José Antonio Crespo / El Universal
Sostengo, como muchos, que Felipe Calderón inició precipitadamente su estrategia contra el crimen organizado para ganar popularidad política y compensar su escasa legitimidad electoral. No había necesidad de arriesgar la seguridad nacional con un plan que partió de un mal diagnóstico y una lucha sin los preparativos que garantizaran su éxito (así fuese relativo, pues se trata de una guerra inganable). La decisión de Felipe fue muy bien recibida por el grueso de la sociedad, así como por la mayoría de columnistas y opinadores. Hoy, ante el evidente fracaso, la crítica se incrementa. Muchos sostienen que es fácil descalificar la estrategia a toro pasado, una vez que ha quedado claro que salió absolutamente del control. En realidad, un núcleo de expertos o involucrados en el tema hicieron advertencias de lo peligroso de esta estrategia: dijeron que sería contraproducente y que podría llevar al país justo a donde está. En mi caso, tras haber leído por años a especialistas en narcotráfico para determinar de qué manera afectaba los procesos de transición democrática, escribí en 2007 varios artículos advirtiendo lo que, desde la teoría y otras experiencias, se podría proyectar como posibles efectos de la estrategia calderonista.
Van algunos ejemplos de esos escritos: “Se ha celebrado mucho la determinación de Felipe Calderón de enfrentar al narcotráfico con toda la fuerza del Estado. Pero cabe recordar que también Fox, al inicio de su gobierno, anunció con bombo y platillo que entablaría contra el narco una ‘guerra sin cuartel’, e igualmente fue celebrado por la sociedad. En 2001, dijimos que […] el problema del narcotráfico no era posible resolverlo mediante la fuerza, pues resultaba contraproducente; incrementa la violencia intercárteles, la que se ejerce contra el Estado y eventualmente contra la sociedad civil (terrorismo). Además, frente a un embate frontal, se elevan los incentivos y probabilidades para que los agentes del Estado sean corrompidos por los capos, que tienen dinero de sobra para ello… En tanto esa guerra continúe bajo una estrategia equivocada, seguirá habiendo violencia que no será compensada por una idílica e inalcanzable victoria a futuro” (8/enero/07). En otra colaboración, preguntábamos: “¿Cuántas víctimas han de morir antes de que se erradique al narco y su violencia concomitante? Pues no hay respuesta. Siempre se habla de un futuro indefinido […] Y sólo esa convicción justifica el dinero destinado a los operativos, las víctimas sacrificadas y la violencia derivada de esa cruzada. Pero enfrentar el narcotráfico como una guerra convencional equivale a darle escobazos a un avispero. Debe abordarse esencialmente con servicios de inteligencia. Mientras tanto, no nos queda más remedio que seguir engañándonos con la ilusión de que es posible apagar el fuego con fuego” (26/marzo/07).
Señalamos poco más adelante: “La derrota consiste en la imposibilidad de reducir la narcoviolencia, que más bien se incrementa. Pero de eso la ciudadanía no se percatará de inmediato debido al cuento de que la mayor violencia que se registra en las calles es inequívoca señal de que la guerra se está ganando […] La persecución de los sicarios y los narcomenudistas puede en cambio implicar la afectación del ciudadano medio en sus derechos básicos [...] Así como se realizan encuestas para palpar cómo percibe la población los operativos antinarcos, hasta ahora favorables a Calderón, debieran hacerse otras preguntas como: ¿qué le preocuparía más, que su hija tenga acceso a la droga o que pueda ser violada por policías y soldados al perseguir narcotraficantes? ¿Está usted dispuesto a caer como ‘daño colateral’ en aras de que eventualmente —o nunca— los cárteles de la droga sean desmantelados?” (21/mayo/07).
Evidentemente, no pretendo ser el único que hizo proyecciones semejantes. Quien lea a otros expertos e involucrados en el tema durante esos primeros meses del calderonismo encontrará argumentos y advertencias similares, en tanto que la mayoría de los medios aplaudía la estrategia. Ahora sólo unos pocos (los más oficialistas) lo siguen haciendo. Los actos de terrorismo fueron entonces visualizados, pues en una estrategia punitiva (como la de Calderón) donde se ataca a los capos hagan lo que hagan, hay incentivos para que éstos eleven el costo de la guerra, para lo cual el terrorismo es invaluable. En cambio, una estrategia disuasiva, como la seguida por Estados Unidos, hace irracionales los actos de terrorismo o delinquir contra la sociedad. Pero Calderón jamás reconocerá que se equivocó. Sería ponerse la soga al cuello.
