Aún así, no existe aún otro mecanismo de semejante valor para que los
partidos transmitan a los ciudadanos su estado de salud política y sus
propuestas de futuro. Las convenciones miden el punto en el que se
encuentra un partido y reflejan su debate interno. Cuando, en los años
sesenta, el Partido Demócrata vivía en su seno las turbulencias de la
época, las convenciones eran tormentosas y polémicas. Cuando el Partido
Republicano, en los años ochenta, disfrutaba del éxito imperial de
Ronald Reagan, sus convenciones eran una celebración de dimensión nacional.
Las convenciones miden el punto en el que se encuentra un partido y reflejan su debate interno
Quedan algunas figuras que, con carácter testimonial, tomarán la
palabra en la convención, dentro de ese intento de Romney de sumar todo
lo posible. Hablarán los dos expresidentes Bush, aunque
el último de ellos lo hará solo por vídeo. También intervendrá
Condoleezza Rice,
en un esfuerzo destinado más bien a enseñar rostros femeninos y negros,
y se escuchará, como es de rigor, al líder en el Senado,
Mitch Mcconnell, y en la Cámara de Representantes,
John Boehner. Pero ninguno de ellos son la representación del Partido Republicano actual.
Los hombres fuertes de esta convención son otros. Son figuras como el
gobernador de Virginia, Bob McDonnell,
que ha presidido la elaboración del programa electoral del partido y
que alcanzó notoriedad hace pocos meses en su empeño de obligar a las
mujeres a someterse a pruebas médicas muy invasivas antes de autorizar
un aborto. Figuras como
Chris Christie, el gobernador de New Jersey, un halcón en la reducción del gasto público, o como
Nikki Haley, la joven gobernadora de Carolina del Sur, y
Rand Paul, el senador por Kentucky, dos estrellas del Tea Party. Y, desde luego, el
candidato a la vicepresidencia, Paul Ryan,
el hombre que en estos momentos representa mejor la causa contra el
déficit fiscal y el personaje con más proyección de toda la derecha
norteamericana.
Está invitado Jeb Bush, un moderado que ha reclamado una apertura del
partido a ideas más centristas, pero la hora estelar de ese día y el
mensaje principal se le reserva a
Marco Rubio, también alimentado por la teta del Tea Party y al que ahora se le encomienda, junto con la
gobernadora de New México, Susana Martínez, la tarea de conseguir los votos de los hispanos.
Los jóvenes turcos que actualmente dominan en el Congreso e imponen el discurso del partido triunfaron a la sombra del Tea Party
El alejamiento del Partido Republicano de esa comunidad es, además de
la pérdida del voto femenino —60% de Barack Obama frente a 31% de
Romney
en una encuesta de NBC
que pregunta quién es más sensible a los problemas de las mujeres—, la
mejor prueba de la marginalidad en la que está cayendo esa fuerza
política. Crecientemente vinculados a los sectores de la población
masculina y blanca, fundamentalmente rural, que defiende a ultranza las
armas, profesa fanáticamente su religión y rechaza los progresos
científicos y tecnológicos, los republicanos se van convirtiendo cada
día en un partido más minoritario y exclusivo.
La radicalización de su mensaje y de sus métodos —su posición sobre
el aborto y la diseminación de dudas sobre el país de nacimiento de
Obama son dos ejemplos— los ha convertido también en un partido que
despierta temores entre la población más centrista a la hora de
otorgarle la responsabilidad de gobernar. Una prueba de ello es la
política exterior, un área en la que se requiere más solvencia y
prudencia.
No va a ser fácil para Romney superar todo el daño causado por el radicalismo durante este tiempo
Durante décadas, prácticamente durante todo el periodo posterior a la
guerra de Vietnam, el Partido Demócrata fue visto como el bando de las
palomas, mientras que el Partido Republicano garantizaba una posición
fuerte y segura de EE UU en el mundo. No es así en este momento.
Obama aventaja a Romney en todas las encuestas en este apartado en un país que ahora teme que la demagogia republicana le lleve a más guerras que no desea.
No va a ser fácil para Romney superar todo el daño causado por el
radicalismo durante este tiempo. En parte porque el estado de ánimo no
es el de que el radicalismo haya perjudicado, sino que, al contrario, ha
revitalizado al partido y
le ha dado opciones de victoria solo cuatro años después de haber sido barrido por el huracán Obama. En parte eso es cierto, el Tea Party ayudó a los
republicanos a recuperar la mayoría en la Cámara de Representantes
y, más importante, la confianza en sí mismos. Pero para recuperar
también la Casa Blanca, el Partido Republicano necesita ahora cruzar la
línea hacia la mitad del país a la que ha repudiado y con la que se ha
enemistado durante todos estos años.
Romney puede ser el hombre para hacerlo. Ya ha demostrado que no le
cuesta cambiar de postura y que sabe convivir con sus rivales –lo
demostró en Massachusetts-. Hay que ver si el Partido Republicano le
deja hacerlo.
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