sábado, 4 de septiembre de 2010

OBAMA

El ascenso de un negro a la Casa Blanca es uno de los ingredientes más íntimos en este repudio que tenía que aflorar.
Julio Faesler / Excelsior
La gigantesca manifestación que los opositores a Obama organizaron hace unos días frente al monumento a Lincoln en Washington, fue la más impresionante prueba de la feroz revancha conservadora que era previsible desde el primer momento de los resultados electorales del 4 de noviembre de 2008 en que el candidato republicano John McCain fue derrotado por 3 por ciento. Para la ultra derecha norteamericana, Obama con su filosofía y actos de gobierno ha emprendido una ruta que traiciona los principios más sagrados que inspiraron la insurgencia contra la corona inglesa en 1775. El ascenso de un negro a la Casa Blanca es, además, uno de los ingredientes más íntimos en este repudio instintivo que tenía que aflorar.
Los miles que llegaron a Washington protestaron contra lo que ven como un perverso ensanchamiento de poderes federales alimentado en el aumento a los impuestos y una arbitraria intervención en las actividades de la empresa privada. El que Obama insista en la urgente necesidad de redistribuir la riqueza para combatir la pobreza mientras se corrige la recesión le merece la abominable etiqueta de "socialista" o, lo que es peor, de comunista.
Lograr la aprobación legislativa del programa de salud que beneficia a 47 millones de norteamericanos que carecían de un seguro, fue una batalla que costó una porción importante de su capital político. Los embates del ala republicana no han cesado de censurar los costos que tendrán que cubrir los contribuyentes y acusando al esquema de ser medicina "socialista".
Se le acusa de su agenda de "impuestos transformativos" que se usarán para seguir sosteniendo programas sociales, considerado una inaceptable invasión a la empresa privada.
De poco valió su pronta reacción de emplear fondos federales para rescatar instituciones hipotecarias. Uno de sus golpes más importante fue la de promover la legislación para disciplinar el comportamiento de los banqueros y los que manejan las bolsas de valores cuyos gigantescos abusos financieros repercutieron por todo el mundo.Obama condenó los astronómicos sueldos y beneficios que se recetan los operadores financieros e introdujo reformas para responsabilizar a las compañías certificadoras que cobran fuertes comisiones por avalar la solvencia de los emisores públicos y privados, del papel que se registra en la bolsa.
La decisión de esta semana de por fin retirar las fuerzas de combate de Irak, responde a una honda preocupación del pueblo norteamericano y el actual intento de resolver el conflicto en Medio Oriente reuniendo a judíos y palestinos en la Casa Blanca, son dos eventos de importancia que, sin embargo, ya provocan críticas de una oposición republicana que no perdona y que deja correr rumores de que, después de todo, Hussein Obama es en realidad musulmán.
Obama se enfrenta a fuerzas profundamente arraigadas en la mentalidad de sus conciudadanos. Imposible le resulta contrariar la obstinada libertad de comercio de armas, luchar contra el extendido consumo de drogas que forma parte ya del estilo norteamericano de vida y avanzar hacia fórmulas para solucionar el problema de inmigrantes.
Sin una mayoría demócrata en el Senado y en serio peligro de perderla en la Cámara Baja, el programa de reformas de Obama no será cosa fácil. La oposición republicana no le perdona ni su origen ni sus intenciones renovadoras para hacer avanzar a su país en un mar de retos heredados y emergentes, internos e internacionales; atado por su propio pueblo a una gestión frustrante. Pese a todo, según la encuesta Rasmussen, la popularidad de Obama se ha mantenido estable en los últimos nueve meses en 45-47 por ciento.

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