Alejandro Nadal / La Jornada
La historia de Estados Unidos es excepcional. Es el único país que siempre vivió bajo la potestad del capitalismo. Ni esclavitud como principio ordenador, ni señores feudales. Sólo el ojo inquieto del capital. Quizás eso explica por qué la única fuente de legitimidad política en Washington ha dependido esencialmente de la capacidad de mantener un alto nivel de consumo. Cuando eso sufre una crisis, la elite en ese país ha tenido que renovar su fuente de legitimación política.
A veces eso ha pasado por la redefinición de pactos sociales, como en los años treinta, cuando el Nuevo Trato de Roosevelt estableció nuevas bases para la distribución del ingreso y las relaciones entre trabajo y capital. La derecha nunca perdonó esa afrenta y esperó el momento para revertir ese pacto social. La coyuntura favorable se le presentó en los años 80 bajo la presidencia de Reagan. Las relaciones laborales vieron la desintegración del movimiento sindical y a partir de ese punto de inflexión los salarios se estancaron.
Si la legitimidad política en Washington se sostiene con el consumo masivo, ¿cómo se mantuvo cuando los salarios se estancaron? En Estados Unidos la respuesta fue a través del crédito. La demanda agregada se pudo mantener solamente a partir del crédito que recibieron las familias para todo tipo de bienes: hipotecas para casas, crédito para automóviles y electrodomésticos, educación universitaria, viajes y consumo corriente, etcétera. En los años 80 al mismo tiempo que la participación de los salarios en el PIB comienza a contraerse, se inicia un proceso de endeudamiento de las familias para compensar la caída en los ingresos. La tarjeta de crédito se convirtió en el documento de identidad del ciudadano estadunidense.
Eso mantuvo a la economía caminando. Le acompañó siempre una propensión a las burbujas crediticias. La última se presentó en el mercado de bienes raíces. Antes de explotar en el segmento de hipotecas chatarra, permitió a los consumidores estadunidenses ilusionarse con el “American dream”.
No hay que engañarse. Aparentemente la especulación desenfrenada y la desregulación financiera aparecen como causas inmediatas de la crisis. No son más que el último eslabón de una cadena de transmisión que se remonta a la caída en los salarios. El desmantelamiento gradual de la industria manufacturera en Estados Unidos también contribuyó a mantener deprimidos los salarios y la globalización entra como otro elemento en esta historia. Pero la clave de la crisis está en la lucha por la distribución del ingreso y la riqueza.
En este escenario es evidente que la idea misma de recuperación es problemática. ¿Recuperación para retornar a una economía enferma? Es una pregunta importante que parece que casi todo mundo está evadiendo en Estados Unidos. La verdad es que el debate político está muy empobrecido. Gira alrededor del tema de austeridad versus estímulo fiscal, como si eso fuera todo. Se sigue hablando de recuperación y se apuesta al viejo modelo económico que está en la más completa bancarrota.
La Congressional Budget Office (la agencia federal encargada de calcular los ingresos fiscales y el impacto del gasto) tiene un pronóstico sombrío para la economía estadunidense en los próximos cincuenta años. Utilizando un método estadístico para separar el componente secular del ingrediente cíclico en una serie temporal, la CBO proyecta que en los próximos años se iniciará un proceso de estancamiento (crecimiento de 2 por ciento anual) de la economía estadunidense que puede durar ¡hasta 2084! (www.cbo.gov).
En ese contexto las formas de legitimidad del edificio político tendrán que sufrir cambios profundos. La promesa de acceder al consumo masivo ya no podrá justificar el sistema político estadunidense. ¿A qué va a recurrir la clase política de ese país? El odio a los migrantes y el miedo a todo lo que huela a extranjero serán opciones tentadoras, sobre todo cuando ese pueblo descubra que Estados Unidos sólo es un país como cualquier otro.
El peligro para México es mortal. Las elites del poder económico aquí y en el extranjero impusieron una peligrosa trayectoria económica. Aprovechando la debacle de los años ochenta, utilizando el fraude electoral y manipulando la opinión pública, transformaron a la economía mexicana en un apéndice del aparato económico estadunidense. Hoy que esa economía entra en declinación es urgente recuperar la autonomía de nuestra política económica. Acto seguido, debemos transitar por un proceso de reconstrucción en todos los niveles, desde sus bases en los sectores agropecuario e industrial, hasta el sector financiero y las relaciones macroeconómicas. Todo esto tendrá que hacerse con una visión analítica que abandone la visión ingenua o malintencionada sobre los mercados estables y autorregulados. En México siempre fue urgente diseñar una estrategia para un desarrollo socialmente responsable y sustentable en la dimensión ambiental. De esa tarea pendiente depende hoy la viabilidad de nuestro país como sociedad democrática, independiente y socialmente responsable.
