Iván Restrepo / La Jornada
Hace 12 años el gobierno del presidente William Clinton aprobó un ambicioso programa para atacar uno de los problemas más visibles y costosos de la sociedad estadunidense: la obesidad.
Era lugar común ilustrar este mal con personas del vecino país, el de mayor índice de obesidad en el mundo. Se atribuía a la mala alimentación, a que consumían muchas hamburguesas, papas fritas, helados y refrescos, que engordan y afectan el bienestar de las personas; a la falta de ejercicio y a las condiciones sociales y económicas de millones de familias, especialmente las de menos ingresos. Todo ello origina diversas enfermedades, como las cardiovasculares y la diabetes, que al sistema de salud le cuesta mucho atender, junto con las que padecen los adictos al tabaco.
En el programa se insistió en la necesidad de que la población se alimentara con base en dietas más balanceadas, ricas en frutas, cereales y verduras, de agua en vez de refrescos embotellados, y que fuera menos sedentaria, practicando algún deporte, caminando media hora al día. El programa fijó entre sus metas reducir la obesidad en 15 por ciento los primeros 10 años del nuevo milenio.
Finalizada la administración Clinton, su sucesor, George G. Bush, continuó la tarea. En varios estados (con California a la cabeza) se prohibió la publicidad y venta de refrescos y comida chatarra en escuelas, centros de salud y oficinas públicas. En paralelo, hubo “cabildeo” con las empresas elaboradoras de esos productos para que redujeran su contenido en grasas y azúcares.
En otros países la lucha contra la obesidad es política oficial e incluye preferentemente al sistema educativo y a la publicidad engañosa de las trasnacionales y sus productos, que hacen daño.
Aunque hoy en Estados Unidos uno de cada cuatro de sus habitantes es obeso y por eso tiene algún problema de salud, la estrategia gubernamental sobre la materia ha surtido efecto, pero no tanto como para cumplir la meta de reducir en 15 por ciento el número de obesos este 2010.
Luego de un descenso en los primeros seis años del programa, los últimos tres hubo un aumento de uno por ciento. Algunos especialistas lo atribuyen a la severa crisis económica que golpea a buena parte de la población, en especial a las clases media y pobre. La falta de empleo y de ingresos parece llevar al consumo de comida de menos calidad y a que, por la depresión, la gente abandone la sana costumbre de hacer ejercicio.
Esa crisis creó 5 millones más de personas muy pobres, que hoy suman 47 millones.
De todas formas, Estados Unidos perdió el cetro de tener el mayor porcentaje de obesos. Lo ostenta su vecino, México, donde casi 30 por ciento de su población padece ese problema; donde reina la comida chatarra, especialmente entre las mujeres. Abundan los estudios sobre salud y nutrición elaborados por el sector público en los que se ilustran las consecuencias que ese reinado le ocasiona a millones de mexicanos y los gastos que el sector salud debe sufragar para combatir el mal.
Por eso el gobierno sabe muy bien de lo que se habla cuando los especialistas insisten en atacarlo de raíz, comenzando por regular en las escuelas la venta de productos que hacen daño, así como la publicidad engañosa, especialmente en la televisión. Pero como se acaba de demostrar con la regulación oficial de productos chatarra en las escuelas, los que en verdad influyen e imponen su criterio son los grandes intereses económicos, por encima de los de la población. Y del gobierno, que gasta enormes sumas en atender las enfermedades causadas por el sobrepeso y la obesidad.
No debe extrañar entonces si el licenciado Felipe Calderón asiste a la inauguración de un nuevo estadio de futbol en Guadalajara, el de las Chivas. Y lo elogia. Se creía exclusivo del dueño de la marca de productos Omnilife. Pero el verdadero patrocinador del citado equipo es la Pepsi, fabricante además de Gatorade, la bebida que, dicen, es “la marca líder en hidratación de deportistas”. “¡Pepsi refresca cada grito de los aficionados!”, se afirma en un anuncio. También, que con ese refresco se alienta la actividad física, el deporte. Con estos patrocinios y respaldos, tenemos obesidad para rato.
