Los analistas erraron con Enron, Lehman Brothers y las hipotecas basura
SANDRO POZZI / EL PAÍS
¿Quién califica a las agencias de calificación? Es la pregunta que ronda desde que el trabajo de las grandes firmas del negocio fuera puesto en duda, al ser señaladas como los chefs de la crisis más grave desde la Gran Depresión. La rebaja anunciada por Standard & Poor's a la nota de la deuda estadounidense les vuelve a colocar en el centro del debate y de las críticas.
La opinión de las agencias es importante porque permite a los inversores mover su dinero en función del análisis que hacen del riesgo. Standard & Poor's (S&P) pone nota a la deuda soberana de unos 120 países. El factor político, señalan desde la firma propiedad de McGraw-Hill, es uno más, y también de los más subjetivos.
Las dudas sobre la fiabilidad de las agencias calificadoras (S&P, Moody's y Fitch) empezaron a aflorar con el colapso de Enron, a finales de 2001. Pero quedaron en letargo durante la época posterior de vacas gordas. No solo no fueron capaces de ver lo que se cocinaba en las cuentas de la eléctrica, una de las niñas mimadas de Wall Street, sino que cuando reaccionaron fue tarde y con su repuesta incentivaron la desbandada de inversores.
Para muchos, las agencias de calificación son, junto a los grandes bancos de inversión de Wall Street, los villanos de la crisis financiera. En su expediente tienen el sobresaliente que concedieron a Bear Stearns, Lehman Brothers, AIG y a los paquetes de inversión estructurados con hipotecas basura. Y con el descalabro que no anticiparon, su credibilidad quedó en entredicho.
No solo sus modelos fueron incapaces de anticipar el terremoto financiero, sino que su trabajo estuvo dominado por conflictos de intereses. La investigación de la crisis llevada a cabo por el Congreso de EE UU reveló, a partir de testimonios de empleados, que los ejecutivos ponían su relación con los bancos por delante del interés del inversor en bonos. Así preservaban su cuota de negocio a la vez que concedían la triple A -virtualmente sin riesgo- a valores de deuda hipotecaria a cambio de suculentas comisiones. Sin la nota más alta, esos bonos no habrían llegado al mercado. Eso alimentó la burbuja inmobiliaria.
Las cosas se pusieron feas cuando cogieron la tijera y empezaron los recortes en el verano de 2007, cuando los inversores ya habían perdido buena parte del dinero. Por eso la conclusión de la comisión de investigación es rotunda: fueron herramientas clave del caos financiero. En otras palabras: quizá la crisis no hubiera ocurrido si hubieran hecho bien su trabajo.
Mientras EE UU investiga, Europa sigue estancada en su pretensión de escapar al monopolio que ejercen estas empresas al crear un organismo europeo con algún tipo de supervisión pública. De momento no hay avances.
El cuestionado modelo de las agencias no está evitando que sus ejecutivos estén gozando otra vez remuneraciones récord, mientras el negocio vuelve a florecer. Por ejemplo, Moody's cerró el turbulento segundo trimestre con un alza del beneficio del 56%. Fue gracias a que los ingresos subieron un 27% por la mayor deuda emitida por corporaciones y Gobiernos.
Es decir, la crisis de la deuda les es rentable. Un negocio muy lucrativo, en el que la competencia es feroz. La reforma financiera que lleva los apellidos de los legisladores demócratas Christopher Dodd y Barney Frank recoge medidas para responsabilizarlas al ejercer su poder, capaz de frustrar al Gobierno de EE UU.
En la última comparecencia en el Capitolio, se examinaron los pasos que están dando para actualizar sus modelos de cálculo y, sobre todo, mejorar sus análisis y la supervisión interna. Y como si se tratara de una campaña de imagen, están recortando la nota de emisores de deuda dudosos.
La decisión de rebajar la nota de EE UU puede animar a la Administración de Barack Obama a acelerar la reforma de las agencias. Los sentimientos, por tanto, están a flor de piel en los dos frentes. Algo que no es de extrañar tras lo vivido en los últimos cuatro años. Ahora es el mercado el que debe decir si la opinión de que EE UU no es un país exento de riesgo es correcta.
