Antonio Navalón / El Universal
Arde Londres. No es la primera vez que Londres ha ardido, de hecho, uno de los puntos culminantes sobre el cual basó su éxito la Dama de Hierro, Margaret Thatcher fue el control de motines y problemas de alteración del orden público.
En aquel momento asistíamos al fracaso final de las políticas implementadas por un partido laborista desgastado y al nacimiento de la revolución conservadora que inició Reagan y que consolidó de manera muy importante Thatcher al otro lado del Atlántico.
Arde Londres, arde nuevamente. A un año de proclamarse David Cameron como primer ministro, tras haber tenido que pactar con los liberales y ser así el primer gobierno de coalición en el Reino Unido desde la Segunda Guerra Mundial, el premier inglés parecía claramente instalado en la comprensión de lo que el país necesitaba.
Sin embargo, y como le pasa a Obama, sin que fuera culpa de Cameron —aunque sí son responsables de no ver la profundidad del daño quienes dicen querer administrar—, se encontró con que la herencia del muy carismático Tony Blair y el fracaso de un mundo que ya no funciona han hecho que Londres arda. Por ello, el Primer Ministro tuvo que enfrentarse a su propia policía, ya muy desacreditada, después del juego de poder, corrupción, sexo, mentiras y cintas de video de la colaboración entre Scotland Yard y Rupert Murdoch.
Es cierto, Cameron no es Mubarak, quien tuvo que dejar el poder tras otra iniciativa popular de ocupación de las calles. Cameron es un hombre que ha aplicado un programa de austeridad salvaje, que como le ha pasado al resto de los gobiernos, no funciona.
Obama, Mubarak, Cameron y Zapatero tienen causas distintas —no son comparable dictaduras de faraones con sistemas democráticos que funcionen— pero los une que viven y gobiernan en un mundo donde ya no están en condiciones ni de aplastar a sus pueblos ni de garantizarles un desarrollo como el que conocieron. Es la mezcla del miedo, la confusión, el descrédito de las instituciones; ninguno se atreve a ir al espejito mágico —la televisión o el Twitter— y decir la verdad: tronamos.
No hay salida que permita seguir pagando las necesidades médicas de los adultos mayores, así como las pensiones que, no sé si nos ganamos o no, pero tenemos derecho a ellas. Mi generación está acabando con la posibilidad de darle trabajo a las que siguen.
¿Cómo explicarles a los jóvenes que será complicado que cuenten con un empleo? Por muy generosos y buenos que sean, en algún momento cuestionarán quién hizo este desmadre y se darán cuenta que quienes fuimos nosotros.
Jóvenes contra viejos, ricos contra pobres, demócratas contra radicales, oprimidos contra opresores, el mundo arde y en todo esto hay una falta de cálculo en dos aspectos: primero no decir que se acabó; segundo, no darse cuenta que lo que antes hubiera tomado un tiempo ahora es inmediato.
Tras la revolución de las comunicaciones, ocurre que del sentimiento a la explosión sólo hay un Twitter, que aunque tenga muy pocos caracteres es incendiario como lo son los estados de la desesperanza.
En países como México sólo nos queda reconstruir el origen de nuestros males y saber que aunque haya 20 mil muertos más hasta el 2 de diciembre de 2012 esto se acabó. México debe entender —y va en camino de hacerlo— que la violencia ya no es la solución.
Ahora sólo nos queda reinventar un país donde la gente pueda trabajar de algo más que de gatillero o sicario; una nación donde seamos capaces, con nuestro mercado interno, de no depender de que los estadounidenses puedan seguir teniendo tres coches. Un país donde no pensemos que jamás tendrá arreglo la corrupción y la impunidad, donde nos demos cuenta que no están ocupando el Zócalo porque, desafortunadamente, han ocupado ciudades y estados enteros en forma de ejércitos del narco; que nuestra Plaza Tahir se llama Ciudad Juárez y nuestro Tottenham es Tamaulipas.
El mundo arde porque los gobernantes no aceptan que no están en condiciones de solucionar lo que sucede salvo que empecemos de cero y eso siempre es muy complicado.
Sin esa conciencia se crea el vacío y el vacío abre la puerta a la tentación fascista.
En cualquier caso, antes de que usted tire del gatillo de Twitter, que es mucho más grave que tirar del de un revólver, piense que de la emoción al desencanto, y del desencanto al caos tan sólo hay 140 caracteres.
