José Fernández Santillán / El Universal
En la conmemoración oficial del bicentenario de la Independencia de nuestro país hay una paradoja: de una parte, ha habido un bombardeo publicitario agobiante; de otra, se nota a leguas un vacío de contenido. Como si se quisiera que en esta efeméride la atención se pusiera en la celebración más que en la reflexión. E incluso, a decir verdad, ni siquiera las celebraciones han tenido el impacto y la amplitud que hubieran merecido. Comparadas con lo que hace cien años fueron los festejos porfirianos en recuerdo de la gesta heroica iniciada por don Miguel Hidalgo y Costilla, la iniciativa calderonista se quedó corta.
La Presidencia de la República perdió una oportunidad de oro para ponerse a la cabeza de las emociones populares, asumir un liderazgo auténtico y, acaso, darle un giro a lo que ha sido hasta ahora la conducción del país. En lugar de eso, se quedó parapetada en lo que ha sido su caballito de batalla: la política virtual de los spots publicitarios, la estridencia del marketing que, efectivamente, contrastan con la carencia de ideas. El Ejecutivo federal no se logró enganchar con lo que son, parafraseando a don José María Morelos y Pavón, “los sentimientos de la Nación”. Y si no lo hizo hoy, será muy difícil que lo haga en lo que le resta del sexenio.
Pero ¿a qué ideas me refiero? Pues, sin lugar a dudas, a aquellas que nutrieron a lo que han sido llamadas “las revoluciones liberales” de los siglos XVIII y XIX. La Independencia Americana (1776), la Revolución Francesa (1789) y, siguiendo esa onda expansiva, las guerras de liberación de las colonias españolas entre las cuales estaba, precisamente, la Nueva España. Son las ideas de la ilustración entre cuyos autores se encuentran Voltaire, Denis Diderot, Jean Le Rond d´Alembert y, en el ámbito político, Thomas Hobbes, Baruch Spinoza, John Locke, Immanuel Kant y Jean-Jacques Rousseau. Ellos fueron leídos profusamente por nuestros insurgentes.
Vivimos, a querer o no, en el mundo inaugurado por el iluminismo. En este sentido, podemos hacer nuestro lo dicho por Francois Furet en el bicentenario de la Revolución Francesa (1989): “Una nueva cercanía ha nacido de la distancia”. Algunos de los principios del iluminismo político son: el laicismo, la dignidad humana, la tolerancia, las garantías individuales, la igualdad política y social, el sometimiento del poder a la ley, el Estado al servicio del pueblo, el conocimiento y la educación como armas para sacar a los individuos de la miseria y la ignorancia, el ejercicio honesto del gobierno.
Se trata de conceptos que mal se concilian con el conservadurismo en boga. De allí la reluctancia a ir más a fondo en lo que significa la Independencia y de su actualidad como proyecto histórico de largo alcance.
Conviene señalar que, a nivel internacional, hay una corriente de pensamiento conocida como “neoiluminismo” que reivindica el valor de la modernidad y que enarbola los principios antes citados, acoplados, claro está, a las condiciones actuales. De ella formó parte, de manera destacada, Norberto Bobbio, autor que ha tenido una gran aceptación en nuestro medio. Él solía decir que la lucha política es, al mismo tiempo, ineludiblemente, lucha de ideas.
Pues bien, hay que tomar esa propuesta en consideración para emprender una lucha en contra del oscurantismo y la reacción. Derrotar por la vía democrática, pacíficamente, a los conservadores que buscan esquivar el contenido ideológico de la Independencia.
En pocas palabras: hay motivos de celebración, pero también de reflexión… y acción.
Profesor de la Escuela de Humanidades del IESTM-CCM
En la conmemoración oficial del bicentenario de la Independencia de nuestro país hay una paradoja: de una parte, ha habido un bombardeo publicitario agobiante; de otra, se nota a leguas un vacío de contenido. Como si se quisiera que en esta efeméride la atención se pusiera en la celebración más que en la reflexión. E incluso, a decir verdad, ni siquiera las celebraciones han tenido el impacto y la amplitud que hubieran merecido. Comparadas con lo que hace cien años fueron los festejos porfirianos en recuerdo de la gesta heroica iniciada por don Miguel Hidalgo y Costilla, la iniciativa calderonista se quedó corta.
La Presidencia de la República perdió una oportunidad de oro para ponerse a la cabeza de las emociones populares, asumir un liderazgo auténtico y, acaso, darle un giro a lo que ha sido hasta ahora la conducción del país. En lugar de eso, se quedó parapetada en lo que ha sido su caballito de batalla: la política virtual de los spots publicitarios, la estridencia del marketing que, efectivamente, contrastan con la carencia de ideas. El Ejecutivo federal no se logró enganchar con lo que son, parafraseando a don José María Morelos y Pavón, “los sentimientos de la Nación”. Y si no lo hizo hoy, será muy difícil que lo haga en lo que le resta del sexenio.
Pero ¿a qué ideas me refiero? Pues, sin lugar a dudas, a aquellas que nutrieron a lo que han sido llamadas “las revoluciones liberales” de los siglos XVIII y XIX. La Independencia Americana (1776), la Revolución Francesa (1789) y, siguiendo esa onda expansiva, las guerras de liberación de las colonias españolas entre las cuales estaba, precisamente, la Nueva España. Son las ideas de la ilustración entre cuyos autores se encuentran Voltaire, Denis Diderot, Jean Le Rond d´Alembert y, en el ámbito político, Thomas Hobbes, Baruch Spinoza, John Locke, Immanuel Kant y Jean-Jacques Rousseau. Ellos fueron leídos profusamente por nuestros insurgentes.
Vivimos, a querer o no, en el mundo inaugurado por el iluminismo. En este sentido, podemos hacer nuestro lo dicho por Francois Furet en el bicentenario de la Revolución Francesa (1989): “Una nueva cercanía ha nacido de la distancia”. Algunos de los principios del iluminismo político son: el laicismo, la dignidad humana, la tolerancia, las garantías individuales, la igualdad política y social, el sometimiento del poder a la ley, el Estado al servicio del pueblo, el conocimiento y la educación como armas para sacar a los individuos de la miseria y la ignorancia, el ejercicio honesto del gobierno.
Se trata de conceptos que mal se concilian con el conservadurismo en boga. De allí la reluctancia a ir más a fondo en lo que significa la Independencia y de su actualidad como proyecto histórico de largo alcance.
Conviene señalar que, a nivel internacional, hay una corriente de pensamiento conocida como “neoiluminismo” que reivindica el valor de la modernidad y que enarbola los principios antes citados, acoplados, claro está, a las condiciones actuales. De ella formó parte, de manera destacada, Norberto Bobbio, autor que ha tenido una gran aceptación en nuestro medio. Él solía decir que la lucha política es, al mismo tiempo, ineludiblemente, lucha de ideas.
Pues bien, hay que tomar esa propuesta en consideración para emprender una lucha en contra del oscurantismo y la reacción. Derrotar por la vía democrática, pacíficamente, a los conservadores que buscan esquivar el contenido ideológico de la Independencia.
En pocas palabras: hay motivos de celebración, pero también de reflexión… y acción.
Profesor de la Escuela de Humanidades del IESTM-CCM
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