Investigador del CIDE
Sostengo, como muchos, que Felipe Calderón inició precipitadamente su estrategia contra el crimen organizado para ganar popularidad política y compensar su escasa legitimidad electoral. No había necesidad de arriesgar la seguridad nacional con un plan que partió de un mal diagnóstico y una lucha sin los preparativos que garantizaran su éxito (así fuese relativo, pues se trata de una guerra inganable). La decisión de Felipe fue muy bien recibida por el grueso de la sociedad, así como por la mayoría de columnistas y opinadores. Hoy, ante el evidente fracaso, la crítica se incrementa. Muchos sostienen que es fácil descalificar la estrategia a toro pasado, una vez que ha quedado claro que salió absolutamente del control. En realidad, un núcleo de expertos o involucrados en el tema hicieron advertencias de lo peligroso de esta estrategia: dijeron que sería contraproducente y que podría llevar al país justo a donde está. En mi caso, tras haber leído por años a especialistas en narcotráfico para determinar de qué manera afectaba los procesos de transición democrática, escribí en 2007 varios artículos advirtiendo lo que, desde la teoría y otras experiencias, se podría proyectar como posibles efectos de la estrategia calderonista.
Van algunos ejemplos de esos escritos: “Se ha celebrado mucho la determinación de Felipe Calderón de enfrentar al narcotráfico con toda la fuerza del Estado. Pero cabe recordar que también Fox, al inicio de su gobierno, anunció con bombo y platillo que entablaría contra el narco una ‘guerra sin cuartel’, e igualmente fue celebrado por la sociedad. En 2001, dijimos que […] el problema del narcotráfico no era posible resolverlo mediante la fuerza, pues resultaba contraproducente; incrementa la violencia intercárteles, la que se ejerce contra el Estado y eventualmente contra la sociedad civil (terrorismo). Además, frente a un embate frontal, se elevan los incentivos y probabilidades para que los agentes del Estado sean corrompidos por los capos, que tienen dinero de sobra para ello… En tanto esa guerra continúe bajo una estrategia equivocada, seguirá habiendo violencia que no será compensada por una idílica e inalcanzable victoria a futuro” (8/enero/07). En otra colaboración, preguntábamos: “¿Cuántas víctimas han de morir antes de que se erradique al narco y su violencia concomitante? Pues no hay respuesta. Siempre se habla de un futuro indefinido […] Y sólo esa convicción justifica el dinero destinado a los operativos, las víctimas sacrificadas y la violencia derivada de esa cruzada. Pero enfrentar el narcotráfico como una guerra convencional equivale a darle escobazos a un avispero. Debe abordarse esencialmente con servicios de inteligencia. Mientras tanto, no nos queda más remedio que seguir engañándonos con la ilusión de que es posible apagar el fuego con fuego” (26/marzo/07).
Señalamos poco más adelante: “La derrota consiste en la imposibilidad de reducir la narcoviolencia, que más bien se incrementa. Pero de eso la ciudadanía no se percatará de inmediato debido al cuento de que la mayor violencia que se registra en las calles es inequívoca señal de que la guerra se está ganando […] La persecución de los sicarios y los narcomenudistas puede en cambio implicar la afectación del ciudadano medio en sus derechos básicos [...] Así como se realizan encuestas para palpar cómo percibe la población los operativos antinarcos, hasta ahora favorables a Calderón, debieran hacerse otras preguntas como: ¿qué le preocuparía más, que su hija tenga acceso a la droga o que pueda ser violada por policías y soldados al perseguir narcotraficantes? ¿Está usted dispuesto a caer como ‘daño colateral’ en aras de que eventualmente —o nunca— los cárteles de la droga sean desmantelados?” (21/mayo/07).
Evidentemente, no pretendo ser el único que hizo proyecciones semejantes. Quien lea a otros expertos e involucrados en el tema durante esos primeros meses del calderonismo encontrará argumentos y advertencias similares, en tanto que la mayoría de los medios aplaudía la estrategia. Ahora sólo unos pocos (los más oficialistas) lo siguen haciendo. Los actos de terrorismo fueron entonces visualizados, pues en una estrategia punitiva (como la de Calderón) donde se ataca a los capos hagan lo que hagan, hay incentivos para que éstos eleven el costo de la guerra, para lo cual el terrorismo es invaluable. En cambio, una estrategia disuasiva, como la seguida por Estados Unidos, hace irracionales los actos de terrorismo o delinquir contra la sociedad. Pero Calderón jamás reconocerá que se equivocó. Sería ponerse la soga al cuello.
Investigador del CIDE
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