Hace 12 años el gobierno del presidente William Clinton aprobó un ambicioso programa para atacar uno de los problemas más visibles y costosos de la sociedad estadunidense: la obesidad.
Era lugar común ilustrar este mal con personas del vecino país, el de mayor índice de obesidad en el mundo. Se atribuía a la mala alimentación, a que consumían muchas hamburguesas, papas fritas, helados y refrescos, que engordan y afectan el bienestar de las personas; a la falta de ejercicio y a las condiciones sociales y económicas de millones de familias, especialmente las de menos ingresos. Todo ello origina diversas enfermedades, como las cardiovasculares y la diabetes, que al sistema de salud le cuesta mucho atender, junto con las que padecen los adictos al tabaco.
En el programa se insistió en la necesidad de que la población se alimentara con base en dietas más balanceadas, ricas en frutas, cereales y verduras, de agua en vez de refrescos embotellados, y que fuera menos sedentaria, practicando algún deporte, caminando media hora al día. El programa fijó entre sus metas reducir la obesidad en 15 por ciento los primeros 10 años del nuevo milenio.
Finalizada la administración Clinton, su sucesor, George G. Bush, continuó la tarea. En varios estados (con California a la cabeza) se prohibió la publicidad y venta de refrescos y comida chatarra en escuelas, centros de salud y oficinas públicas. En paralelo, hubo “cabildeo” con las empresas elaboradoras de esos productos para que redujeran su contenido en grasas y azúcares.
En otros países la lucha contra la obesidad es política oficial e incluye preferentemente al sistema educativo y a la publicidad engañosa de las trasnacionales y sus productos, que hacen daño.
Aunque hoy en Estados Unidos uno de cada cuatro de sus habitantes es obeso y por eso tiene algún problema de salud, la estrategia gubernamental sobre la materia ha surtido efecto, pero no tanto como para cumplir la meta de reducir en 15 por ciento el número de obesos este 2010.
Luego de un descenso en los primeros seis años del programa, los últimos tres hubo un aumento de uno por ciento. Algunos especialistas lo atribuyen a la severa crisis económica que golpea a buena parte de la población, en especial a las clases media y pobre. La falta de empleo y de ingresos parece llevar al consumo de comida de menos calidad y a que, por la depresión, la gente abandone la sana costumbre de hacer ejercicio.
Esa crisis creó 5 millones más de personas muy pobres, que hoy suman 47 millones.
De todas formas, Estados Unidos perdió el cetro de tener el mayor porcentaje de obesos. Lo ostenta su vecino, México, donde casi 30 por ciento de su población padece ese problema; donde reina la comida chatarra, especialmente entre las mujeres. Abundan los estudios sobre salud y nutrición elaborados por el sector público en los que se ilustran las consecuencias que ese reinado le ocasiona a millones de mexicanos y los gastos que el sector salud debe sufragar para combatir el mal.
Por eso el gobierno sabe muy bien de lo que se habla cuando los especialistas insisten en atacarlo de raíz, comenzando por regular en las escuelas la venta de productos que hacen daño, así como la publicidad engañosa, especialmente en la televisión. Pero como se acaba de demostrar con la regulación oficial de productos chatarra en las escuelas, los que en verdad influyen e imponen su criterio son los grandes intereses económicos, por encima de los de la población. Y del gobierno, que gasta enormes sumas en atender las enfermedades causadas por el sobrepeso y la obesidad.
No debe extrañar entonces si el licenciado Felipe Calderón asiste a la inauguración de un nuevo estadio de futbol en Guadalajara, el de las Chivas. Y lo elogia. Se creía exclusivo del dueño de la marca de productos Omnilife. Pero el verdadero patrocinador del citado equipo es la Pepsi, fabricante además de Gatorade, la bebida que, dicen, es “la marca líder en hidratación de deportistas”. “¡Pepsi refresca cada grito de los aficionados!”, se afirma en un anuncio. También, que con ese refresco se alienta la actividad física, el deporte. Con estos patrocinios y respaldos, tenemos obesidad para rato.
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