miércoles, 15 de septiembre de 2010

¿POR QUÉ GRITAMOS ESTA NOCHE?

Mauricio Merino / El Universal
La verdad es que al llegar este momento, no tenemos un argumento compartido para decir exactamente qué estamos celebrando —además del penoso transcurrir de estos 200 años. Y no hay duda de que la responsabilidad principal de esta carencia es del gobierno federal, que no consiguió articular ni proponer nada convincente para reconstruir el sentido político de nuestra independencia, ni ofrecer una idea común sobre el significado de la nación que somos, ni sugerir un proyecto razonable de lo que querríamos ser mañana. Sin embargo, somos mucho más que un montón de gente viviendo en el mismo territorio.
Pero eso que llamamos México, lo mexicano, las señas de nuestra identidad, nuestro sentido de pertenencia a algo compartido y aun los motivos para seguir siendo mexicanos, se han diluido entre las tragedias que vivimos y la incapacidad oficial de imaginar algo que fuera más allá de un espectáculo o de un programa de festejos más o menos desarticulado. Pienso que el Presidente descubrió muy tarde que la conmemoración estaba vinculada a la educación y la cultura, y dudo que la muy tardía entrada de la SEP haya obedecido más a una reflexión de fondo sobre el sentido de nuestra identidad que a un problema de eficacia en la implementación.
De modo que vamos a la fiesta de esta noche sin saber bien a bien qué significa gritar ¡Viva México! Y hasta hay un cierto pudor en llevar el entusiasmo patriótico muy lejos, pues tampoco tenemos evidencia suficiente para sentirnos especialmente orgullosos de un país que está a punto de cumplir doscientos años (aunque en realidad eso sucederá hasta 2021) en medio de una profunda desigualdad social, con cerca del 10% de su gente fuera del país, con más de la mitad viviendo en condiciones de pobreza, con alrededor de siete millones de jóvenes “ninis”, con una violencia cada vez más cruda y más generalizada, con miedo de salir a convivir y con una profunda desconfianza hacia sus dirigentes.
Y así y todo, México sigue significando algo muy valioso para la gran mayoría de quienes nos sentimos mexicanos y seguimos esperando una definición común y un argumento convincente que no sólo mire hacia el pasado (a los retratos vívidos de los héroes patrios convertidos en telenovelas, a sus epopeyas que no nos dicen casi nada, o incluso hacia sus huesos trasladados de un lugar a otro), sino que sean capaces de decirnos qué somos y qué podemos ser ahora mismo y si realmente podemos construirnos un futuro compartido. Ya que no se pudo para el 15 de septiembre, quizás todavía haya tiempo de intentar responder esas preguntas antes del próximo 20 de noviembre.
Por lo pronto, creo que la mayoría gritaremos esta noche por razones más bien personales y casi íntimas. Yo lo haré, por ejemplo, porque no me siento tan vinculado a ningún otro sitio en el mundo como a la colonia Escandón, de la Ciudad de México; porque aquí nacieron mis hijos, a quienes no consigo imaginarme sino como mexicanos; porque mi mujer defiende a Xochimilco como yo a Tacubaya; porque no sólo hablo el español de México sino porque sólo aquí comprendo el significado de lo que me dicen mucho más allá de las palabras; porque, a pesar de todo, reconozco con sinceridad que me duele más lo que pasa en este territorio de lo que sucede en otros; porque conozco datos, historias y anécdotas sobre México con mucho más detalle e interés del que jamás podría tener, aunque lo tenga, sobre cualquier otro país; porque le he dedicado la mayor parte de mi vida a tratar de comprender los problemas públicos de este país, en clave mexicana, y porque al haber vivido algunas veces fuera, sé lo que significa ser un extranjero y también lo que quiere decir volver a México.
Pero me gustaría gritar por el orgullo de pertenecer a una comunidad que se respeta, que se ayuda y que se cuida; por la confianza bien ganada entre vecinos y por la seguridad de andar en cualquier lugar entre paisanos; gritar por la solidaridad que nos brindamos cuando de veras hace falta, y por las ganas de ser cada vez generosos, más parejos y más justos; por sentir como cosa propia los triunfos de otros mexicanos y por hacer todo lo posible para que sucedan. Me gustaría gritar porque me siento protegido y porque mis hijos estarán rodeados de gente buena, honesta y leal cuando les toque hacer su vida; gritar por entender que cuando digo México, estoy diciendo tú y yo, lo que aquí somos y lo que podemos ser.
Profesor investigador del CIDE

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