC, y que yo coordiné. El libro está formado por 8 capítulos a cargo de otros tantos autores, así como una Introducción que yo redacté. Recoge las memorias de un ciclo de tres mesas redondas, realizado en 2009 por la misma Fundación, en el cual nos propusimos examinar los orígenes, la especificidad y las consecuencias (en el Mundo y en México) de la crisis capitalista actual. Los autores que en él participan son (en el orden que aparecen sus capítulos): Víctor Flores Olea (UNAM), Arturo Guillén (UAM-Iztapalapa), Luis Arizmendi (UNAM y CIECAS-IPN), Armando Bartra (UAM-Xochimilco e Instituto Maya), Julio Boltvinik (Colmex, La Jornada y Evalúa DF), Araceli Damián (Colmex y El Financiero), Gerardo Esquivel (Colmex y UNAM), Pablo Yanes (UNAM y Evalúa, DF). Las entregas de Economía Moral del 8 de enero al 12 de febrero de este año reseñaron el contenido de 7 de los 8 capítulos de este libro; no incluí en ellas mi capítulo porque su contenido lo había desarrollado previamente con gran amplitud, incluso mayor a la que apareció en el libro, en 21 entregas de Economía Moral del 9 de enero al 5 de junio de 2009. Hoy quiero destacar los aspectos de transformación contenidos en algunos de los capítulos del libro.
Algunos de estos aspectos son propuestas explícitas. Otros están implícitos en algunos pronósticos formulados. Empiezo con éstos. Guillén dice que “el escenario más probable es un largo periodo de estancamiento”, lo que coincide con la predicción (condicionada a que se fortalezca la regulación financiera) de Magdoff y Foster, citados por Boltvinik. Bartra dice que “estamos entrando en un periodo de inestabilidad y turbulencia presumiblemente prolongado”. Rebasando con mucho la caracterización del momento histórico como crisis financiera o económica, Arizmendi habla de crisis epocal y Bartra le llama crisis si no terminal, cuando menos civilizatoria. Bartra dice, con gran tino, que el problema es de fondo y no se resuelve interviniendo temporalmente el mercado hasta que sane, ya que “al lucrar con el hombre y la naturaleza el capitalismo provoca devastación en los ecosistemas y en los sociosistemas”. Habiendo citado la frase “hoy por hoy el mercado no sana al mercado” (del Director del FMI) concluye: “es tiempo de ir buscando la puerta de salida porque esto se acabó”. También Arizmendi, Boltvinik y Yanes piensan que hay que ir pensando en el “después del capitalismo”. Arizmendi dice que “se requieren formas de lucha anticrisis que hagan valer anti y transcapitalistamente principios de seguridad de la reproducción nacional e internacional”. Boltvinik manifiesta su acuerdo con Foster-Magdoff que “el capitalismo es un sistema social enfermo e incapaz de enfrentar las condiciones del presente y que el camino parecería apuntar hacia las reformas radicales que salven al capitalismo al costo (para sus privilegiados) de acabar transformándolo en otro sistema social”. Yanes dice que “la disputa es entre una nueva refuncionalización del modelo de dominación y explotación, o una salida popular y democrática a la crisis, posneoliberal y por qué no, poscapitalista o anticapitalista”. Los demás autores no expresaron su intención de ir más allá del capitalismo, pero Damián aboga con mucha fuerza a favor del Ingreso Ciudadano Universal (ICU), en el que los otros cuatro autores centramos una parte de nuestra propuesta transcapitalista. Cuatro de los ocho autores (Bartra, no) nos manifestamos abiertamente a favor del ICU, estando concientes que es elemento central, no único, de un proceso radical de desmercantilización de la fuerza de trabajo (liberar al ser humano de la necesidad de vender su fuerza de trabajo) y de los elementos que le dan sustento y seguridad y nutren sus posibilidades de florecimiento humano. En mi texto, propongo algo que formaría una pinza fundamental con el ICU: “la conversión de todas las rentas de la tierra de privadas a públicas”.
En la Serie “La Tierra no es una mercancía” (entregas del 23 de agosto al 12 de septiembre), exploré las ideas de Henry George, socialista estadunidense del siglo XIX, en particular su propuesta de confiscar la renta de toda la tierra en la forma de un impuesto (predial) suficientemente alto. Llamémosle el impuesto George. No propuso expropiar la tierra sino sólo su renta. En China prevalece una situación similar: el Estado percibe toda la renta de la tierra en su calidad de propietario exclusivo. En el contexto del ICU, el impuesto George cobra un renovado atractivo al resolver uno de los problemas principales del ICU, su financiamiento. La sinergia entre ambas medidas sería enorme, ya que el ICU resolvería la parte menos defendible éticamente de confiscar la renta de la tierra: privar a quienes obtienen de la renta un ingreso modesto. Confiscar la renta de los grandes terratenientes, en cambio, no plantea dudas éticas. Su autor proponía que el impuesto George fuese el único impuesto. Sin embargo, en nuestro caso ello no sería así en la medida que tuviese que dedicarse totalmente a financiar el ICU. La necesidad lógica de ambas medidas para rescatar al capitalismo de esta crisis terminal, epocal o civilizatoria, y llevarlo a trascenderse a sí mismo, se aprecia al considerar que, a pesar de la recuperación de la economía de EU los niveles de desempleo siguen al mismo nivel que en el momento más profundo de la crisis. Crecimiento y empleo se han divorciado (véase la gráfica que muestra la creación casi nula de empleos durante periodos de crecimiento económico en los 3 países más grandes de la Unión Europea). Y ello a pesar de que el capitalismo se ha vuelto un obstáculo para el desarrollo de las fuerzas productivas. Como bien señala Arizmendi,
la “modernización tecnológica desarrolla la tendencia hacia la automatización total del proceso productivo [pero] el capitalismo imperiosamente tiene que imponer una tendencia inversa a mantener artificialmente a los trabajadores en la producción para garantizar su aprovisionamiento incesante de plusvalor, porque de otro modo padecería su muerte. Es porque tiene que impedir que la historia económica arribe a la automatización total, que la modernidad capitalista tiene que entremezclar progreso y devastación”.
La automatización total de los procesos productivos (no sólo en la industria, sino también en muchos servicios) sólo puede ser una amenaza para un sistema social en el cual no es el bienestar humano el propósito de la producción sino la acumulación de ganancias. En cualquier otra sociedad, la automatización total sería una bendición radical que pondría fin a la maldición bíblica de “ganarás el pan con el sudor de tu frente”, liberando la energía humana para fines más elevados como la creación y el amor al prójimo.

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