La tasa de paro será del 19,3% en 2011. Ello significa que la reforma laboral no habrá dado resultados
Los mercados de bonos intimidan al Gobierno más que los sindicatos y la opinión pública
JOAQUÍN ESTEFANÍA / EL PAÍS
James Carville, jefe de campaña de Bill Clinton, solía decir con ironía que si hubiese otra vida le habría gustado reencarnarse "como presidente de EE UU, Papa o gran bateador de béisbol". Pero, tras conocer la naturaleza implacable de los intereses económicos, dijo: "Ahora quisiera volver como mercado de bonos. Así podría intimidar a todo el mundo".
Rodríguez Zapatero, intimidado por la crisis de la deuda soberana de los pasados meses de mayo y junio y por la posibilidad de tener que pedir ayuda para España al FMI, en 24 horas dio un giro radical a su política económica y empezó a practicar lo contrario de lo que estaba haciendo y diciendo. Como las organizaciones sociales y el resto de los ciudadanos no pudieron seguirlo por la rapidez de esta contorsión y la falta de pedagogía sobre la misma, el Gobierno se ha encontrado con la incomprensión de la mayoría y con la huelga general de pasado mañana.
Los Presupuestos Generales de 2011, hasta donde se conocen, son la representación gráfica de este brusco giro desde las políticas de estímulo hacia el ajuste duro sin periodo de transición. Un verdadero mapa de la tristeza: congelación salarial para los funcionarios y los pensionistas, restricciones de la inversión pública, en el gasto en los Ministerios y en la oferta pública de empleo, subida de impuestos, etcétera. Todo con el objetivo básico de reducir el déficit público al 3% del Producto Interior Bruto (PIB) a una velocidad supersónica (de aquí al año 2013) y convencer a esos mercados de bonistas "intimidatorios" de que no actúen contra nuestro país. Por ello mismo es imposible que si la huelga general fuese un éxito el Gobierno pueda rectificar aunque quisiese: es el clásico dilema del prisionero de la teoría de juegos.
Pero ni siquiera con este plan de ajuste draconiano es seguro que se consiga convencer a unos mercados absolutamente soberanos en sus decisiones. Una de las malas costumbres del presidente del Gobierno es hacer profecías; cada vez que instala una en la opinión pública, la realidad se encarga de desmentirla. La última fue la declaración a The Wall Street Journal de que la crisis de la deuda se había acabado en España y en la eurozona. A pesar de que nuestro país parece haberse descolgado de los problemas y el desprestigio de la zona PIGS (Portugal, Italia, Grecia, España) y coloca bien sus bonos (aunque a precios bastante superiores a los de antes de la crisis), la semana pasada -es decir, los días inmediatos a las declaraciones de Zapatero- el riesgo en Irlanda y Portugal crecía y su coste superaba al que desencadenó el rescate de la eurozona y del FMI a Grecia. La partida que más crece en los Presupuestos corresponde a la del pago de los intereses de la deuda (un 17%, hasta llegar a los 27.000 millones de euros, solo por detrás de las rúbricas de las pensiones y del seguro de desempleo). Atentos a lo que sucede ahora en los mercados, tras un verano tranquilo.
Además, en los datos presentados por Elena Salgado a la salida del Consejo de Ministros hay otro dato devastador: la tasa de paro se mantendrá por encima del 19%, lo que significa que la reforma laboral en la que el Gobierno ha puesto todas sus complacencias no tendrá un reflejo positivo en la cifra de desempleo en el primer año y medio (está en vigor desde el mes de julio pasado) de su funcionamiento. Argumento que en sí mismo parece avalar la irritación sindical acerca de lo descompensado e inoperante de sus contenidos.
No se comprende más que como parte del lenguaje de madera que irrita crecientemente a los ciudadanos que se los presente como los "Presupuestos de la recuperación", como ha hecho la vicepresidenta Fernández de la Vega. Probablemente, rebajarán el déficit público, pero la convergencia real con el resto de los países de la UE se aleja con rapidez: no hay servicio de estudios privado ni organismo multilateral que no pronostique un retraso en la incorporación de España a la renqueante recuperación mundial.
Es posible que la crisis que generó la Gran Recesión se haya acabado por el momento, pero las secuelas de la misma y los peligros latentes y riesgos ocupan en nuestro país un lugar más significativo que en otras partes.