SANDRO POZZI / EL PAÍS
¿Quién califica a las agencias de calificación? Es la pregunta que ronda desde que el trabajo de las grandes firmas del negocio fuera puesto en duda, al ser señaladas como los chefs de la crisis más grave desde la Gran Depresión. La rebaja anunciada por Standard & Poor's a la nota de la deuda estadounidense les vuelve a colocar en el centro del debate y de las críticas.
La opinión de las agencias es importante porque permite a los inversores mover su dinero en función del análisis que hacen del riesgo. Standard & Poor's (S&P) pone nota a la deuda soberana de unos 120 países. El factor político, señalan desde la firma propiedad de McGraw-Hill, es uno más, y también de los más subjetivos.
Las dudas sobre la fiabilidad de las agencias calificadoras (S&P, Moody's y Fitch) empezaron a aflorar con el colapso de Enron, a finales de 2001. Pero quedaron en letargo durante la época posterior de vacas gordas. No solo no fueron capaces de ver lo que se cocinaba en las cuentas de la eléctrica, una de las niñas mimadas de Wall Street, sino que cuando reaccionaron fue tarde y con su repuesta incentivaron la desbandada de inversores.
Para muchos, las agencias de calificación son, junto a los grandes bancos de inversión de Wall Street, los villanos de la crisis financiera. En su expediente tienen el sobresaliente que concedieron a Bear Stearns, Lehman Brothers, AIG y a los paquetes de inversión estructurados con hipotecas basura. Y con el descalabro que no anticiparon, su credibilidad quedó en entredicho.
No solo sus modelos fueron incapaces de anticipar el terremoto financiero, sino que su trabajo estuvo dominado por conflictos de intereses. La investigación de la crisis llevada a cabo por el Congreso de EE UU reveló, a partir de testimonios de empleados, que los ejecutivos ponían su relación con los bancos por delante del interés del inversor en bonos. Así preservaban su cuota de negocio a la vez que concedían la triple A -virtualmente sin riesgo- a valores de deuda hipotecaria a cambio de suculentas comisiones. Sin la nota más alta, esos bonos no habrían llegado al mercado. Eso alimentó la burbuja inmobiliaria.
Las cosas se pusieron feas cuando cogieron la tijera y empezaron los recortes en el verano de 2007, cuando los inversores ya habían perdido buena parte del dinero. Por eso la conclusión de la comisión de investigación es rotunda: fueron herramientas clave del caos financiero. En otras palabras: quizá la crisis no hubiera ocurrido si hubieran hecho bien su trabajo.
Mientras EE UU investiga, Europa sigue estancada en su pretensión de escapar al monopolio que ejercen estas empresas al crear un organismo europeo con algún tipo de supervisión pública. De momento no hay avances.
El cuestionado modelo de las agencias no está evitando que sus ejecutivos estén gozando otra vez remuneraciones récord, mientras el negocio vuelve a florecer. Por ejemplo, Moody's cerró el turbulento segundo trimestre con un alza del beneficio del 56%. Fue gracias a que los ingresos subieron un 27% por la mayor deuda emitida por corporaciones y Gobiernos.
Es decir, la crisis de la deuda les es rentable. Un negocio muy lucrativo, en el que la competencia es feroz. La reforma financiera que lleva los apellidos de los legisladores demócratas Christopher Dodd y Barney Frank recoge medidas para responsabilizarlas al ejercer su poder, capaz de frustrar al Gobierno de EE UU.
En la última comparecencia en el Capitolio, se examinaron los pasos que están dando para actualizar sus modelos de cálculo y, sobre todo, mejorar sus análisis y la supervisión interna. Y como si se tratara de una campaña de imagen, están recortando la nota de emisores de deuda dudosos.
La decisión de rebajar la nota de EE UU puede animar a la Administración de Barack Obama a acelerar la reforma de las agencias. Los sentimientos, por tanto, están a flor de piel en los dos frentes. Algo que no es de extrañar tras lo vivido en los últimos cuatro años. Ahora es el mercado el que debe decir si la opinión de que EE UU no es un país exento de riesgo es correcta.
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