domingo, 26 de agosto de 2012

GALT, ORO Y DIOS


Paul Krugman / El País
Ryan no solo busca formas de ahorrar dinero. Lo que también pretende es hacerles la vida más dura a los pobres
Nos debería preocupar el hecho de que mantenga unas opiniones que contribuirían a reproducir la Gran Depresión
Hasta ahora, la mayor parte de las conversaciones sobre Paul Ryan, el presunto candidato a vicepresidente de EE UU propuesto por los republicanos, se ha centrado en sus propuestas presupuestarias. Pero Ryan es un hombre con muchas ideas, lo cual normalmente sería algo bueno.
En su caso, sin embargo, la mayoría de estas ideas parecen provenir de obras de ficción, concretamente de La rebelión de Atlas, la novela de Ayn Rand.
Para los que por alguna razón no la leyeron durante su juventud, La rebelión de Atlas es una fantasía en la que la gente productiva del mundo —los creadores de empleo, por así decirlo— retira sus servicios a una sociedad desagradecida. La parte más importante de la novela es un discurso de 64 páginas de John Galt, el enfadado cabecilla de la élite; hasta Friedrich Hayek admitió que nunca había conseguido leer esa parte. Sin embargo, el libro siempre es uno de los favoritos de los adolescentes. La mayoría finalmente lo deja atrás, pero algunos se mantienen fieles a él durante toda su vida.
Y Ryan es uno de esos fieles. Es verdad que, en los últimos años, ha tratado de restar importancia a su randismo, al llamarlo una “leyenda urbana”. No resulta difícil ver por qué: el ferviente ateísmo de Rand —y no digamos ya su declaración de que el “aborto es un derecho moral”— no es lo que la base del Partido Republicano quiere oír.
Pero Ryan está siendo poco sincero. En 2005 le dijo a la Atlas Society, que se dedica a promover las ideas de Rand, que la escritora inspiró su carrera política: “Si tuviese que atribuírselo a un pensador o a una persona, esa sería Ayn Rand”. También declaró que la obra de Rand era una lectura obligatoria para sus empleados y su personal en prácticas.
Y el programa fiscal de Ryan refleja claramente las ideas de Rand. Como documenté en mi última columna, la reputación de Ryan de ir en serio en cuanto al déficit presupuestario es totalmente inmerecida; sus políticas en realidad aumentarían el déficit. Pero va muy en serio en lo que se refiere a la rebaja de impuestos a los ricos y a la disminución de la ayuda a los pobres, muy en línea con la adoración de Rand por los que tienen éxito y con su desdén por los gorrones.
Este último punto es importante. Al presionar para que se hagan recortes draconianos en Medicaid, en los vales de comida y en otros programas que ayudan a los necesitados, Ryan no solo está buscando formas de ahorrar dinero. Lo que también pretende, y de forma bastante explícita, es hacerles la vida más dura a los pobres, por su propio bien. En marzo, al explicar sus recortes en la ayuda para los desfavorecidos, declaraba: “No queremos convertir la red de seguridad en una hamaca que sume a personas sanas en una vida de dependencia y complacencia que les prive de su voluntad y de su iniciativa para aprovechar al máximo sus vidas”.
Por alguna razón, dudo que los estadounidenses obligados a depender de los subsidios de desempleo y de los vales de comida en una economía deprimida sientan que están viviendo en una cómoda hamaca.
Pero esperen, aún hay más: La rebelión de Atlas aparentemente determinó las opiniones de Ryan sobre política monetaria, unas opiniones a las que se aferra a pesar de haberse equivocado por completo, y reiteradamente, en sus vaticinios.
A principios de 2011, Paul Ryan, que acababa de tomar posesión de su cargo de presidente del Comité Presupuestario del Congreso, hizo pasar a Ben Bernanke, presidente de la Reserva Federal, un momento difícil por sus políticas monetarias expansionistas. El aumento de los precios de las materias primas y de los tipos de interés a largo plazo, afirmaba, hacían presagiar una inflación elevada. “Lo más insidioso que un país le puede hacer a sus ciudadanos”, recitaba, “es devaluar su moneda”.
Desde entonces, la inflación se ha mantenido estable mientras que los tipos a largo plazo se han hundido, y la economía estadounidense estaría seguramente en una situación mucho peor si Bernanke hubiese sucumbido a las presiones para adoptar una restricción monetaria. Pero parece que Ryan se mantiene inflexible en sus opiniones monetarias. ¿Por qué?
Bien, fue precisamente durante aquella disertación de 2005 en la Atlas Society cuando afirmó que siempre volvía al “discurso sobre el dinero de Francisco d’Anconia” cuando reflexionaba sobre política monetaria. ¿Quién? Da igual. Ese discurso (que ocupa solo 23 párrafos) es un caso de una obsesión por una moneda fuerte que se convierte en locura. El personaje en cuestión, un secuaz de Galt, no solo exige un regreso al patrón oro, sino que denuncia la idea del papel moneda y pide una vuelta a las monedas de oro.
Para que quede constancia, el dinero en circulación estadounidense ha consistido en su inmensa mayoría en papel moneda, no en monedas de oro y de plata, desde principios de la década de 1800. Por eso, si Ryan piensa realmente que Francisco d’Anconia tenía razón, quiere atrasar el reloj no uno, sino dos siglos.
¿Importa todo esto? Bueno, si la candidatura republicana gana, Ryan será sin duda una fuerza influyente en el próximo Gobierno, y tengan también en cuenta que, como dice el tópico, estaría a un paso de la presidencia. Por eso nos debería preocupar el hecho de que Ryan mantenga unas opiniones monetarias que, si se pusiesen en práctica, contribuirían en gran medida a reproducir la Gran Depresión.
Y, más allá de eso, piensen en el hecho de que a Ryan se le considera el gran pensador moderno del Partido Republicano. ¿Qué dice esto del partido cuando su líder intelectual extrae sus ideas en gran parte de novelas fantásticas poco realistas?
Paul Krugman es profesor de Economía en Princeton y premio Nobel 2008.

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