José Miguel Moreno / El Semanario SIN LÍMITES
Ahora resulta que el partido republicano de EU, tan puritano, es más papista que el Papa, y desde su púlpito mediático, los de Murdoch, nos adoctrina con su letanía de la estabilidad presupuestaria, del exceso de gasto, del insoportable endeudamiento de Obama y de que ellos saben hacer mejor “la cuenta de la vieja” y poner la casa en orden. Así es el dogma liberalcapitalista. Ahora bien, la ortodoxia está muy bien cantarla, pero lo que importa es la ortopraxis. Y en eso, el partido republicano sale muy mal parado.
Porque el partido republicano, que ahora anda con una intransigencia canalla con los congresistas demócratas y el presidente Obama en las negociaciones para elevar el techo de la deuda, que ahora se ha erigido en el gran adalid de la disciplina fiscal, ha sido en el pasado un contumaz derrochador y un alegre irresponsable.
Desde 1960, tal y como informa la página de la Secretaría del Tesoro de EU, el Congreso ha intervenido en 78 ocasiones para modificar el techo de endeudamiento. Pues bien, de esas 78 veces, 49 se realizaron bajo una administración republicana, y 29 bajo un gobierno demócrata, lo que denota que han sido los republicanos lo que más veces se han visto en el apuro de tener que elevar el techo para poder emitir más deuda y evitar una suspensión de pagos.
Pero si vemos la historia de la disciplina fiscal en los últimos 30 años se observará que, desde los años ochenta, en los que se han sucedido los gobiernos de Reagan, Bush padre, Clinton, Bush hijo y Obama, el presidente más ordenado, el que mejor logró el equilibrio presupuestario, fue el demócrata Bill Clinton (1992-2000). Durante su gestión, los déficits fiscales se corrigieron e incluso llegó a presentar superávits al final de su mandato (a pesar de que los republicanos también le hicieron la jugada del techo de la deuda previo a su reeleción).
La estrategia de Bill Clinton, alentada por los secretarios del Tesoro Robert Rubin y Larry Summers fue provocar superávits fiscales con el fin de retirar bonos del Tesoro del mercado, abaratar el costo de la deuda pública, rebajar las tasas de largo plazo (las cuales están estrechamente vinculadas a los créditos de la vivienda y de los bienes duraderos como autos), impulsar así el gasto de consumo e inversión y llevar a la economía de EU a un crecimiento potencial más alto de lo establecido en ciclos anteriores.
La estrategia funcionó, y su mandato fue de un intenso auge económico. Ante tal éxito, las proyecciones que se hacían para el futuro, no sólo por el gobierno de Clinton sino también por el Congreso de EU, eran de abultados y crecientes superávits fiscales durante la primera década del siglo XXI que permitieran prolongar el auge económico vivido a finales de los noventa.
Pero llegó Bush hijo, y en un incomprensible e irresponsable retruécano, se encargó de dilapidar todo el ahorro público generado durante la administración de Clinton. El deterioro de las cuentas fiscales fue tan rápido durante su gestión que en el año 2004 el déficit se fue por encima de los 400,000 mdd, lo que suponía por aquellas fechas, en términos nominales, un nuevo máximo histórico. El gasto público se disparaba debido a las guerras de Afganistán e Irak, en tanto los ingresos se deprimían por la breve recesión de 2001 y, sobre todo, por los recortes impositivos a los más pudientes.
Las bases fiscales que dejó al presidente Obama eran pésimas, y para colmo Bush le heredó una mayúscula crisis financiera resultado de las políticas neoliberales de desregulación financiera y barra libre, que se habría convertido en una segunda versión de la Gran Depresión si no hubiera sido por los rescates financieros a la banca y los programas de estímulo económico que estableció Obama para suavizar la crisis. Eso sí, en ellos tuvo que conceder que se prorrogaran los recortes de impuestos de Bush por imposición republicana pese a que los ingresos fiscales, como resultado de la recesión, estaban por los suelos.
Ahora, en su hipocresía e irresponsabilidad, nos dicen que los rescates a la banca no hacían falta (el mismo Greenspan acaba de declarar que se deberían haber dejado quebrar más grandes bancos) y que los planes de estímulo fiscal no han servido para nada, que son resultado del ánimo derrochador e intervencionista de Obama, y que la recuperación sigue siendo lenta y el desempleo alto. Y lo dicen como si ya no nos acordáramos que cuando se fue Bush, el sistema financiero estaba quebrado y colapsado, y la economía en caída libre. Y para colmo ahora se ponen sibaritas con el gasto público y no dejan que le suban los impuestos a los ricos. El resultado: un plan que más que ayudar, puede terminar socavando la recuperación. Increíble.
