lunes, 20 de septiembre de 2010

EL GRITO DE GRITOS

Jacobo Zabludovsky / El Universal
“Abstraer: separar por medio de una operación intelectual las cualidades de un objeto para considerarlo aisladamente…”. (Diccionario de la RAE). Al juzgar la fiesta del 15 hacemos un ejercicio de abstracción sobre la realidad de México.
Hubo suerte. No llovió. Los criminales decretaron tregua. Hasta el viento colaboró al extender sobre el Zócalo la bandera monumental.
Le atribuyen a Napoleón, padre de las frases cuyo autor uno ignora, haber dicho, después de la derrota de uno de sus generales, que solo quería colaboradores con buena suerte. La que acompañó jueves y viernes a los organizadores de las fiestas patrias más espectaculares en la historia de México. Por lo menos de unos 80 gritos y desfiles vistos por mí.
La primera diferencia entre los de esta semana y otros festejos fue la orden de mirarlos por televisión, circunstancia muy diferente a estar en la calle. El gobierno federal produjo la transmisión y entregó la señal a quien quisiera usarla con sus propios locutores. Escogí el canal en que respetaban el sonido original con el mínimo de interferencias, después de oír en otro balbucear lugares comunes mientras se cantaba el Himno Nacional. La producción televisiva original fue sorprendentemente bien realizada.
Estuvo a la altura del espectáculo dividido en cuatro partes: el despliegue de sorpresas la tarde del miércoles en el Paseo de la Reforma y el Zócalo y el grito en Palacio y, el jueves, el grito en Dolores y el desfile militar en la ciudad de México.
Quienes, como yo, aconsejaron ajustar la ceremonia a la austeridad absoluta (sigo convencido de que eso debió hacerse) deben reconocer el acierto de los que no se propusieron darnos una lección escolar y resistieron la tentación didáctica para dedicarse, sin más, al propósito de divertirnos, asombrarnos y hacernos experimentar la emoción de una feria llevada a niveles sin precedentes. Se logró la colaboración gratuita y espontánea de miles de jóvenes entregados a ensayos intensos, figurantes vestidos de nopales, de payasos o arlequines, comparsas de 27 carros alegóricos mientras de Palacio ascendían llamas como enorme incendio domesticado, y las torres de Catedral bailaban mambo a los lados de un enorme árbol de la vida, danzaban caballos articulados, marchaban zapatistas sacados de los baúles de algún titiritero, le ponían saco al pantalón del enigmático coloso y danzantes cirqueros gritaban con sus cuerpos un viva México escrito en el aire. Una apoteosis visual. Todo funcionó. Tanda doble costosa, pero nadie nos dijo que iba a ser barata.
Del grito lo digno de agradecerse es el apego estricto del presidente Felipe Calderón al hecho que lo motiva, sin agregados oportunistas.
Al día siguiente, un segundo grito en el pueblo de Dolores, oportunidad de repartir besos en todas las mejillas recién amanecidas, ejercicio más prolongado que el de repicar la campana.
Barriéndose en tercera, el señor Calderón llegó a la Columna de la Independencia donde los colegas recogen frases para adobar algún discurso recordatorio de que en las fiestas no todo es felicidad.
El desfile militar marcó el final de la doble jornada con una exhibición de disciplina de soldados y marinos y del nuevo equipo puesto al servicio de la lucha contra la delincuencia organizada, una vez que el ejército salió de los cuarteles para subsanar deficiencias de la policía. Los paracaidistas, las evoluciones de helicópteros, de los aviones, la presencia de militares enviados por países amigos , el uniforme de los cadetes y las evoluciones de la infantería mantuvieron la tradición del desfile que solía terminar, para arrancar un aplauso final, con la presencia de bomberos, charros y charras garabateando sus manganas.
Poco comentado ha sido el hecho evidente de la colaboración del gobierno de la ciudad con el federal. Aunque sus jefes no se aman, llevan su divorcio de manera civilizada, según suelen describir las revistas del corazón al referirse a parejas en situaciones similares. El grito de Andrés Manuel López Obrador en Tlatelolco se dio sin incidentes, en el marco de la paz, el respeto y la tolerancia.
Si el propósito anunciado se logró a plenitud, el colateral, como ahora se le dice a lo oculto, no fue menos: la figura presidencial se exhibió dos días en la transmisión de mayor raiting de un acto oficial en México, superior al Mundial de futbol o la inauguración de Juegos Olímpicos. La visión teatral de las efemérides llevada a su máxima dimensión sin límites financieros, anteponiendo el gasto astronómico a otras prioridades, deja en los anales capitalinos el recuerdo de la más impactante celebración callejera que hayamos visto.
No es asunto menor.

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