Alejandro Villagómez / El Universal
Durante las últimas semanas se ha
generado cierta preocupación sobre la evolución reciente de la inflación en el
país. El reporte para julio señala que, por tercer mes consecutivo, esta
variable muestra un aumento en su valor anualizado para ubicarse en 4.42%. Sin
embargo, es importante destacar la diferencia que se registra entre el
componente subyacente y el no subyacente. Sólo para recordar algunas de las
cifras tenemos que la inflación subyacente hasta julio es del 3.59% mientras
que la no subyacente es de 7.30%. En este último componente destaca el índice
referido a productos agrícolas el cual alcanza un valor de 11.27%. Hay que
recordar que las variaciones en los precios de estos últimos productos reflejan
una alta volatilidad estacional. En todo caso, la preocupación reside en saber
si esta tendencia alcista continuará y cuál será la reacción de la autoridad.
Aprovechando este evento, quiero
regresar a uno de los objetivos originales de mi incursión en los medios con
esta columna y mi Blog, que es el de contribuir a un mejor entendimiento de los
fenómenos económicos y su difusión para un público más amplio. En esta ocasión
quisiera recordar nuevamente algunos conceptos que pueden ayudar a entender la
dinámica de un proceso inflacionario y, de esta forma, tener un contexto para
el punto en cuestión.
De forma general pensemos que la
dinámica de un proceso inflacionario puede ser explicada por tres componentes:
a) choques por el lado de demanda; b) choques cuyo origen está en la oferta y
c) un componente que denominamos expectativas inflacionarias.
El primer componente refleja
desajustes cuyo origen se ubica en el comportamiento de la demanda agregada del
mercado. Por ejemplo, esto puede ocurrir cuando la economía se encuentra
inmersa en un proceso acelerado de crecimiento por arriba del ritmo “óptimo” o
lo que llamamos “producto potencial”. Es cuando decimos que la economía se
sobrecalienta. En este caso el acelerado gasto privado y/o público genera
presiones alcistas en los precios. Este componente se captura con la diferencia
entre el nivel de actividad actual y el “óptimo” o potencial, que llamamos la
brecha del producto. Mi ejemplo se refiere a una brecha positiva. Este no es el
caso actual de nuestra economía. Con la recesión reciente la brecha se tornó
negativa y aunque el Banco de México ha señalado que se está cerrando esta
brecha, aún no se considera que existan presiones por este lado, como ellos
mismos lo han puntualizado.
El segundo componente refleja
choques por el lado de la oferta, generalmente afectando los costos de
producción de las empresas. Por ejemplo, un aumento salarial (por arriba un
nivel técnicamente justificable) o el aumento en el precio internacional de
algún insumo crucial para nuestros procesos productivos. Esta presión en costos
termina reflejándose en los precios finales al consumidor, aunque no
necesariamente en la misma proporción, lo cual depende de las estructuras de
mercado particulares. Este elemento lo capturamos como una variable
“estocástica” o sorpresiva y por eso le llamamos un choque. Este componente
sería relevante en la actualidad. El aumento en el precio internacional de
diversos alimentos que son insumos importantes en la producción de diversos
bienes termina afectando los costos de los productores. Sin embargo, quiero
insistir que no necesariamente afecta en la misma proporción y depende de las
características de los mercados en la cadena productiva relevante y su
participación en la estructura de costos. Algunos productores podrán transferir
estos aumentos a sus precios finales mientras que otros tendrán que
absorberlos. Por cierto, una depreciación importante del peso encarece las
importaciones, que en muchos casos son insumos, por lo que juega a favor de
mayores presiones inflacionarias.
Finalmente, el tercer componente
trata de capturar lo que piensan los individuos sobre el comportamiento futuro
de la inflación de acuerdo a la información con la que cuentan en ese momento y
su interpretación de cómo funcionan esos procesos económicos. Este es un
componente muy complicado porque no es fácil de medir y muchas veces poco
conocemos sobre él. En la teoría económica existen diversas hipótesis para
modelar esta variable, algunas muy técnicas para explicarlas acá. Sin embargo,
este puede ser el componente más peligroso ya que puede provocar dinámicas
inflacionarias explosivas. En general, la autoridad monetaria trata de influir
sobre estas expectativas, buscando que los individuos las mantengan en el nivel
que la misma autoridad ha fijado como meta inflacionaria.
En la teoría monetaria moderna se
sugiere que la autoridad reaccione frente a choques de demanda, no así en el
caso de choques de oferta, a menos que éstos últimos afecten negativamente a
las expectativas inflacionarias. En este contexto, la inflación reciente en
nuestro país se explica, excluyendo los componentes estrictamente estacionales,
en gran parte por choques de oferta derivados de aumentos en los precios
externos de alimentos y energéticos. Es cierto que hay que agregar el problema
reciente del huevo, aunque en principio se espera sea temporal.
En su mayoría es un problema de
choques de oferta, por lo que en principio no debiera esperarse una reacción de
la autoridad moviendo su instrumento (tasa de referencia). Sin embargo, el
principal riesgo se encuentra en el comportamiento de las expectativas, y como
he mencionado, este elemento es más complicado. Por el momento no parecen haber
indicios de cambios significativos en esta variable, por lo que no se
justificaría un aumento en tasas. En todo caso, la autoridad monetaria deberá
mantener un seguimiento puntual de lo que ocurra en las próximas semanas.
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