martes, 28 de septiembre de 2010

POLÍTICA MONETARIA Y CREDITICIA, PROMOTORA DEL DESARROLLO

Jesús Alberto Cano Vélez (*)
Desde que el Banco de México integró en su acervo de instrumentos, los propios de un banco central --una década después de su creación en 1925-- la política monetaria y crediticia ha tenido papel importante, regulando la moneda nacional en términos de las monedas extranjeras así como la cantidad de dinero requerida por las transacciones económicas, y regulando también el monto del crédito.
¿Qué tanto pueden afectar estas variables a una economía y un país? La respuesta es que mucho: para bien y para mal.
Por ejemplo, después de los años inflacionarios del Siglo XX, desde la segunda mitad de la década de los 70s, hasta los 90s, la política del banco central estuvo totalmente dedicada a la estabilización económica, para volver a tomar control de las cuentas externas y de los precios internos, afectados por una larga etapa de elevada inflación.
Aquella lucha implicó casi 25 años de restricción monetaria y crediticia. Su objetivo fue bajarle la temperatura a la inflación, que había alcanzado los doble dígitos como nunca antes en la historia de México. El consecuente freno de la economía fue doloroso por su impacto recesivo en el producto interno bruto y en el empleo.
Y hoy la inflación no es más. Pero no obstante ello, al Banco de México se le atoró el pie en el freno, porque ha seguido aplicando políticas anti-inflacionarias, especialmente en las últimas dos décadas, y todavía hoy, no obstante que la inflación ya entró bajo control.
Es decir, tan nos quemamos, que hasta al jocoque le siguen soplando las autoridades económicas de México.
Es tiempo ya --inclusive, urgente-- que la política económica, con la monetaria y crediticia a la cabeza, revierta sus políticas anti-inflacionarias de estabilización, porque generan fuerzas recesivas en la economía; producen desempleo de la fuerza laboral y de los bienes de capital de las empresas; debilitan al sector productivo; reducen el salario de los trabajadores; y favorecen las compras al exterior por las ventas de bienes importados, ante la falta de bienes de producción nacional.
¿Qué medicina habría que modificar?
Para tener una idea, vale la pena regresar al pasado; a nuestros mejores años en que la economía crecía a ritmos anuales de 6.5%, y con una muy modesta elevación en el nivel de precios, de 3% en promedio anual.
Para empezar, la política monetaria y crediticia nos debe proteger de los movimientos inesperados y especulativos en el tipo de cambio de las monedas extranjeras. Asimismo, debe facilitar la disponibilidad de crédito interno a empresas, para apoyar los procesos productivos de los bienes nacionales, y las tasas de interés deben tender a la baja, para favorecer el crédito a la producción en vez de para atraer ahorros externos con altos rendimientos o el crédito caro al consumo familiar en tarjetas de crédito.
Se necesita una regulación sistemática de dichas variables para asegurar la suficiencia de dinero y crédito requerida por la maquinaria productiva y comercial del país. Nuestra experiencia fue tan favorable, con aquella regulación de los años exitosos, que las cuentas con el exterior a 12.50 pesos por dólar no sufrieron movimiento alguno sino hasta 22 años después --de 1954 a 1976.
Había equilibrio interno y externo en la economía mexicana, con un ritmo de crecimiento anual de 6.5% e inflación de 3%, que llevó a aumentar el salario real de la mayoría de los trabajadores; una condición muy favorable para generar desarrollo económico y paz social.
Evidentemente, la monetaria y crediticia era solamente una de las políticas económicas. Luego tendremos que analizar el instrumento crediticio, el hacendario; las acciones de la banca comercial y de desarrollo; la política comercial y la política de promoción en la producción de los sectores que se quieran favorecer, para elevar la productividad y los ingresos de los segmentos más pobres de la población, y así salgan de su pobreza sobre la base de su propia generación de ingresos, por sus trabajo, y no por las dádivas recibidas.
(*) Presidente de El Colegio Nacional de Economistas

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