lunes, 24 de enero de 2011

QUISIMOS DEMOCRACIA; NECESITAMOS ESTADO

Manuel Camacho Solís / El Universal
Durante décadas, el asunto más importante del debate político nacional fue transformar el régimen autoritario en un régimen democrático. Se tenía Estado y se quería y buscaba la democracia. Hoy, el asunto más urgente es reconstruir el Estado y asegurar su viabilidad. Hoy se lograron algunos avances en la democracia, con algunos retrocesos, pero se ha debilitado el Estado.
Sin que se haya consolidado un régimen democrático y un Estado social de derecho, la preocupación principal de la sociedad es que se recupere la viabilidad del Estado como condición para la existencia de la seguridad de los ciudadanos, la democracia y el desarrollo de la economía.
Aunque para muchos la democracia y el respeto a los derechos humanos, que le es consustancial, no son hoy los temas más importantes y urgentes, sino que la preocupación principal es la violencia y la inseguridad, y por lo tanto, la efectividad del Estado para garantizar los niveles mínimos que aseguren la convivencia, en realidad, la democracia sigue siendo tan importante como antes, sólo que sus avances ya no pueden sólo medirse por la autonomía de los órganos electorales, sino por la capacidad de reconstruir las bases mismas del Estado, su legitimidad y su más efectiva operación.
La violencia es letal para la democracia. Un alto nivel de violencia introduce una lógica diferente al funcionamiento normal del régimen. Cambian las prioridades, los actores, las funciones y los pesos específicos. Los españoles lo entendieron con toda claridad. Su democracia, más allá de su Constitución y sus reformas democráticas, no habría sido duradera si no se hubiera logrado bajar los niveles de violencia y evitar que fuera la lógica de la guerra y sus instrumentos los que dominaran.
El camino normal es que primero se funda el Estado y luego, sobre ese orden social y territorial, se cambia el régimen político. Por lo general, los procesos de democratización se dieron con posterioridad a los de la formación del Estado nacional. Primero se centralizó el poder respecto a otros poderes internos y potencias externas para ganar el control sobre el territorio. Y ya con estados establecidos, se iniciaron procesos de democratización.
La secuencia inversa, donde desde una democracia hay que reconstruir el Estado, es menos común. Ha funcionado en tiempos de grandes conflictos, cuando los grupos dirigentes cobran conciencia de los riesgos, y para evitar su fractura, toman decisiones que reducen el nivel de conflicto y permiten a esas sociedades ganar tiempo.
Frente a lo que se vive, y en un horizonte de dos años, habría que identificar todo lo que puede ayudar para reducir la violencia, fortalecer a largo plazo al Estado y salvaguardar las libertades y los derechos que se ganaron con la lucha democrática. Pero para bajar el nivel de violencia, el camino que se sigue no ofrece garantías. La acción punitiva no es suficiente, no siempre es el mejor camino, y a su paso va dejando secuelas que por sí mismas debilitan al Estado.
Paradójicamente, la salvación de la democracia pasa por más democracia; no por más confrontación. La salvación del Estado pasa también por operaciones de Estado que permitan fortalecer al propio Estado y el grado de aceptación de la mejor política pública.
A partir de una situación tan compleja como la que se observa, ha llegado el momento de pensar, dialogar, convenir sobre qué sigue después de la confrontación que hoy se vive. ¿Cómo se podrá prestigiar a las instituciones, fortalecerlas, reformarlas y acercarlas a las preocupaciones de la gente?
En nuestro país, los altos niveles de violencia ponen en riesgo el Estado de derecho y la democracia. Si ha de sobrevivir la democracia, habrá que bajar el nivel de la violencia. Hay un cemento necesario para lograrlo: dosis adicionales de responsabilidad política de parte de los principales dirigentes de la sociedad, la vida política y los liderazgos de opinión.




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