José Fernández Santillán / El Universal
Para José Luis Césares Navarrete
In memoriam
Cuenta Luis Martínez que en las fiestas del Centenario de la Independencia, o sea, en septiembre de 1910, hubo consenso entre las señoras asistentes de que la mujer más elegante y bella de las visitantes fue María de los Ángeles Polavieja, hija del embajador especial de España, el marqués de Polavieja. Otro detalle que vale la pena recordar de aquellos convites porfirianos, es que Rubén Darío fue el representante de Nicaragua, pero nunca llegó a presentar sus cartas credenciales porque el gobierno de su país fue derrocado y se consideró inapropiado recibirlo. Esta falta de reconocimiento del autor de Azul provocó una protesta estudiantil que, según se afirma, fue uno de los antecedentes de la rebelión social que dos meses más adelante estallaría.
Algunas misiones trajeron regalos: el rey de España mandó atuendos y objetos de José María Morelos que había confiscado el virrey Calleja; el gobierno de Francia restituyó las llaves de la ciudad que los conservadores le entregaron al general Forey en 1863, cuando el ejército de Luis Bonaparte invadió México.
Varias de las colonias extranjeras residentes en México obsequiaron efigies a la ciudad: la alemana, de Humboldt; la francesa, de Pasteur; la española, de Isabel La Católica; la estadounidense, de Washington; la italiana, de Garibaldi; la turca, el reloj otomano, que está en la esquina de Venustiano Carranza y Bolívar, y la china, el reloj que está en Bucareli.
Mención especial merece la fundación de la Universidad Nacional de México. Entre los actos inaugurales estuvo el otorgamiento de los doctorados honoris causa al historiador español Rafael Altamira y Crevea, a Emilio Adolfo Behring por su descubrimiento del suero antidiftérico, a Alfonso Laverán por su descubrimiento del microbio de paludismo, a José Lister por sus trabajos sobre la antisepsia, al filántropo mexicano Gabriel Mancera, al historiador mexicano Agustín Rivera y a Teodoro Roosevelt por sus servicios pacifistas.
Para la inauguración de la Universidad Nacional vinieron representantes de prestigiadas universidades. Las de París y California fueron las madrinas. También estuvieron presentes Oxford, Genéve, Oviedo, Harvard, Yale, La Habana, Pennsylvania, Princeton, Columbia, Friedrich-Wilhelm de Berlín, Northwestern, Washington, Illinois, Cornell, Nebraska, Syracuse y Texas, el Colegio de Francia y el Instituto Tecnológico de Massachusetts. Todos ellos, con toga y birrete, hicieron un desfile que se conoce protocolariamente como “la procesión”.
Estos datos están contenidos en el libro Antología del Centenario. Fue elaborado por el entonces secretario de Instrucción Pública, don Justo Sierra, su secretario particular Luis G. Urbina, y también Pedro Henríquez Ureña y Nicolás Rangel. De acuerdo con lo que refiere Luis Martínez en la introducción de la Antología, este equipo de prohombres se reunía a trabajar “en un salón que era la antesala del secretario particular del ministro”, con el objeto de llevar a cumplimiento el proyecto editorial aludido.
Los volúmenes contienen extractos seleccionados, entre otros autores, de fray Manuel de Navarrete, Agustín Pomposo Fernández de San Salvador, Francisco Severo Maldonado, José Joaquín Fernández de Lizardi, fray Servando Teresa de Mier y José Miguel Guridi Alcocer.
Valdría la pena rescatar hoy esta Antología para darle un poquito más de realce, aunque sea a destiempo, a las celebraciones del Bicentenario.
Profesor de la Escuela de Humanidades del ITESM-CCM
Para José Luis Césares Navarrete
In memoriam
Cuenta Luis Martínez que en las fiestas del Centenario de la Independencia, o sea, en septiembre de 1910, hubo consenso entre las señoras asistentes de que la mujer más elegante y bella de las visitantes fue María de los Ángeles Polavieja, hija del embajador especial de España, el marqués de Polavieja. Otro detalle que vale la pena recordar de aquellos convites porfirianos, es que Rubén Darío fue el representante de Nicaragua, pero nunca llegó a presentar sus cartas credenciales porque el gobierno de su país fue derrocado y se consideró inapropiado recibirlo. Esta falta de reconocimiento del autor de Azul provocó una protesta estudiantil que, según se afirma, fue uno de los antecedentes de la rebelión social que dos meses más adelante estallaría.
Algunas misiones trajeron regalos: el rey de España mandó atuendos y objetos de José María Morelos que había confiscado el virrey Calleja; el gobierno de Francia restituyó las llaves de la ciudad que los conservadores le entregaron al general Forey en 1863, cuando el ejército de Luis Bonaparte invadió México.
Varias de las colonias extranjeras residentes en México obsequiaron efigies a la ciudad: la alemana, de Humboldt; la francesa, de Pasteur; la española, de Isabel La Católica; la estadounidense, de Washington; la italiana, de Garibaldi; la turca, el reloj otomano, que está en la esquina de Venustiano Carranza y Bolívar, y la china, el reloj que está en Bucareli.
Mención especial merece la fundación de la Universidad Nacional de México. Entre los actos inaugurales estuvo el otorgamiento de los doctorados honoris causa al historiador español Rafael Altamira y Crevea, a Emilio Adolfo Behring por su descubrimiento del suero antidiftérico, a Alfonso Laverán por su descubrimiento del microbio de paludismo, a José Lister por sus trabajos sobre la antisepsia, al filántropo mexicano Gabriel Mancera, al historiador mexicano Agustín Rivera y a Teodoro Roosevelt por sus servicios pacifistas.
Para la inauguración de la Universidad Nacional vinieron representantes de prestigiadas universidades. Las de París y California fueron las madrinas. También estuvieron presentes Oxford, Genéve, Oviedo, Harvard, Yale, La Habana, Pennsylvania, Princeton, Columbia, Friedrich-Wilhelm de Berlín, Northwestern, Washington, Illinois, Cornell, Nebraska, Syracuse y Texas, el Colegio de Francia y el Instituto Tecnológico de Massachusetts. Todos ellos, con toga y birrete, hicieron un desfile que se conoce protocolariamente como “la procesión”.
Estos datos están contenidos en el libro Antología del Centenario. Fue elaborado por el entonces secretario de Instrucción Pública, don Justo Sierra, su secretario particular Luis G. Urbina, y también Pedro Henríquez Ureña y Nicolás Rangel. De acuerdo con lo que refiere Luis Martínez en la introducción de la Antología, este equipo de prohombres se reunía a trabajar “en un salón que era la antesala del secretario particular del ministro”, con el objeto de llevar a cumplimiento el proyecto editorial aludido.
Los volúmenes contienen extractos seleccionados, entre otros autores, de fray Manuel de Navarrete, Agustín Pomposo Fernández de San Salvador, Francisco Severo Maldonado, José Joaquín Fernández de Lizardi, fray Servando Teresa de Mier y José Miguel Guridi Alcocer.
Valdría la pena rescatar hoy esta Antología para darle un poquito más de realce, aunque sea a destiempo, a las celebraciones del Bicentenario.
Profesor de la Escuela de Humanidades del ITESM-CCM
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