Alfonso Morales / 24 Horas El Diario sin Límites
Desigualdad es la palabra clave que revela el estado que guarda la nación en toda su estructura. Desigualdad en los ámbitos económico, social, político y hasta en el cultural. De las desigualdades económicas en México destacan dos: por un lado, la brecha entre el tamaño de su economía (ocupa el lugar 14 de 134) y su competitividad frente al resto del mundo (ocupa el sitio 58 de 150), según los índices respectivos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) y del Foro Económico Mundial (WEF por sus siglas en inglés).
La otra
desigualdad está íntimamente ligada a aspectos internos. Tiene que ver con la
riqueza, sí, pero también con los medios de su apropiación social, o sea con el
equitativo acceso a las oportunidades para generarla y a su distribución
social. Conviven en el mismo seno nacional los hombres más ricos del mundo con
otros cuyos ingresos anuales per cápita corresponden a los índices de
las zonas más miserables del planeta. Precisamente, esta misma semana, la OCDE
reconoció que es nuestro país el que presenta los mayores índices de
desigualdad; o sea, pobreza de amplias capas sociales y concentración de
riqueza en pocas manos.
¿Qué
roles pueden jugar la ciencia, la tecnología y la innovación y qué
responsabilidades como sociedad podemos asumir en conjunto para combatir y, de
ser posible, erradicar esas perniciosas desigualdades? Y por otra parte: ¿una
mayor inversión para la investigación científica podría generar el desarrollo
económico basado en el conocimiento científico, tecnológico y la innovación?
Veamos un par de ejemplos.
Los
países, desarrollados y emergentes, que han orientado sus marcos normativos y
legislativos para propiciar mayores inversiones para fortalecer la
investigación científica de alta calidad, la mayor transferencia tecnológica
posible de este conjunto de nuevos conocimientos, así como su aplicación bajo
modelos de innovación de las empresas, han aumentado sus índices de
competitividad y han estrechado las distancias entre los sectores sociales que
concurren en el proceso de producción, como consecuencia de que generan riqueza
y permiten una mejor y mayor apropiación social de ésta. Así lo han demostrado
países como China, India o Brasil.
Como
ejemplo en el Primer Mundo está la recuperación de la industria manufacturera
en Estados Unidos; sector que históricamente ha funcionado como la base de
consolidación de sus clases medias y cuyo rescate obedeció a la reorientación
de inversiones para fortalecer las capacidades internas. Como se recordará, la
industria manufacturera estadounidense, y muy en especial la automotriz,
fue una las áreas económicas más castigadas por la crisis financiera del 2008,
al grado que llegó a perder casi 800 mil empleos. Hoy, gracias al cambio de
políticas, esa industria ha recuperado las plazas perdidas y, por primera vez
en casi una década, ha creado más de 250 mil nuevos empleos.
México,
en cambio, permanece a la zaga, luego de varios sexenios en los cuales ni
siquiera ha logrado cumplir con el mandato constitucional de destinar al menos
1% de su Producto Interno Bruto (PIB) como inversión básica al conocimiento
científico y a la educación superior como bases del desarrollo económico.
En estos
momentos en que una nueva configuración en la correlación de fuerzas se
articula en el escenario político nacional, es urgente que recapitulemos sobre
la necesidad de apostar a la construcción de una economía basada en el
conocimiento y para ello es fundamental que se tomen las decisiones correctas.
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