Alejandro Nadal / La Jornada
La gran ironía del neoliberalismo es que su versión del capitalismo condujo a desarticular el vínculo entre salarios, ingresos y demanda agregada. De esta forma, terminó por socavar las bases de la economía capitalista a nivel mundial. La globalización neoliberal no es más que una cara de este proceso que hoy se expresa en una crisis de proporciones históricas y anuncia una prolongada temporada de estancamiento. La secuela de desempleo, desigualdad y pobreza sólo traerá malas noticias en la vida política de las naciones.
Para entender cómo se rompió ese vínculo y sus consecuencias, es necesario trazar un esbozo de las causas de la globalización. La narrativa dominante durante muchos años presentó a la globalización como muestra del éxito imparable del capitalismo moderno. El colapso de la Unión Soviética sirvió para presentar a la globalización como el triunfo del libre mercado. Pero la realidad siempre es terca y no puede moldearse como si fuera plastilina.
La globalización está vinculada a la caída en la tasa de ganancia experimentada en las principales economías capitalistas en los años setenta. Eso empujó a la inversión capitalista a buscar dos salidas: una a través de salarios bajos y otra en la especulación financiera. La ofensiva en contra de los derechos laborales cuyo reconocimiento había sido alcanzado después de décadas de luchas dolorosas fue la manifestación de la primera vía. La expansión del sector financiero (y especulativo) a escala mundial es la expresión de la segunda.
La crisis que explota en el otoño del 2007 se nos presenta antes que nada como una debacle financiera. Pero sus raíces están en el comportamiento de la tasa de ganancia y en la reducción de los costos laborales. La globalización es una forma de organizar la competencia entre trabajadores del mundo entero para presionar los salarios a la baja. Esto es ejemplo de lo que Gunnar Myrdal denominaba proceso de causación circular acumulativa.
El estancamiento en el crecimiento de los salarios reales en economías avanzadas condujo a una contracción de la demanda agregada. Eso sólo podía contrarrestarse con el sobrendeudamiento de las capas medias y trabajadoras de la población. El crédito fluyó para hipotecas, autos, educación, electrodomésticos y, a través de la tarjeta de crédito, hasta para bienes de consumo no duradero. La bursatilización de todo tipo de instrumentos fue un mecanismo nefasto para mantener en movimiento este proceso. Los préstamos basados en la apreciación de activos residenciales (los home equity loans) completaron el cuadro con la ilusión de una riqueza artificial para las capas medias.
La política monetaria estuvo al servicio de este proceso con prioridades sometidas a las necesidades del sector financiero. Las burbujas (en especial en el sector de bienes raíces y en el mercado bursátil) fueron la manera de mantener el proceso de crecimiento en las economías avanzadas. Algo parecido, pero con distorsiones más serias, sucedió en las economías subdesarrolladas y en los muy mal llamados mercados emergentes.
La crisis estalló en el eslabón más visible de la cadena. El sector financiero se había desarrollado a través de mecanismos e instrumentos que no podían sostenerse más allá de unos cuantos años. Al explotar el sector financiero, se destruyó el mecanismo que había estado sosteniendo la demanda agregada.
En la evolución del capitalismo mundial, el último tercio del siglo XX fue testigo del rompimiento del enlace fundamental entre salarios y demanda agregada. La idea de mantener el crecimiento a través de las exportaciones se ha revelado como una salida falsa o, si se prefiere, como una especie de boomerang. Los países importadores que enfrentaron un déficit crónico, sufrieron la destrucción de su base productiva y de generación de empleo. Los flujos de capital permiten durante un cierto tiempo financiar artificialmente el déficit (como en México), pero a la larga, la crisis en esos países subordinados no puede evitarse.
A nivel macroeconómico, el vínculo entre productividad y salarios, y entre éstos y demanda agregada ha sido desmantelado por décadas de una ofensiva en contra de todo lo que se relaciona con el mundo laboral. El resultado es que el crecimiento ha tenido que sostenerse con una sucesión continua de burbujas que al reventar conducen a un periodo más o menos largo de des-endeudamiento.
Cuando se produce un colapso de la demanda agregada, la inversión se detiene y, con ella, se frena la generación de empleo. Eso conduce a una más intensa caída de la demanda agregada y así, en un círculo vicioso, se llega a la depresión. La demanda puede apoyarse en el gasto público, pero hoy la reacción neoliberal impide utilizar este instrumento. Y en el des-endeudamiento, la política monetaria tiene muy poco que contribuir. El mismo establishment que nos regaló la globalización neoliberal se esfuerza hoy en obsequiarnos una década de crisis mundial.