Los mercados de bonos intimidan al Gobierno más que los sindicatos y la opinión pública
JOAQUÍN ESTEFANÍA / EL PAÍS
James Carville, jefe de campaña de Bill Clinton, solía decir con ironía que si hubiese otra vida le habría gustado reencarnarse "como presidente de EE UU, Papa o gran bateador de béisbol". Pero, tras conocer la naturaleza implacable de los intereses económicos, dijo: "Ahora quisiera volver como mercado de bonos. Así podría intimidar a todo el mundo".
Rodríguez Zapatero, intimidado por la crisis de la deuda soberana de los pasados meses de mayo y junio y por la posibilidad de tener que pedir ayuda para España al FMI, en 24 horas dio un giro radical a su política económica y empezó a practicar lo contrario de lo que estaba haciendo y diciendo. Como las organizaciones sociales y el resto de los ciudadanos no pudieron seguirlo por la rapidez de esta contorsión y la falta de pedagogía sobre la misma, el Gobierno se ha encontrado con la incomprensión de la mayoría y con la huelga general de pasado mañana.
Los Presupuestos Generales de 2011, hasta donde se conocen, son la representación gráfica de este brusco giro desde las políticas de estímulo hacia el ajuste duro sin periodo de transición. Un verdadero mapa de la tristeza: congelación salarial para los funcionarios y los pensionistas, restricciones de la inversión pública, en el gasto en los Ministerios y en la oferta pública de empleo, subida de impuestos, etcétera. Todo con el objetivo básico de reducir el déficit público al 3% del Producto Interior Bruto (PIB) a una velocidad supersónica (de aquí al año 2013) y convencer a esos mercados de bonistas "intimidatorios" de que no actúen contra nuestro país. Por ello mismo es imposible que si la huelga general fuese un éxito el Gobierno pueda rectificar aunque quisiese: es el clásico dilema del prisionero de la teoría de juegos.
Pero ni siquiera con este plan de ajuste draconiano es seguro que se consiga convencer a unos mercados absolutamente soberanos en sus decisiones. Una de las malas costumbres del presidente del Gobierno es hacer profecías; cada vez que instala una en la opinión pública, la realidad se encarga de desmentirla. La última fue la declaración a The Wall Street Journal de que la crisis de la deuda se había acabado en España y en la eurozona. A pesar de que nuestro país parece haberse descolgado de los problemas y el desprestigio de la zona PIGS (Portugal, Italia, Grecia, España) y coloca bien sus bonos (aunque a precios bastante superiores a los de antes de la crisis), la semana pasada -es decir, los días inmediatos a las declaraciones de Zapatero- el riesgo en Irlanda y Portugal crecía y su coste superaba al que desencadenó el rescate de la eurozona y del FMI a Grecia. La partida que más crece en los Presupuestos corresponde a la del pago de los intereses de la deuda (un 17%, hasta llegar a los 27.000 millones de euros, solo por detrás de las rúbricas de las pensiones y del seguro de desempleo). Atentos a lo que sucede ahora en los mercados, tras un verano tranquilo.
Además, en los datos presentados por Elena Salgado a la salida del Consejo de Ministros hay otro dato devastador: la tasa de paro se mantendrá por encima del 19%, lo que significa que la reforma laboral en la que el Gobierno ha puesto todas sus complacencias no tendrá un reflejo positivo en la cifra de desempleo en el primer año y medio (está en vigor desde el mes de julio pasado) de su funcionamiento. Argumento que en sí mismo parece avalar la irritación sindical acerca de lo descompensado e inoperante de sus contenidos.
No se comprende más que como parte del lenguaje de madera que irrita crecientemente a los ciudadanos que se los presente como los "Presupuestos de la recuperación", como ha hecho la vicepresidenta Fernández de la Vega. Probablemente, rebajarán el déficit público, pero la convergencia real con el resto de los países de la UE se aleja con rapidez: no hay servicio de estudios privado ni organismo multilateral que no pronostique un retraso en la incorporación de España a la renqueante recuperación mundial.
Es posible que la crisis que generó la Gran Recesión se haya acabado por el momento, pero las secuelas de la misma y los peligros latentes y riesgos ocupan en nuestro país un lugar más significativo que en otras partes.
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