miércoles, 31 de agosto de 2011

ESTADOS UNIDOS COMO PROBLEMA

No hay moneda que no se deprecie cuando su emisión supera la oferta de bienes y servicios
JULIO SANGUINETTI / EL PAÍS
En América Latina, históricamente hemos vivido la eterna lucha de los bancos centrales para defender nuestras monedas de las subidas del dólar. Las dramáticas devaluaciones jalonan la historia con una profunda marca. Nunca se nos ocurrió pensar que esos mismos bancos iban a luchar desesperadamente para mantener el valor del dólar y que no se devaluará aún más en nuestros mercados.
Desde luego, hubo momentos, en ciertos planes de estabilización, que revaluaron nuestras monedas más de la cuenta con relación al dólar, momentos en los que este resultó en una moneda particularmente apta para importar. Fueron los tiempos -por ejemplo- del "deme-dos" que singularizó al público argentino en Miami, comprando de todo, cuando la famosa ley de convertibilidad de 1991 fijó, por una larga década, la igualdad de las dos monedas. Al principio fue muy útil a fin de quebrar las expectativas inflacionarias pero luego los costos internos crecieron más de la cuenta, desequilibraron la ecuación y se terminó en otra devaluación. O sea, que se trató de un fenómeno circunstancial y específico de Argentina, muy distinto a lo que hoy vivimos como resultado de una situación general, nacida del deterioro progresivo de la moneda estadounidense. Como consecuencia, los Estados latinoamericanos se ven obligados a comprarla para reserva, a fin de que su deterioro no continúe y dificulte aún más las exportaciones. Por esa vía, Brasil superó los 300.000 millones de dólares en reservas y México los 130.000, verdaderos récords históricos.
Lo peor es que el dólar no tiene perspectivas de fortalecerse. Basta observar que, pese a los problemas de Europa, el euro, el amenazado y discutido euro, sigue valiendo un 40% más que un dólar, luego de comenzar su vida debajo de la paridad. Y si seguimos observando que la emisión norteamericana no se detiene, la conclusión se robustece.
Desde la quiebra de Lehman Brothers, en 2008, a hoy, la circulación de dólares se ha triplicado. Así como suena. Pasó de 834 a 2.390 billones norteamericanos (millones de millones). ¿Puede ser ello gratuito, puede resultar inocuo? No somos economistas, pero -desde la experiencia- no dudamos en afirmar que este empapelamiento se seguirá reflejando en la cotización monetaria.
A partir de esa situación, ya de por sí escandalosa, el Congreso norteamericano ha ofrecido un espectáculo digno de nuestras peores épocas de populismo latinoamericano, dándole al mundo la sensación inequívoca de encontrarse en el umbral de una catástrofe por falta de entendimiento parlamentario entre las bancadas de los dos grandes partidos.
La generalidad pensaba que era irreal que los legisladores llevaran la situación hasta el extremo de producir esa caída y que, en algún momento, iba a aparecer la autorización para aumentar el tope del endeudamiento a cambio de restricciones en el gasto de gobierno u otras condiciones.
Pero el solo hecho de que todos los diarios, en los cinco continentes, estuvieran alertando sobre la posibilidad de la quiebra, configuró un daño irreparable. No se trataba simplemente de un asunto financiero. Mostraba mucho más que un tema monetario porque desnudaba, incluso, un sistema político que no luce a la altura de sus responsabilidades.
Michael Rostovtzeff, el clásico historiador ruso de la economía de la Roma Antigua, el primero en mirar en su conjunto el desarrollo de esa notable construcción que fueron la República y el Imperio, señaló ya la importancia que tuvo en su declinación el envilecimiento de la moneda. Cuando hoy observamos lo que está ocurriendo en Estados Unidos, no dejamos de recordar aquel lejano antecedente, tan revelador.
La lógica de los hechos, desgraciadamente, es implacable: no hay sustituto para el equilibrio fiscal y no hay moneda que no se deprecie cuando su emisión supera la oferta de bienes y servicios.
Aun sin afiliarnos a las teorías apocalípticas, que anuncian con clarines triunfales la decadencia de la superpotencia, lo que nadie puede discutir es que por este camino va muy mal y nada de lo que ocurre le resultará gratuito. Ni a Estados Unidos, ni a nosotros, porque si antes fue un problema por su poderío, ahora empieza a serlo por sus fragilidades.
Julio María Sanguinetti fue presidente de Uruguay y, actualmente, es abogado y periodista

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