Alberto Aziz Nassif
Hay un clamor generalizado de que Ciudad Juárez es un territorio sin gobierno, ni ley, en donde la delincuencia organizada ha expandido sus redes y multiplicado sus acciones mortales. Estrategia tras estrategia del gobierno —si es que ha habido alguna vez una acción inteligente e integral— han fracasado y la violencia crece cada día. Año con año se multiplican los asesinatos, los secuestros, las extorsiones, la quema de negocios. Las balas ya alcanzan a cualquier persona en la calle, en un restaurante, en una casa. Esta violencia se desparrama como un veneno que intoxica y paraliza a una sociedad que ha decidido encerrarse en su casa y cuidarse las espaldas, ante un gobierno incapaz, rebasado y cómplice en diversos niveles.
Las voces de muchos juarenses hablan de que: “ya no se puede salir a la calle”; “el cerco se va cerrando”, “estamos atemorizados”, “nos hemos encerrado y escondido por la delincuencia”. Algunos consideran que la situación no tiene remedio y que no existe voluntad política para rescatar a Ciudad Juárez. Muchos han decidido cruzar la línea fronteriza e irse a vivir a El Paso, Texas (60 mil personas han tomado esa vía), una de las ciudades más seguras de Estados Unidos.
En los años 80 esa frontera brillaba como una anticipación del futuro; la sociedad civil se organizó para tener democracia electoral, para crear alternancia en el gobierno municipal y estatal. La industria del ensamble maquilador generó cientos de miles de empleos y la bonanza de esta frontera atrajo a miles de mexicanos de otros estados que migraron para encontrar un empleo en esa frontera. Hace 25 años, en los mítines de las campañas políticas, llegaban a participar más de 50 mil personas en una plaza pública. Hace unas semanas, cuando se convocó a una marcha en contra de la violencia, es probable que no hayan asistido ni mil personas.
Cada día es peor. No se ve salida y las medidas que toma el gobierno federal han fracasado. Pero en vez de reconocerlo, Felipe Calderón habla de una “nueva estrategia” que va a negociar con los juarenses. ¿De qué se trata tanta ineptitud? Un gobierno que decidió enfrentar al crimen organizado sin tener estrategia, sin tener instrumentos, sin calcular los niveles de corrupción que hay en las policías y en los aparatos judiciales del Estado. Un gobierno que decidió meter al Ejército, como si esta opción fuera a resolver, cuando se sabe que las fuerzas armadas no pueden hacer labores policiacas. ¿Dónde están las reformas necesarias para hacer frente al crimen organizado? ¿Dónde está el proyecto para hacer una policía nacional que unifique a las múltiples corporaciones?
Resulta lamentable ver las diversas reacciones de la clase política ante la tragedia del reciente asesinato de 16 jóvenes estudiantes de preparatoria: en la Cámara de Diputados un intercambio de culpabilidades; el Presidente con su nueva estrategia, que se desconoce, y las autoridades locales ausentes; ahora se le ocurrió al gobernador trasladar la sede de los poderes a Ciudad Juárez, lo que se ha convertido en un nuevo motivo para el debate político. Mientras los muertos siguen cayendo todos los días. Una autoridad rebasada e impotente, un Estado fallido.
El deterioro de la violencia en Ciudad Juárez viene de lejos. Los “feminicidios” que se inician en los años 90 y que no han parado, expresan, según la Corte Interamericana de Derechos Humanos (Sentencia del 16 de noviembre del 2009) que estamos frente a un Estado que viola derechos e incumple con sus deberes más elementales (derecho a la vida, a la integridad personal, a la libertad). Ahora estamos frente a un “juvenicidio”, como señaló el diputado Víctor Quintana, y la violencia está peor.
Hace unos días escuchamos al ex alcalde de Palermo, Italia, Leoluca Orlando, (que transformó su ciudad de ser centro de la mafia en una ciudad limpia), hablar de su experiencia en una entrevista con Carmen Aristegui, y podemos concluir que estamos muy lejos de que Ciudad Juárez pueda salir de su actual situación límite. Esta experiencia italiana habla de cultura de la legalidad, de las dos ruedas del carro siciliano: un poder judicial y una policía eficiente y no corrupta y una sociedad organizada que reconstruye su identidad de valores. El liderazgo de este alcalde hizo posible una revolución democrática que fue en contra de la ilegalidad y la corrupción, combatió a todos los que apoyaban a la mafia: políticos, jueces, policías, empresarios, clérigos, de todos los niveles.
En Ciudad Juárez no hay ningún liderazgo, ni un proyecto remotamente parecido, por eso sólo podemos retomar lo que dijo Leoluca Orlando de Juárez: “¡basta, basta, basta!”.