Ahora resulta que el partido republicano de EU, tan puritano, es más papista que el Papa, y desde su púlpito mediático, los de Murdoch, nos adoctrina con su letanía de la estabilidad presupuestaria, del exceso de gasto, del insoportable endeudamiento de Obama y de que ellos saben hacer mejor “la cuenta de la vieja” y poner la casa en orden. Así es el dogma liberalcapitalista. Ahora bien, la ortodoxia está muy bien cantarla, pero lo que importa es la ortopraxis. Y en eso, el partido republicano sale muy mal parado.
Porque el partido republicano, que ahora anda con una intransigencia canalla con los congresistas demócratas y el presidente Obama en las negociaciones para elevar el techo de la deuda, que ahora se ha erigido en el gran adalid de la disciplina fiscal, ha sido en el pasado un contumaz derrochador y un alegre irresponsable.
Desde 1960, tal y como informa la página de la Secretaría del Tesoro de EU, el Congreso ha intervenido en 78 ocasiones para modificar el techo de endeudamiento. Pues bien, de esas 78 veces, 49 se realizaron bajo una administración republicana, y 29 bajo un gobierno demócrata, lo que denota que han sido los republicanos lo que más veces se han visto en el apuro de tener que elevar el techo para poder emitir más deuda y evitar una suspensión de pagos.
Pero si vemos la historia de la disciplina fiscal en los últimos 30 años se observará que, desde los años ochenta, en los que se han sucedido los gobiernos de Reagan, Bush padre, Clinton, Bush hijo y Obama, el presidente más ordenado, el que mejor logró el equilibrio presupuestario, fue el demócrata Bill Clinton (1992-2000). Durante su gestión, los déficits fiscales se corrigieron e incluso llegó a presentar superávits al final de su mandato (a pesar de que los republicanos también le hicieron la jugada del techo de la deuda previo a su reeleción).
La estrategia de Bill Clinton, alentada por los secretarios del Tesoro Robert Rubin y Larry Summers fue provocar superávits fiscales con el fin de retirar bonos del Tesoro del mercado, abaratar el costo de la deuda pública, rebajar las tasas de largo plazo (las cuales están estrechamente vinculadas a los créditos de la vivienda y de los bienes duraderos como autos), impulsar así el gasto de consumo e inversión y llevar a la economía de EU a un crecimiento potencial más alto de lo establecido en ciclos anteriores.
La estrategia funcionó, y su mandato fue de un intenso auge económico. Ante tal éxito, las proyecciones que se hacían para el futuro, no sólo por el gobierno de Clinton sino también por el Congreso de EU, eran de abultados y crecientes superávits fiscales durante la primera década del siglo XXI que permitieran prolongar el auge económico vivido a finales de los noventa.
Pero llegó Bush hijo, y en un incomprensible e irresponsable retruécano, se encargó de dilapidar todo el ahorro público generado durante la administración de Clinton. El deterioro de las cuentas fiscales fue tan rápido durante su gestión que en el año 2004 el déficit se fue por encima de los 400,000 mdd, lo que suponía por aquellas fechas, en términos nominales, un nuevo máximo histórico. El gasto público se disparaba debido a las guerras de Afganistán e Irak, en tanto los ingresos se deprimían por la breve recesión de 2001 y, sobre todo, por los recortes impositivos a los más pudientes.
Las bases fiscales que dejó al presidente Obama eran pésimas, y para colmo Bush le heredó una mayúscula crisis financiera resultado de las políticas neoliberales de desregulación financiera y barra libre, que se habría convertido en una segunda versión de la Gran Depresión si no hubiera sido por los rescates financieros a la banca y los programas de estímulo económico que estableció Obama para suavizar la crisis. Eso sí, en ellos tuvo que conceder que se prorrogaran los recortes de impuestos de Bush por imposición republicana pese a que los ingresos fiscales, como resultado de la recesión, estaban por los suelos.
Ahora, en su hipocresía e irresponsabilidad, nos dicen que los rescates a la banca no hacían falta (el mismo Greenspan acaba de declarar que se deberían haber dejado quebrar más grandes bancos) y que los planes de estímulo fiscal no han servido para nada, que son resultado del ánimo derrochador e intervencionista de Obama, y que la recuperación sigue siendo lenta y el desempleo alto. Y lo dicen como si ya no nos acordáramos que cuando se fue Bush, el sistema financiero estaba quebrado y colapsado, y la economía en caída libre. Y para colmo ahora se ponen sibaritas con el gasto público y no dejan que le suban los impuestos a los ricos. El resultado: un plan que más que ayudar, puede terminar socavando la recuperación. Increíble.
No hay comentarios:
Publicar un comentario