martes, 23 de agosto de 2011

IMPUESTOS Y TASAS EN UN MUNDO DESIGUAL

José Ramón Cossio D. / El Universal
El 15 de agosto se publicó en The New York Times el artículo de Warren Buffett, el tercer hombre más rico del mundo, Stop coddling the super rich. Según Forbes, su fortuna asciende a 50 mil millones de dólares y, según Buffett, el año pasado pagó 6.9 millones de dólares de impuestos. Si bien él mismo acepta que es una cantidad importante, llama la atención sobre que la tasa efectiva a la cual se le hizo tributar fue del 17.4%, mientras que para el empleado medio de su empresa fue del 36%.
El punto central del artículo de Buffett es por demás importante. Señala que mientras la mayor parte de los estadounidenses enfrenta serios problemas económicos, el gobierno se empeña en “consentir” a los más ricos y limitar las soluciones al déficit sólo en el recorte al gasto público. Lo que propone es incrementar progresivamente las tasas de tributación, para que así paguen más quienes tengan ingresos más altos.
Las ideas de Buffett han sido tratadas de dos maneras. Algunos han señalado que sus escrúpulos personales deben resolverse de manera semejante, de modo que si quiere pagar más impuestos que lo haga. Otros consideran que sus tesis están sirviendo de ariete al Partido Demócrata frente a los embates de los republicanos y, en especial, al pequeño pero radicalizado Tea Party. En México el artículo se difundió como noticia y ha merecido, hasta donde sé, comentarios en pocas columnas, básicamente de finanzas. Creo, sin embargo, que el signo de nuestros días merece considerar el asunto más ampliamente y analizar las ideas con independencia del propio Buffett.
Si tomamos en cuenta las explicaciones que se proponen acerca de los acontecimientos en parte del mundo árabe, Chile, España, Grecia, Gran Bretaña e India, por ejemplo, o las predicciones acerca de lo que puede venir en el otoño, parece posible concluir que en las expectativas estamos ante una crisis. Mejor dicho: ante una crisis por la falta de satisfacción a muy diversas expectativas. Los movimientos contra el Estado social y de lo que en él resulta más relevante, sus posibilidades redistributivas, comenzaron en los años 70. El enfrentamiento vino, dicho con brevedad, de la idea básica de que el individuo debía alcanzar su pleno desarrollo sin intervención del Estado. Cobrar impuestos diferenciados y, en particular tasas más altas a los más ricos, era un modo de intervenir en la legítima acumulación de la riqueza. Además, se dijo, ello provocaría desincentivar los esfuerzos productivos de quienes más tenían, quienes a su vez dejarían de invertir y, a la postre, reducirían las fuentes de empleo. Desde esta perspectiva, la acumulación de riqueza resultaba intrínsecamente buena no sólo por los beneficios que debiera tener quien la llevara a cabo, sino por los beneficios sociales que llegaría a derramar.
La idea de la más pura individualidad permeó, sin embargo, en un ámbito de actividades más amplio que el económico, al extremo que determina mucho de la cultura de nuestros días. Trabajar para uno, pensar en uno, amasar bienes para uno, se entiende como una correcta manera de actuar. Quien lo haga, será exitoso socialmente. La solidaridad social, ha llegado a decirse, propicia un indebido intervencionismo de Estado, cuando no preludia regímenes autoritarios. La existencia de sujetos insatisfechos se ha considerado una consecuencia de su incapacidad de adaptarse, lo que no puede explicarse sino por una debilidad individual respecto de la cual, nuevamente, el Estado no puede ni debe intervenir.
Es en esta lógica en la que se asienta la concepción de los impuestos contra la cual alega Buffett. Fijar tasas progresivas para que los más ricos paguen más que quienes perciben menos ingresos es un tema que muchos considerarían contrario a las tesis individualistas, generaría excesivas intromisiones estatales y, a la larga y en tanto que inhibiría la inversión, dificultaría crear empleos y con ello el bienestar general. Así, se valoraría contraria toda acción estatal que tratara de quitar ingresos a quienes tienen un derecho a ellos y a quienes por su acción individual, prácticamente egoísta, lograrán aumentar los beneficios sociales.
Lo que Buffett dice es que muchos de los supuestos en que descansa la oposición a tasas progresivas son equivocados. Para él, o al menos así parece advertirse de su artículo, son moralmente cuestionables y económicamente erróneos. Este punto importante debiera dar lugar a más amplias discusiones entre nosotros, ahora que pareciera posible una nueva discusión sobre el régimen tributario nacional. Ningunear el llamado de Buffett por venir de un superrico y sólo por ello sería como negar valor a los conversos, asunto que nos privaría de muchas de las mejores ideas de la historia. Para un Estado que mantiene parte de su legitimidad en un supuesto carácter social esta discusión es desde luego impostergable.
Ministro de la Suprema Corte de Justicia

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