Durante la
burbuja de crédito se configuraron relaciones de connivencia entre banqueros y
políticos
El factor que explica mejor la mayor
intensidad en España de la recesión es la sequía de crédito
La terapia adecuada era conectar los
bancos intoxicados al sector público para extraer los elementos tóxicos y
sanear los bancos
Antón Costas / El País
Con el paso
del tiempo, los historiadores podrán documentar mejor lo que hoy, no obstante,
es ya una evidencia muy clara: la causa principal de lo que nos está pasando
son las relaciones incestuosas que se fueron creando a lo largo de las últimas
décadas entre banqueros y políticos. Esas relaciones se han convertido en
amistades peligrosas cuyas consecuencias estamos pagando, de formas diversas,
todos los ciudadanos.
El factor
que explica mejor la mayor intensidad en España de la recesión, del desempleo y
de la pobreza en comparación con otros países no es nuestro mercado de trabajo,
sino la mayor sequía de crédito. Por lo tanto, esos mayores costes económicos y
sociales de la crisis hay que contabilizarlos en el pasivo de esas relaciones
entre banqueros y políticos.
El no querer
exigir responsabilidades está llevando al Gobierno a buscar soluciones que no
son tales, sino amaños para ocultar y no exigir responsabilidades. El caso de
Bankia es paradigmático. Solo encuentro una explicación inteligible a la forma
técnicamente tan torpe como se está gestionando políticamente su grave
situación financiera: que a pesar de todo lo que llevamos vivido aún no se han
roto esas amistades peligrosas entre banqueros y políticos. No se ha querido
responsabilizar a los antiguos directivos y consejeros de los fracasos de
gestión y los desmanes, porque eso fueron, entre otras, las operaciones de
venta fraudulenta de las preferentes a ahorradores y pensionistas incautos
abusando de su confianza, o la precipitada salida a Bolsa, que ha dejado a
miles de pequeños inversores en la ruina.
¿Cómo
explicar que hasta ahora, al contrario de lo que en EE UU o Reino Unido, ningún
Parlamento, ya sea el de Madrid o de las autonomías, haya abierto una
investigación sobre esas responsabilidades? Solo tomando en consideración esas
amistades es posible entender esta inacción política.
Pero dado que las consecuencias no se han acabado,
como diré más adelante, vale la pena ver cómo se fueron articulando esas
amistades peligrosas.
En primer
lugar, durante la etapa de burbuja de crédito y del boom inmobiliario se fueron
configurando unas relaciones de connivencia e interés mutuo entre banqueros y
políticos. Los primeros financiaron proyectos públicos o privados de discutible
rentabilidad a largo plazo y, a cambio, los segundos, que tenían
responsabilidades de supervisión, a nivel autonómico y central, cerraron los
ojos al elevado riesgo crediticio y su concentración, una actividad tan volátil
como la promoción inmobiliaria y la compra de suelo. Esos riesgos fueron mucho
más elevados allí donde la amistad fue más próxima e incestuosa, como en el
caso de Castilla-La Mancha, Valencia y Madrid, entre otros. La consecuencia fue
que el balance de muchas cajas y bancos se llenó de activos de riesgo valorados
en balance a precios muy inflados.
Cuando el
flujo de crédito internacional se acabó y cajas y bancos no pudieron seguir
endeudándose, la burbuja inmobiliaria pinchó y la economía entró en recesión.
Los precios de esos activos se desplomaron, quedando en los balances como
elementos tóxicos que amenazaban la solvencia e impedían a la banca ejercer la
función social que la justifica: suministrar crédito a empresas y familias.
En ese
momento, como ocurre cuando los riñones de una persona dejan de funcionar como
consecuencia de años de ingerir sustancias tóxicas, la terapia adecuada era
practicar una diálisis bancaria; es decir, conectar los bancos intoxicados al
sector público (nacionalización) para extraer los elementos tóxicos y sanear
los bancos para que pudiesen seguir haciendo su función de suministro de
crédito al cuerpo económico.
Pero esa diálisis es cara y hay que hacerla con
recursos públicos, como hicieron EE UU o Reino Unido. Para ello había que
explicar a los contribuyentes que convenía rescatar a los bancos, pero no a los
banqueros, y que se iban a exigir responsabilidades de todo tipo a directivos,
accionistas y acreedores, impidiendo sobresueldos, indemnizaciones, pensiones
de escándalo y dividendos ficticios. Es decir, como hizo Suecia en 1992 en
circunstancias similares, cuando practicó esa diálisis creando los llamados
bancos malos, pero buscando legitimidad política para hacerlo.
Pero en
España, al no querer exigir esas responsabilidades, primero el Gobierno de
Rodríguez Zapatero y ahora el de Mariano Rajoy, buscaron las soluciones en
amaños que acaban complicando las cosas. Eso es lo que ha ocurrido con las
fracasadas fusiones de conveniencia, como si la biología y el sentido común no
nos enseñase que la unión entre un infectado y uno sano no acaba con los dos
infectados. O con la torpe gestión del caso de Bankia, una muestra clara de que esas
amistades peligrosas continúan condicionando la solución a la crisis bancaria.
Y con ella, la salida a la crisis y la vida de muchos ciudadanos.
Por
desgracia, los efectos dañinos de esas amistades son aún más amplios. La dimisisión forzada del gobernador del Banco de España es un ejemplo, con lo que significa de pérdida de
reputación de una institución básica. Como lo fue antes la perdida de
reputación de la Intervención General del Estado. O la pérdida de virtudes
cívicas que provocará la amnistía fiscal a los ricos. O la amnistía penal concedida
hace unas semanas a algunos banqueros. Estamos ante un quebranto de virtudes
cívicas e instituciones que son esenciales para buen funcionamiento de la
economía, la sociedad y la democracia. Virtudes e instituciones que una vez
deterioradas será muy difícil reconstruir.
No sé de
donde puede venir, pero necesitamos con urgencia una regeneración de la
política que acabe con la cultura de irresponsabilidad de las élites
financieras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario