Gerardo Unzueta / El Universal
“Sin él —ha dicho Hermann Bellinghausen—, tal vez Chiapas se hubiera bañado realmente de sangre”. Hermann, amplio conocedor de los procesos que transcurrieron en el estado suriano durante las últimas décadas y, desde luego, del humanismo religioso de Samuel Ruiz, caracterizó así al obispo que llevó la paz a Chiapas, al “Obispo de los pobres”.
A fines de abril de 1994, gracias a la intervención de un querido militante de las causas indígenas —por desgracia ya asesinado—, tuvimos la oportunidad de celebrar una fecunda entrevista con el obispo. En ella obtuvimos la revelación de don Samuel Ruiz, el mediador entre el EZLN y el gobierno (cómo y por qué lo fue, cuál fue su compromiso y de qué manera lo cumplió). Más que una entrevista, una plática afable se publicó, después de una revisión por nuestro interlocutor, en la revista Memoria (junio de 1994), órgano del Centro de Estudios del Movimiento Obrero y Socialista (CEMOS). Razones de espacio me obligan a publicar sólo un resumen.
El punto de partida de nuestra conversación fue su homilía del 23 de enero, en la cual hizo pública su asunción de la tarea mediadora entre el gobierno y el EZLN “no sólo porque se me solicitaba por ambos sino, sobre todo, viendo un llamamiento de Dios mismo...”, precisa:
—“Dije el 23 de enero que ‘la paz en nuestro país, que creíamos tan firme, mostró su fragilidad porque estaba basada en una situación de injusticia que aún no superamos”. Mediante la simple lectura de los principales diarios conocimos, en forma objetiva, los acontecimientos dolorosos que en Chiapas se desarrollaban: violaciones frecuentes de los derechos humanos, aplastamiento de las formas orgánicas de reclamación social... manifestaciones claras de que la paz social existente en Chiapas, a través del llamado imperio de la ley, “no tiene otra explicación, no es otra cosa que la contención social, un control de las fuerzas y un aplastamiento de las mismas”.
¿Era posible la paz sin el levantamiento?, inquirimos.
“Ello fue generando, como los levantados dijeron, continuó, un sentido de frustración y una incapacidad de lograr por medios pacíficos y legítimos a los problemas ancestrales acumulados y a las injusticias nuevas”. Pero ésa no era sólo la situación de Chiapas, en todo el país se veía una cosa similar: había una inconformidad que se expresaba a través de manifestaciones de oposición a la imposición de un régimen en el que un partido oficial se identifica en la práctica con el gobierno. Muchas de esas manifestaciones fueron reprimidas con violencia.
—Junto con eso se nos hacían discursos acerca de una tranquilidad y una paz que debían conducirnos a que juzgáramos al país como un espacio para la paz, y así nos sintiéramos y así procediéramos... Yo creo que ese encanto misterioso terminó definitivamente el primero de enero, cuando el estruendo de las armas nos hizo despertar con la interpelación que hace una sociedad civil mexicana dispuesta a caminar por verdaderos senderos de justicia y por el establecimiento de una paz fundada en ella.
Fue entonces que pedí a don Samuel me explicara su decisión de mediar entre el EZLN y el gobierno de Zedillo, quien, por cierto, había estado en San Cristóbal un día antes de nuestra entrevista. Allí, ante nosotros surgió la figura de Samuel Ruiz, que siendo obispo de San Cristóbal no renunciaba “a su parte de ser profeta”, y daba el paso trascendental:
—En la homilía del 23 de enero decía que he asumido esa tarea no sólo porque se me solicitaba por parte del gobierno y del EZNL, sino “sobre todo viendo en ello un llamamiento de Dios mismo en la comunicación entre las partes dialogantes y de testigo de calidad de la voluntad de ambas partes.
“Quiero agregar ahora que fui escogido por lo que soy, porque continúo siendo obispo de esta realidad territorial y no por ello renuncio a mi parte de ser profeta, aunque no sea el juez que vaya a dirimir sobre unas decisiones y las respuestas que se den en la negociación de la paz aun en marcha.
“Continúo en la tarea de encaminarme junto con la grey que me ha sido confiada hacia pastos de nutrición verdadera en la palabra de Dios y fundamentación en la justicia y en la paz, particularmente manifestada en el amor, entrega y servicio hacia el hombre marginado”.
¿Por qué es posible que se le encomiende esa tarea?, inquirimos.
—Este trabajo de mediación no se me encomienda de manera gratuita, es la clara consecuencia de un trabajo pastoral desarrollado a favor de los indígenas, es consecuencia también de la protesta que en diferentes ocasiones hicimos, levantando la voz ante los atropellos innumerables a las comunidades de indios, y así se lo reconocemos. Este trabajo de mediación es fruto de un encaminamiento de la diócesis y resultado de nuestro claro interés de aquellos que se encuentran en el piso bajo de toda la sociedad”.
Ante nosotros había hablado el hombre, el obispo que cerró el camino a una guerra sangrienta, el que abrió el camino a los acuerdos de San Andrés Larráinzar, que después el gobierno de Zedillo traicionó.
Analista político
“Sin él —ha dicho Hermann Bellinghausen—, tal vez Chiapas se hubiera bañado realmente de sangre”. Hermann, amplio conocedor de los procesos que transcurrieron en el estado suriano durante las últimas décadas y, desde luego, del humanismo religioso de Samuel Ruiz, caracterizó así al obispo que llevó la paz a Chiapas, al “Obispo de los pobres”.
A fines de abril de 1994, gracias a la intervención de un querido militante de las causas indígenas —por desgracia ya asesinado—, tuvimos la oportunidad de celebrar una fecunda entrevista con el obispo. En ella obtuvimos la revelación de don Samuel Ruiz, el mediador entre el EZLN y el gobierno (cómo y por qué lo fue, cuál fue su compromiso y de qué manera lo cumplió). Más que una entrevista, una plática afable se publicó, después de una revisión por nuestro interlocutor, en la revista Memoria (junio de 1994), órgano del Centro de Estudios del Movimiento Obrero y Socialista (CEMOS). Razones de espacio me obligan a publicar sólo un resumen.
El punto de partida de nuestra conversación fue su homilía del 23 de enero, en la cual hizo pública su asunción de la tarea mediadora entre el gobierno y el EZLN “no sólo porque se me solicitaba por ambos sino, sobre todo, viendo un llamamiento de Dios mismo...”, precisa:
—“Dije el 23 de enero que ‘la paz en nuestro país, que creíamos tan firme, mostró su fragilidad porque estaba basada en una situación de injusticia que aún no superamos”. Mediante la simple lectura de los principales diarios conocimos, en forma objetiva, los acontecimientos dolorosos que en Chiapas se desarrollaban: violaciones frecuentes de los derechos humanos, aplastamiento de las formas orgánicas de reclamación social... manifestaciones claras de que la paz social existente en Chiapas, a través del llamado imperio de la ley, “no tiene otra explicación, no es otra cosa que la contención social, un control de las fuerzas y un aplastamiento de las mismas”.
¿Era posible la paz sin el levantamiento?, inquirimos.
“Ello fue generando, como los levantados dijeron, continuó, un sentido de frustración y una incapacidad de lograr por medios pacíficos y legítimos a los problemas ancestrales acumulados y a las injusticias nuevas”. Pero ésa no era sólo la situación de Chiapas, en todo el país se veía una cosa similar: había una inconformidad que se expresaba a través de manifestaciones de oposición a la imposición de un régimen en el que un partido oficial se identifica en la práctica con el gobierno. Muchas de esas manifestaciones fueron reprimidas con violencia.
—Junto con eso se nos hacían discursos acerca de una tranquilidad y una paz que debían conducirnos a que juzgáramos al país como un espacio para la paz, y así nos sintiéramos y así procediéramos... Yo creo que ese encanto misterioso terminó definitivamente el primero de enero, cuando el estruendo de las armas nos hizo despertar con la interpelación que hace una sociedad civil mexicana dispuesta a caminar por verdaderos senderos de justicia y por el establecimiento de una paz fundada en ella.
Fue entonces que pedí a don Samuel me explicara su decisión de mediar entre el EZLN y el gobierno de Zedillo, quien, por cierto, había estado en San Cristóbal un día antes de nuestra entrevista. Allí, ante nosotros surgió la figura de Samuel Ruiz, que siendo obispo de San Cristóbal no renunciaba “a su parte de ser profeta”, y daba el paso trascendental:
—En la homilía del 23 de enero decía que he asumido esa tarea no sólo porque se me solicitaba por parte del gobierno y del EZNL, sino “sobre todo viendo en ello un llamamiento de Dios mismo en la comunicación entre las partes dialogantes y de testigo de calidad de la voluntad de ambas partes.
“Quiero agregar ahora que fui escogido por lo que soy, porque continúo siendo obispo de esta realidad territorial y no por ello renuncio a mi parte de ser profeta, aunque no sea el juez que vaya a dirimir sobre unas decisiones y las respuestas que se den en la negociación de la paz aun en marcha.
“Continúo en la tarea de encaminarme junto con la grey que me ha sido confiada hacia pastos de nutrición verdadera en la palabra de Dios y fundamentación en la justicia y en la paz, particularmente manifestada en el amor, entrega y servicio hacia el hombre marginado”.
¿Por qué es posible que se le encomiende esa tarea?, inquirimos.
—Este trabajo de mediación no se me encomienda de manera gratuita, es la clara consecuencia de un trabajo pastoral desarrollado a favor de los indígenas, es consecuencia también de la protesta que en diferentes ocasiones hicimos, levantando la voz ante los atropellos innumerables a las comunidades de indios, y así se lo reconocemos. Este trabajo de mediación es fruto de un encaminamiento de la diócesis y resultado de nuestro claro interés de aquellos que se encuentran en el piso bajo de toda la sociedad”.
Ante nosotros había hablado el hombre, el obispo que cerró el camino a una guerra sangrienta, el que abrió el camino a los acuerdos de San Andrés Larráinzar, que después el gobierno de Zedillo traicionó.
Analista político
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