La gran ironía del neoliberalismo es que su versión del capitalismo condujo a desarticular el vínculo entre salarios, ingresos y demanda agregada. De esta forma, terminó por socavar las bases de la economía capitalista a nivel mundial. La globalización neoliberal no es más que una cara de este proceso que hoy se expresa en una crisis de proporciones históricas y anuncia una prolongada temporada de estancamiento. La secuela de desempleo, desigualdad y pobreza sólo traerá malas noticias en la vida política de las naciones.
Para entender cómo se rompió ese vínculo y sus consecuencias, es necesario trazar un esbozo de las causas de la globalización. La narrativa dominante durante muchos años presentó a la globalización como muestra del éxito imparable del capitalismo moderno. El colapso de la Unión Soviética sirvió para presentar a la globalización como el triunfo del libre mercado. Pero la realidad siempre es terca y no puede moldearse como si fuera plastilina.
La globalización está vinculada a la caída en la tasa de ganancia experimentada en las principales economías capitalistas en los años setenta. Eso empujó a la inversión capitalista a buscar dos salidas: una a través de salarios bajos y otra en la especulación financiera. La ofensiva en contra de los derechos laborales cuyo reconocimiento había sido alcanzado después de décadas de luchas dolorosas fue la manifestación de la primera vía. La expansión del sector financiero (y especulativo) a escala mundial es la expresión de la segunda.
La crisis que explota en el otoño del 2007 se nos presenta antes que nada como una debacle financiera. Pero sus raíces están en el comportamiento de la tasa de ganancia y en la reducción de los costos laborales. La globalización es una forma de organizar la competencia entre trabajadores del mundo entero para presionar los salarios a la baja. Esto es ejemplo de lo que Gunnar Myrdal denominaba proceso de causación circular acumulativa.
El estancamiento en el crecimiento de los salarios reales en economías avanzadas condujo a una contracción de la demanda agregada. Eso sólo podía contrarrestarse con el sobrendeudamiento de las capas medias y trabajadoras de la población. El crédito fluyó para hipotecas, autos, educación, electrodomésticos y, a través de la tarjeta de crédito, hasta para bienes de consumo no duradero. La bursatilización de todo tipo de instrumentos fue un mecanismo nefasto para mantener en movimiento este proceso. Los préstamos basados en la apreciación de activos residenciales (los home equity loans) completaron el cuadro con la ilusión de una riqueza artificial para las capas medias.
La política monetaria estuvo al servicio de este proceso con prioridades sometidas a las necesidades del sector financiero. Las burbujas (en especial en el sector de bienes raíces y en el mercado bursátil) fueron la manera de mantener el proceso de crecimiento en las economías avanzadas. Algo parecido, pero con distorsiones más serias, sucedió en las economías subdesarrolladas y en los muy mal llamados mercados emergentes.
La crisis estalló en el eslabón más visible de la cadena. El sector financiero se había desarrollado a través de mecanismos e instrumentos que no podían sostenerse más allá de unos cuantos años. Al explotar el sector financiero, se destruyó el mecanismo que había estado sosteniendo la demanda agregada.
En la evolución del capitalismo mundial, el último tercio del siglo XX fue testigo del rompimiento del enlace fundamental entre salarios y demanda agregada. La idea de mantener el crecimiento a través de las exportaciones se ha revelado como una salida falsa o, si se prefiere, como una especie de boomerang. Los países importadores que enfrentaron un déficit crónico, sufrieron la destrucción de su base productiva y de generación de empleo. Los flujos de capital permiten durante un cierto tiempo financiar artificialmente el déficit (como en México), pero a la larga, la crisis en esos países subordinados no puede evitarse.
A nivel macroeconómico, el vínculo entre productividad y salarios, y entre éstos y demanda agregada ha sido desmantelado por décadas de una ofensiva en contra de todo lo que se relaciona con el mundo laboral. El resultado es que el crecimiento ha tenido que sostenerse con una sucesión continua de burbujas que al reventar conducen a un periodo más o menos largo de des-endeudamiento.
Cuando se produce un colapso de la demanda agregada, la inversión se detiene y, con ella, se frena la generación de empleo. Eso conduce a una más intensa caída de la demanda agregada y así, en un círculo vicioso, se llega a la depresión. La demanda puede apoyarse en el gasto público, pero hoy la reacción neoliberal impide utilizar este instrumento. Y en el des-endeudamiento, la política monetaria tiene muy poco que contribuir. El mismo establishment que nos regaló la globalización neoliberal se esfuerza hoy en obsequiarnos una década de crisis mundial.
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