Hay un clamor generalizado de que Ciudad Juárez es un territorio sin gobierno, ni ley, en donde la delincuencia organizada ha expandido sus redes y multiplicado sus acciones mortales. Estrategia tras estrategia del gobierno —si es que ha habido alguna vez una acción inteligente e integral— han fracasado y la violencia crece cada día. Año con año se multiplican los asesinatos, los secuestros, las extorsiones, la quema de negocios. Las balas ya alcanzan a cualquier persona en la calle, en un restaurante, en una casa. Esta violencia se desparrama como un veneno que intoxica y paraliza a una sociedad que ha decidido encerrarse en su casa y cuidarse las espaldas, ante un gobierno incapaz, rebasado y cómplice en diversos niveles.
Las voces de muchos juarenses hablan de que: “ya no se puede salir a la calle”; “el cerco se va cerrando”, “estamos atemorizados”, “nos hemos encerrado y escondido por la delincuencia”. Algunos consideran que la situación no tiene remedio y que no existe voluntad política para rescatar a Ciudad Juárez. Muchos han decidido cruzar la línea fronteriza e irse a vivir a El Paso, Texas (60 mil personas han tomado esa vía), una de las ciudades más seguras de Estados Unidos.
En los años 80 esa frontera brillaba como una anticipación del futuro; la sociedad civil se organizó para tener democracia electoral, para crear alternancia en el gobierno municipal y estatal. La industria del ensamble maquilador generó cientos de miles de empleos y la bonanza de esta frontera atrajo a miles de mexicanos de otros estados que migraron para encontrar un empleo en esa frontera. Hace 25 años, en los mítines de las campañas políticas, llegaban a participar más de 50 mil personas en una plaza pública. Hace unas semanas, cuando se convocó a una marcha en contra de la violencia, es probable que no hayan asistido ni mil personas.
Cada día es peor. No se ve salida y las medidas que toma el gobierno federal han fracasado. Pero en vez de reconocerlo, Felipe Calderón habla de una “nueva estrategia” que va a negociar con los juarenses. ¿De qué se trata tanta ineptitud? Un gobierno que decidió enfrentar al crimen organizado sin tener estrategia, sin tener instrumentos, sin calcular los niveles de corrupción que hay en las policías y en los aparatos judiciales del Estado. Un gobierno que decidió meter al Ejército, como si esta opción fuera a resolver, cuando se sabe que las fuerzas armadas no pueden hacer labores policiacas. ¿Dónde están las reformas necesarias para hacer frente al crimen organizado? ¿Dónde está el proyecto para hacer una policía nacional que unifique a las múltiples corporaciones?
Resulta lamentable ver las diversas reacciones de la clase política ante la tragedia del reciente asesinato de 16 jóvenes estudiantes de preparatoria: en la Cámara de Diputados un intercambio de culpabilidades; el Presidente con su nueva estrategia, que se desconoce, y las autoridades locales ausentes; ahora se le ocurrió al gobernador trasladar la sede de los poderes a Ciudad Juárez, lo que se ha convertido en un nuevo motivo para el debate político. Mientras los muertos siguen cayendo todos los días. Una autoridad rebasada e impotente, un Estado fallido.
El deterioro de la violencia en Ciudad Juárez viene de lejos. Los “feminicidios” que se inician en los años 90 y que no han parado, expresan, según la Corte Interamericana de Derechos Humanos (Sentencia del 16 de noviembre del 2009) que estamos frente a un Estado que viola derechos e incumple con sus deberes más elementales (derecho a la vida, a la integridad personal, a la libertad). Ahora estamos frente a un “juvenicidio”, como señaló el diputado Víctor Quintana, y la violencia está peor.
Hace unos días escuchamos al ex alcalde de Palermo, Italia, Leoluca Orlando, (que transformó su ciudad de ser centro de la mafia en una ciudad limpia), hablar de su experiencia en una entrevista con Carmen Aristegui, y podemos concluir que estamos muy lejos de que Ciudad Juárez pueda salir de su actual situación límite. Esta experiencia italiana habla de cultura de la legalidad, de las dos ruedas del carro siciliano: un poder judicial y una policía eficiente y no corrupta y una sociedad organizada que reconstruye su identidad de valores. El liderazgo de este alcalde hizo posible una revolución democrática que fue en contra de la ilegalidad y la corrupción, combatió a todos los que apoyaban a la mafia: políticos, jueces, policías, empresarios, clérigos, de todos los niveles.
En Ciudad Juárez no hay ningún liderazgo, ni un proyecto remotamente parecido, por eso sólo podemos retomar lo que dijo Leoluca Orlando de Juárez: “¡basta, basta, basta!”.
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