Periodista
Arde Londres. No es la primera vez que Londres ha ardido, de hecho, uno de los puntos culminantes sobre el cual basó su éxito la Dama de Hierro, Margaret Thatcher fue el control de motines y problemas de alteración del orden público.
En aquel momento asistíamos al fracaso final de las políticas implementadas por un partido laborista desgastado y al nacimiento de la revolución conservadora que inició Reagan y que consolidó de manera muy importante Thatcher al otro lado del Atlántico.
Arde Londres, arde nuevamente. A un año de proclamarse David Cameron como primer ministro, tras haber tenido que pactar con los liberales y ser así el primer gobierno de coalición en el Reino Unido desde la Segunda Guerra Mundial, el premier inglés parecía claramente instalado en la comprensión de lo que el país necesitaba.
Sin embargo, y como le pasa a Obama, sin que fuera culpa de Cameron —aunque sí son responsables de no ver la profundidad del daño quienes dicen querer administrar—, se encontró con que la herencia del muy carismático Tony Blair y el fracaso de un mundo que ya no funciona han hecho que Londres arda. Por ello, el Primer Ministro tuvo que enfrentarse a su propia policía, ya muy desacreditada, después del juego de poder, corrupción, sexo, mentiras y cintas de video de la colaboración entre Scotland Yard y Rupert Murdoch.
Es cierto, Cameron no es Mubarak, quien tuvo que dejar el poder tras otra iniciativa popular de ocupación de las calles. Cameron es un hombre que ha aplicado un programa de austeridad salvaje, que como le ha pasado al resto de los gobiernos, no funciona.
Obama, Mubarak, Cameron y Zapatero tienen causas distintas —no son comparable dictaduras de faraones con sistemas democráticos que funcionen— pero los une que viven y gobiernan en un mundo donde ya no están en condiciones ni de aplastar a sus pueblos ni de garantizarles un desarrollo como el que conocieron. Es la mezcla del miedo, la confusión, el descrédito de las instituciones; ninguno se atreve a ir al espejito mágico —la televisión o el Twitter— y decir la verdad: tronamos.
No hay salida que permita seguir pagando las necesidades médicas de los adultos mayores, así como las pensiones que, no sé si nos ganamos o no, pero tenemos derecho a ellas. Mi generación está acabando con la posibilidad de darle trabajo a las que siguen.
¿Cómo explicarles a los jóvenes que será complicado que cuenten con un empleo? Por muy generosos y buenos que sean, en algún momento cuestionarán quién hizo este desmadre y se darán cuenta que quienes fuimos nosotros.
Jóvenes contra viejos, ricos contra pobres, demócratas contra radicales, oprimidos contra opresores, el mundo arde y en todo esto hay una falta de cálculo en dos aspectos: primero no decir que se acabó; segundo, no darse cuenta que lo que antes hubiera tomado un tiempo ahora es inmediato.
Tras la revolución de las comunicaciones, ocurre que del sentimiento a la explosión sólo hay un Twitter, que aunque tenga muy pocos caracteres es incendiario como lo son los estados de la desesperanza.
En países como México sólo nos queda reconstruir el origen de nuestros males y saber que aunque haya 20 mil muertos más hasta el 2 de diciembre de 2012 esto se acabó. México debe entender —y va en camino de hacerlo— que la violencia ya no es la solución.
Ahora sólo nos queda reinventar un país donde la gente pueda trabajar de algo más que de gatillero o sicario; una nación donde seamos capaces, con nuestro mercado interno, de no depender de que los estadounidenses puedan seguir teniendo tres coches. Un país donde no pensemos que jamás tendrá arreglo la corrupción y la impunidad, donde nos demos cuenta que no están ocupando el Zócalo porque, desafortunadamente, han ocupado ciudades y estados enteros en forma de ejércitos del narco; que nuestra Plaza Tahir se llama Ciudad Juárez y nuestro Tottenham es Tamaulipas.
El mundo arde porque los gobernantes no aceptan que no están en condiciones de solucionar lo que sucede salvo que empecemos de cero y eso siempre es muy complicado.
Sin esa conciencia se crea el vacío y el vacío abre la puerta a la tentación fascista.
En cualquier caso, antes de que usted tire del gatillo de Twitter, que es mucho más grave que tirar del de un revólver, piense que de la emoción al desencanto, y del desencanto al caos tan sólo hay 140 caracteres.
Periodista
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