Esta es una batalla entre dos modelos de política
con mayúsculas, de ética y de política económica
Deberíamos liderar un pacto con
Europa del Sur y propiciar —de ser arrinconados— una ruptura ordenada y quizá
múltiple del euro
Santiago Eguidazu / El País
No le
falta razón al jefe de la oposición cuando eufemísticamente afirma que la
batalla del euro se está librando en el culo de España. Es una batalla más de
una gran guerra en la que contienden dos modelos de política con mayúsculas, de
ética y también, por supuesto, de política económica.
Por un
lado, el modelo alemán, de inspiración kantiana, trata de hacer mella en
nuestra relajada metafísica de las costumbres, pretende disciplinar y hacer
pagar a los países periféricos el atracón que se han dado en la década dorada,
cuando el euro pacía tranquilo en unos mercados teñidos de verde. Este atracón
o free lunch (acceder a ventajas sin asumir su coste), en la jerga
economicista que nos invade, no casa con una ética que pone especial énfasis en
los imperativos de la razón y el deber frente a las zalameras llamadas de la
inclinación.
Por su
parte, el modelo anglosajón, de corte utilitarista, no juzga el comportamiento
de los ciudadanos por su sintonía con el deber, sino por los resultados de sus
acciones. Es mucho más pragmático y respetuoso con los deseos del mercado, lo
que no implica que sea incapaz de reconocer sus fallos y de buscar soluciones
—como hizo Keynes— a los mismos.
La razón
por la que el campo de batalla se ha asentado ahora en culo español no es otra
que nuestra debilidad, fruto de la lentitud y falta de determinación con que se
ha atacado la crisis, y de ciertos errores de política económica. Pero eso no
quiere decir que no tengamos margen de maniobra y un cierto tiempo para
reaccionar. Tres son, en mi opinión, las principales acciones a acometer.
Primera: negociar sin complejos el rescate de la
economía española y utilizar este hito para implementar un plan de recuperación
económica y de reindustrialización. Tenemos que propiciar un dramático giro al
exterior, exportar más y atraer capital extranjero. Nos hemos centrado en el
déficit y la reforma del sistema financiero, pero hemos dejado de lado flancos
muy relevantes: la mejora de la competitividad y el fomento del ahorro, dos
pilares imprescindibles para producir superávits por cuenta corriente y
desendeudarnos con el exterior; la recuperación de la estabilidad del marco
jurídico y fiscal, condición inexcusable para estimular la inversión de las
empresas españolas y extranjeras, y crear empleo; la reducción drástica del
gasto público autonómico e institucional, y el retorno cuanto antes al nivel de
imposición directa sobre la renta de las personas físicas y de sociedades
previo a enero de 2012.
Necesitamos,
además, un plan de choque del Banco Europeo de Inversiones para financiar el
saneamiento de los excesos de capacidad de numerosos sectores industriales, y
la reorientación de sus inversiones a líneas de producto competitivas.
Segunda:
presionar a Europa para que trace una hoja de ruta, un Mastricht 2.0., a la que
nos enganchemos, y constituya la motivación última del esfuerzo y sacrificios a
realizar. El discurso de las reformas y la necesidad de ajustes es, por sí
mismo, huero. Y lo es por una razón muy simple: nadie está dispuesto a cambiar
su modo de vida sin saber para qué o con qué fin ha de hacerlo. Se requiere
establecer un objetivo final y una nítida trayectoria que conduzca a su
realización, pues objetivos intermedios como reducir el déficit público y
recomponer el sistema financiero no pueden erigirse en el proyecto colectivo
que aglutine a una sociedad. En eso consiste, por encima de cualquier otra
cosa, la responsabilidad del liderazgo. El presidente del Gobierno hará bien en
tensar la cuerda al máximo hasta que Europa defina un objetivo general y la
correspondiente hoja de ruta. No lo puede hacer solo, pero cuenta con todos los
países periféricos —y quizá alguno más— como potenciales aliados. Italia,
Portugal, Grecia, Irlanda y España suman más de un tercio del PIB de la
eurozona, y consecuentemente una gran capacidad de presión.
Vale que
expiemos nuestros errores con ajustes en todos los órdenes de la vida económica
privada y pública, pero no debemos aceptar la asimetría implícita en unos
costes de financiación y en un racionamiento del capital insoportables, que
solo benefician a los otros socios del Club (de nuevo el free lunch).
La situación
recuerda a ese episodio de Rebelión en la Granja, en el que Napoleón y
Squealer llegan a la conclusión de que todos los animales son iguales, pero
unos son más iguales que otros. España y las demás economías periféricas
deberían hacer frente común para exigir una hoja de ruta similar (pero más
realista y mejor planificada) a la que marcó la creación de la moneda única. Un
Mastricht 2.0. Lo esencial de esa ruta, el punto de arribada, sería que en un
plazo de cuatro o cinco años solo hubiera un riesgo soberano en la zona
monetaria europea, y por lo tanto una unión económica y monetaria real.
Y
tercera: promover una nueva y más ambiciosa edición de los Pactos de la
Moncloa. Diseñar e implementar las medidas de ajuste y el propio plan de
recuperación económica, liderar un pacto con Europa del Sur y llegar incluso a
propiciar —en el caso de ser arrinconados— una ruptura ordenada y quizá
múltiple del euro, son retos de una envergadura suficiente como para ser
acometidos desde un gran consenso político y social.
Santiago
Eguidazu es
economista y Técnico Comercial del Estado.
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