martes, 21 de septiembre de 2010

SOLUCIÓN POLÍTICA PARA LA PROBLEMÁTICA ECONÓMICA

Jesús Alberto Cano Vélez(*) / Excelsior
Un nutrido grupo de economistas mexicanos, profundamente preocupados por la evolución de la economía en el último cuarto de siglo de cuasi-estancamiento, escuchamos con expectación las palabras del Presidente Calderón, en su diálogo público reciente en el Ángel de la Independencia, con los presidentes de las dos cámaras legislativas federales y frente a un nutrido grupo de hombres de Estado.
Los presidentes del Senado y de la Cámara de Diputados tendieron la mano al Ejecutivo para que conjuntamente --los Poderes-- dieran solución a los problemas graves que aquejan a México, como la pobreza y el desempleo, que ha causado en México la Recesión Mundial, misma que parecía ir en retirada, después de un primer semestre 2010, de éxito productivo, en el sector industrial mexicano.
Pero la crisis de la economía mundial viene de vuelta y ahora dicta que es el momento de dar un viraje a la política económica y dejar de utilizar todas las políticas públicas como si la lucha siguiera siendo contra la inflación; cuando esa ya no amenaza como antes. Hoy luchamos contra otros monstruos más peligrosos y dañinos, que son el desempleo y subempleo, y el peor de todos: la pobreza de cerca del 50% de la población.
El manejo de las finanzas públicas y su compañera obligada, la política monetaria y crediticia, deben ahora canalizar recursos de manera que induzca una reactivación de la economía y genere empleos permanentes y de largo plazo en el país.
Para iniciar, sería muy recomendable que el nivel del gasto público del próximo año fuera superior al planteado en el proyecto de presupuesto, presentado recientemente por el Ejecutivo a la Cámara de Diputados, no obstante que implique un déficit fiscal mayor, que genere un aumento en la demanda agregada y requiera de un mayor financiamiento público.
Una economía, como se ha constatado en el México del pasado y en otros países en la actualidad, responde con mayor oferta a una demanda mayor, cuando hay desempleo de mano de obra y capacidad productiva ociosa en las empresas, como es el caso de México hoy. En otras palabras, una mayor demanda agregada no suscita presiones inflacionarias sino que genera empleos para producir lo adicional que la sociedad demanda.
El instrumento más utilizado por el gobierno de México, durante los años del “milagro mexicano”, era la programación financiera, que calculaba la capacidad crediticia del sistema bancario nacional y la capacidad de la economía para absorber financiamiento externo neto y con eso calcular lo que de ello requeriría la iniciativa privada para de ahí determinar lo que habría disponible para financiar al sector público, sin generar presiones inflacionarias.
Dicho sistema funcionó muy bien durante casi 25 años y le permitió a México una etapa de crecimientos anuales del PIB de 6.5%, en términos reales y con inflaciones también anuales de 3% en promedio. Esa experiencia de México constituyó un hito que muchos otros países buscaron replicar. Pero es muy importante recordar que el otro ingrediente que hizo de este esquema exitoso fue el uso que se le dio a esos recursos gubernamentales adicionales: se gastó en inversión; no fue para gasto corriente, improductivo.
Hoy día, con sus propios instrumentos y políticas públicas, países como los Estados Unidos, Brasil, China, Bolivia, Argentina, Perú, Uruguay y diversos otros socios asiáticos de China, están venciendo las amenazas de la Recesión Mundial que inició en 2008, con similares instrumentos de desarrollo y prometen convertirse en los motores del desarrollo del mundo, para los próximos años.
México podría formar parte en ese cuadro ganador, sólo le falta una visión de futuro y acuerdos entre nuestra clase gobernante.
La apertura está dada. Ya se pudo ver en las negociaciones públicas que atestiguamos muchos la mañana del 16 de septiembre, en las gradas del monumento del Ángel de la Independencia entre el presidente de la República y los presidentes de las Cámaras legislativas federales, del Senado de la República y de la Cámara de Diputados.
¡Que sea para el bien de México!
(*) Presidente de El Colegio Nacional de Economistas

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