La historia de Estados Unidos es excepcional. Es el único país que siempre vivió bajo la potestad del capitalismo. Ni esclavitud como principio ordenador, ni señores feudales. Sólo el ojo inquieto del capital. Quizás eso explica por qué la única fuente de legitimidad política en Washington ha dependido esencialmente de la capacidad de mantener un alto nivel de consumo. Cuando eso sufre una crisis, la elite en ese país ha tenido que renovar su fuente de legitimación política.
A veces eso ha pasado por la redefinición de pactos sociales, como en los años treinta, cuando el Nuevo Trato de Roosevelt estableció nuevas bases para la distribución del ingreso y las relaciones entre trabajo y capital. La derecha nunca perdonó esa afrenta y esperó el momento para revertir ese pacto social. La coyuntura favorable se le presentó en los años 80 bajo la presidencia de Reagan. Las relaciones laborales vieron la desintegración del movimiento sindical y a partir de ese punto de inflexión los salarios se estancaron.
Si la legitimidad política en Washington se sostiene con el consumo masivo, ¿cómo se mantuvo cuando los salarios se estancaron? En Estados Unidos la respuesta fue a través del crédito. La demanda agregada se pudo mantener solamente a partir del crédito que recibieron las familias para todo tipo de bienes: hipotecas para casas, crédito para automóviles y electrodomésticos, educación universitaria, viajes y consumo corriente, etcétera. En los años 80 al mismo tiempo que la participación de los salarios en el PIB comienza a contraerse, se inicia un proceso de endeudamiento de las familias para compensar la caída en los ingresos. La tarjeta de crédito se convirtió en el documento de identidad del ciudadano estadunidense.
Eso mantuvo a la economía caminando. Le acompañó siempre una propensión a las burbujas crediticias. La última se presentó en el mercado de bienes raíces. Antes de explotar en el segmento de hipotecas chatarra, permitió a los consumidores estadunidenses ilusionarse con el “American dream”.
No hay que engañarse. Aparentemente la especulación desenfrenada y la desregulación financiera aparecen como causas inmediatas de la crisis. No son más que el último eslabón de una cadena de transmisión que se remonta a la caída en los salarios. El desmantelamiento gradual de la industria manufacturera en Estados Unidos también contribuyó a mantener deprimidos los salarios y la globalización entra como otro elemento en esta historia. Pero la clave de la crisis está en la lucha por la distribución del ingreso y la riqueza.
En este escenario es evidente que la idea misma de recuperación es problemática. ¿Recuperación para retornar a una economía enferma? Es una pregunta importante que parece que casi todo mundo está evadiendo en Estados Unidos. La verdad es que el debate político está muy empobrecido. Gira alrededor del tema de austeridad versus estímulo fiscal, como si eso fuera todo. Se sigue hablando de recuperación y se apuesta al viejo modelo económico que está en la más completa bancarrota.
La Congressional Budget Office (la agencia federal encargada de calcular los ingresos fiscales y el impacto del gasto) tiene un pronóstico sombrío para la economía estadunidense en los próximos cincuenta años. Utilizando un método estadístico para separar el componente secular del ingrediente cíclico en una serie temporal, la CBO proyecta que en los próximos años se iniciará un proceso de estancamiento (crecimiento de 2 por ciento anual) de la economía estadunidense que puede durar ¡hasta 2084! (www.cbo.gov).
En ese contexto las formas de legitimidad del edificio político tendrán que sufrir cambios profundos. La promesa de acceder al consumo masivo ya no podrá justificar el sistema político estadunidense. ¿A qué va a recurrir la clase política de ese país? El odio a los migrantes y el miedo a todo lo que huela a extranjero serán opciones tentadoras, sobre todo cuando ese pueblo descubra que Estados Unidos sólo es un país como cualquier otro.
El peligro para México es mortal. Las elites del poder económico aquí y en el extranjero impusieron una peligrosa trayectoria económica. Aprovechando la debacle de los años ochenta, utilizando el fraude electoral y manipulando la opinión pública, transformaron a la economía mexicana en un apéndice del aparato económico estadunidense. Hoy que esa economía entra en declinación es urgente recuperar la autonomía de nuestra política económica. Acto seguido, debemos transitar por un proceso de reconstrucción en todos los niveles, desde sus bases en los sectores agropecuario e industrial, hasta el sector financiero y las relaciones macroeconómicas. Todo esto tendrá que hacerse con una visión analítica que abandone la visión ingenua o malintencionada sobre los mercados estables y autorregulados. En México siempre fue urgente diseñar una estrategia para un desarrollo socialmente responsable y sustentable en la dimensión ambiental. De esa tarea pendiente depende hoy la viabilidad de nuestro país como sociedad democrática, independiente y socialmente responsable.
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