Ni que decir tiene que esto
pintará mal si Mitt Romney gana en las elecciones de noviembre
Paul Krugman / El País
La
esperanza es lo último que se pierde. Durante unas horas estuve dispuesto a
aplaudir a Mitt Romney por hablar sinceramente de lo que significan realmente
sus exigencias de tener un Estado más pequeño.
Pero
olvídenlo. A renglón seguido, el candidato volvió a su yo normal, y negó que
hubiese dicho lo que dijo, y ofreció muchas excusas que se contradecían entre
ellas. Pero vamos a hablar de las verdades que dijo accidentalmente, y de lo
que revelan.
En los
comentarios que Romney trató de desmentir más tarde ridiculizaba al presidente
Obama: “Dice que necesitamos más bomberos, más policías y más profesores”. Y
acto seguido afirmaba: “Es hora de que recortemos el Estado y ayudemos a los
estadounidenses”.
Pueden
ver por qué estaba dispuesto a darle puntos por su sinceridad. Por una vez
admitió de hecho lo que sus aliados y él quieren decir cuando hablan de reducir
el Estado. A los conservadores les encanta hacer creer que existen enormes
legiones de burócratas públicos que nadie sabe qué están haciendo; en realidad,
la mayor parte de los trabajadores públicos son empleados que trabajan en la
enseñanza (maestros) o en la protección pública (agentes de policía y
bomberos).
Entonces,
¿deshacerse de los maestros, de los agentes de policía y de los bomberos
ayudaría a los estadounidenses? Bien, algunos republicanos preferirían que los
estadounidenses recibiesen menos formación. ¿Recuerdan que Rick Santorum
describía a las universidades como “fábricas de adoctrinamiento”? De todas
formas, ni el deterioro de la enseñanza ni el empeoramiento de la protección
son temas de los que quiera hablar el Partido Republicano.
Pero la cuestión más relevante por el momento es
saber si los recortes de empleos públicos que aplaude Romney son buenos o malos
para la economía. Y ahora disponemos de muchas pruebas relacionadas con esa
cuestión.
En primer
lugar, está nuestra propia experiencia. Los conservadores les harán creer que
nuestros decepcionantes resultados económicos han sido causados en cierta
manera por el excesivo gasto del Gobierno, y eso impide al sector privado crear
empleo. Pero la realidad es que el crecimiento del empleo del sector privado ha
sido más o menos igual que el de las recuperaciones de las dos últimas
recesiones; la gran diferencia esta vez es la caída sin precedentes del empleo
público, que cuenta ahora con 1,4 millones de puestos de trabajo menos que si
hubiese aumentado tan rápido como lo hizo con el presidente George W. Bush.
Y si
tuviésemos esos puestos de trabajo adicionales, la tasa de desempleo sería
mucho más baja de lo que es: algo así como del 7,3% en vez del 8,2%. Sin duda
alguna, parece que recortar el Estado cuando la economía se encuentra en una
profunda depresión resulta más perjudicial que beneficioso para los
estadounidenses.
Sin
embargo, la prueba realmente decisiva sobre los recortes del Estado proviene de
Europa. Piensen en el caso de Irlanda, que ha recortado 28.000 puestos de
trabajo públicos desde 2008, lo que equivale, en proporción a la población, a
despedir a 1,9 millones de trabajadores estadounidenses. Estos recortes fueron
aplaudidos por los conservadores, que vaticinaron grandes resultados. “La
economía irlandesa está dando muestras alentadoras de recuperación”, declaró
Alan Reynolds, del Instituto Cato, en junio de 2010.
Pero la
recuperación nunca llegó; el desempleo irlandés supera actualmente el 14%. La
experiencia irlandesa demuestra que la austeridad ante una economía deprimida
es un terrible error que se debe evitar si es posible.
Y el
hecho es que en Estados Unidos es posible. Pueden alegar que los países como
Irlanda tuvieron, y tienen, unas opciones políticas muy limitadas. Pero Estados
Unidos —que, a diferencia de Europa, tiene un Gobierno federal— tiene una forma
fácil de dar marcha atrás en los recortes de empleo que están matando la
recuperación: puede hacer que las reservas federales, que pueden pedir prestado
dinero a unos tipos históricamente bajos, proporcionen una ayuda que permita a
los Estados y a los Ayuntamientos capear las épocas malas. Eso, básicamente, es
lo que el presidente estaba proponiendo y de lo que Romney se estaba burlando.
Por eso,
el exgobernador de Massachusetts estaba diciendo la verdad la primera vez: al
oponerse a ayudar a los Estados y a los Ayuntamientos acosados por los
problemas, está en realidad pidiendo más despidos de maestros, de policías y de
bomberos.
En
realidad, es un poco irónico. Mientras que a los republicanos les encanta
arremeter contra Europa, son en realidad los que quieren emular la austeridad
al estilo europeo y sufrir una depresión al estilo europeo.
Y no es
solo una deducción. La semana pasada, R. Glenn Hubbard, de la Universidad de
Columbia, uno de los principales asesores de Romney, publicó un artículo en un
periódico alemán en el que instaba a los alemanes a ignorar el consejo de Obama
y a que siguieran llevando a cabo sus políticas de línea dura. Al hacerlo,
Hubbard estaba desautorizando la política exterior de un presidente en
ejercicio. Y lo que es más importante, sin embargo, estaba prestando su apoyo a
una política que se está hundiendo mientras leen esto.
De hecho,
casi todo aquel que sigue la situación actual se da cuenta de que la obsesión
alemana por la austeridad ha llevado a Europa al borde de la catástrofe, es
decir, a casi todos, menos a los propios alemanes, y miren por dónde, al equipo
económico de Romney.
Ni que
decir tiene que esto pinta mal si Romney gana en noviembre. Todos los indicios
apuntan a que su idea de política inteligente consiste en redoblar los mismísimos
recortes de gasto que han impedido la recuperación en Estados Unidos y que han
hecho que Europa entre en una barrena económica y política.
Paul
Krugman es
profesor de Economía de Princeton y premio Nobel 2008
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