lunes, 10 de enero de 2011

LA REFORMA DEL ESTADO

Leonardo Curzio / El Universal
Yo espero que en este año que inicia consigamos afinar el debate sobre una eventual reforma del Estado. Y espero, con franqueza, que lleguemos a un entendimiento cabal de que la formación de mayorías no es el principal problema de nuestro diseño institucional. Lo que tiene al país con freno de mano no es que no existan mayorías afines al Ejecutivo, como tampoco es un problema de las habilidades negociadoras del PRI, PAN o PRD. El gran obstáculo es que con mayorías o sin ellas, pervive una red de intereses que tiene casi paralizado a México y nadie quiere tocarla.
Jubilemos la ilusión de crear mayorías artificiales que sólo fomentará una vuelta al pasado. Los priístas tuvieron décadas de mayorías robotizadas y nos llevaron a la ruina moral y económica. El país no va a tener mejores gobiernos sólo porque existan mayorías en el Congreso. Dejemos el pasado descansar y consideremos que si de mayorías se tratara, Tamaulipas podría presentarse como uno de los espacios mejor gobernados del país. Es más, un buen número de entidades no sólo tienen mayorías absolutas, algunas están peligrosamente cerca de la unanimidad política, y eso no garantiza buenas leyes ni mejores gobiernos. Es tiempo ya de reconocer que es una extrapolación abusiva el asumir mecánicamente que mayorías parlamentarias representan a mayorías ciudadanas y menos aún a ese ente de razón que es el interés público. Digámoslo con claridad: las bancadas parlamentarias se representan a sí mismas y a los intereses con capacidad de cabildeo en el Congreso. El PRI y el Verde tienen, desde el 2009, mayoría en San Lázaro y no han arriesgado nada innovador, por la simple razón de que no representan otra cosa que a sí mismos. Seamos justos. No es esta una perversión privativa del PRI. Muchos gobiernos panistas, que han contado con importantes bancadas en algunos congresos locales, no se han atrevido a tocar los intereses del antiguo régimen. Los gobiernos perredistas son fieros en la plaza, pero mansos gatitos cuando ejercen el gobierno o votan leyes en favor de los grandes intereses. No es asunto de mayorías; es un tema de calidad de representación y dignidad de los legisladores y funcionarios públicos. Mientras no se sientan investidos de esa legitimidad que da el saberse representantes del interés público y no de una facción u horda, sus capacidades de transformación serán limitadas. Y así entro al segundo problema que percibo fundamental.
Todo sistema político democrático recibe de su electorado la vitamina que lo hace funcionar. La teoría sugiere que el sistema transforma la vitamina en energía que arroja políticas públicas para resolver los problemas de la gente y garantizar una convivencia armónica. El sistema político mexicano ha recibido sistemáticamente el apoyo de los votantes, que le dan no sólo legitimidad, sino un mandato preciso. La conversión de la legitimidad en eficacia es la química corporal del sistema político, y hasta ahora los resultados son mediocres. No hemos transformado la vitamina de la legitimidad y la esperanza en gobiernos que funcionen. No hemos conseguido convertir legitimidad en mejores leyes que tutelen el interés de las mayorías. Hay un problema serio en la tiroides institucional que no transforma vitaminas en resultados que cambien la vida de la gente. Los niveles de gobierno tienen pocas capacidades para realizar sus funciones esenciales, y cuando me refiero a ellas, lo hago de manera literal. Los gobiernos del país son incapaces de ordenar el territorio, ofrecer una mínima red de ferrocarriles, un servicio postal decoroso y custodiar las prisiones. Los gobiernos autoritarios fueron incapaces y la democracia no ha conseguido transformar su legitimidad en un nivel de eficacia que ofrezca una realidad diferente a los ciudadanos. Ese es el gran problema del país: “La conversión del poder en eficacia”. En estos tiempos, tenemos personajes y estructuras con enorme poder, pero impotentes (valga la paradoja); un colosal pene (flácido) que acumula recursos pero es infecundo. No he dejado de pensar (en estos días de asueto) lo que podrían hacer unas cuantas organizaciones bien orientadas con tres billones y medio de pesos. Eso consume el Leviatán con resultados a la vista. Creo que se podría mejorar seriamente.
Feliz año a los lectores.



Analista político






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