sábado, 29 de enero de 2011

HISTORIA Y DESARROLLO NACIONAL

David Ibarra / El Universal
En México, los ciudadanos quisiéramos que las cosas caminaran mejor. Aparte de la erradicación del crimen organizado, o quizá por eso, es aspiración generalizada, abatir exclusión y pobreza, crear oportunidades que vuelquen la informalidad al empleo del sector moderno de la economía. En una palabra, se desea reanudar el crecimiento, salir del estancamiento, entender bien lo que pasa.
Cómo salir del nuevo impasse en que estamos es una cuestión que no se aborda o si se hace es bajo la presión de ideologías deformantes o de intereses avasalladores. Por eso, fueron bien recibidos en su tiempo los ensayos críticos La Revolución Mexicana es un hecho pretérito de Silva Herzog o La crisis de México de Cossío Villegas. O textos económicos más amplios, aunque algo envejecidos, entre los que destacan La realidad económica mexicana: retrovisión y perspectivas de Leopoldo Solís, y The Mexican Economy: Twentieth Structure and Growth de Clark Reynolds.
Ahora, merece la más calurosa acogida el libro de Moreno-Brid y Jaime Ros, Desarrollo y crecimiento en la economía mexicana, que viene a ponernos al día, a llenar un vacío en la historia económica del México independiente con un recuento sistemático, valiosísimo, que incluye también acontecimientos de la última parte del siglo XX y los primeros años del que se vive.
El principal mérito de la obra traducida y publicada con el digno sello del FCE, es el de contener una interpretación de los eventos, fuerzas, aciertos y fallas de gobierno que han determinado la evolución del desarrollo nacional, desde la independencia hasta nuestros días. El énfasis puesto en el peso de la historia y de factores sociopolíticos, mucho distingue a este libro del monismo que campea en los trabajos de muchos autores. Otra virtud del análisis presentado es su imparcialidad: sin dejar de ser crítico no toma partido entre conservadores y liberales en el siglo XIX, como tampoco después entre técnicos, burócratas, librecambistas o estatistas.
En cada periodo, nuestros autores intentan identificar los mayores impedimentos al desarrollo y las respuestas de los gobiernos y élites económicas. Por ejemplo, en el desorden del medio siglo que sigue a la independencia, el proceso de inversión se detiene, nos indican, no sólo por falta de caminos y comunicaciones o por la insuficiencia de mano de obra calificada, sino por factores institucionales y políticos asociados a la búsqueda de un canon nuevo de organización política y crecimiento. Los alcabalas fraccionaban los mercados del país y, sobre todo, lo hace, la persistente desigualdad social. A esas fallas se suman disensos entre facciones políticas, entre las sucesivas oleadas de funcionarios estatales y entre los agentes económicos.
El precisar esa constelación de circunstancias inhibidoras a la prosperidad, esclarece la naturaleza del acierto del porfirista en producir una etapa de claro ascenso económico. En términos institucionales se integraron los mercados y se creó un sistema bancario, que lo mismo financiaba al Estado que al naciente empresariado industrial. Del mismo modo, la inversión en ferrocarriles abatió los costos internos del transporte, contribuyó a unificar el mercado interno y a abrir al país al comercio exterior. A ese romper de los escollos heredados, los gobiernos porfiristas sumaron un autoritarismo que forzó o sustituyó los consensos sobre la política económica, al costo de acentuar la marginación democrática y la distributiva que, a la postre, abrió las puertas a la Revolución. En cualquier caso, la tasa de crecimiento pasó de 0.4% a 3.6% anual de compararse los periodos 1820-1870 con 1870-1910. El régimen porfirista cae por sus pecados sociales y políticos, no por sus éxitos económicos, aunque unos y otros formasen un todo indivisible.
Durante el periodo de contienda civil y los años que inmediatamente le siguen, la economía se deteriora, quizás menos por la destrucción de activos y riquezas, que por la inflación, la caída de las exportaciones, la desorganización de los sistemas bancario y financiero. De ahí se infiere la magnitud de los esfuerzos, la absorción de sacrificios inevitables, para erradicar el autoritarismo porfirista, procurar el ascenso de las clases sociales excluidas e instaurar un modelo político, social y económico distinto. En términos económicos, el balance del cambio lleva a una media de crecimiento de apenas el 1.3% por año entre 1910 y 1940, que tipifica los costos del cambio que luego abrirían paso al periodo del más intenso crecimiento de la historia patria.
Entre 1970 y 1981, el producto se elevó a razón del 6.8% y el ingreso per cápita al 4.1% año con año. La inversión pública en infraestructura física, favorecía los rendimientos privados y se conjugó con la política industrial del proteccionismo y con la acción de los bancos de desarrollo para ensanchar simultáneamente oferta y demanda internas.
La estabilidad social y política ganada se sustentó en los efectos de la reforma agraria, la organización corporativista de los trabajadores o la creación de instituciones. Todo ello culmina en la etapa dorada del desarrollo estabilizador en que se alcanzan altas tasas de crecimiento con relativa estabilidad de precios. En parte, el precio de ese logro fue el aplazamiento de transformaciones internas indispensables —reforma fiscal, modernización financiera, reforma política—, tanto como de las medidas adaptativas del proteccionismo a la apertura externa.
La crisis cambiaria de 1982, los desajustes de la balanza de pagos, el endeudamiento externo en paralelo al ascenso vertical de las tasas de interés interna vienen a complicar los aplazamientos reformistas descritos y ponen en crisis al conjunto de la estrategia anterior de desarrollo. Al propio tiempo, en el ámbito internacional, el keynesianismo progresista y social de la reconstrucción posbélica, cede el paso al paradigma neoliberal de la estabilización y del individualismo. México, debilitado, debe iniciar un doloroso proceso de ajuste económico a lo largo de las tres siguientes décadas, al tiempo que reorienta las políticas públicas en concordancia con los nuevos paradigmas del orden económico universal. El país vulnerable a fenómenos externos y sin consolidar senda segura, sufre una sucesión de crisis (1982, 1987, 1995, 2001, 2008) que reducen su tasa de crecimiento promedio a no más del 2% anual entre comienzos de la década de los 80 y el primer decenio del siglo actual.
Hoy en día, los escollos fundamentales al acceso del bienestar de la población, son el bajo nivel de la inversión pública, el desmantelamiento de la política industrial, la escasez de financiamiento a la producción, el sostenimiento de la sobrevaluación cambiaria. Y en lo social, los problemas del rezago educativo, de la cobertura de los sistemas de salud y de seguridad social, tanto como la explosión desorbitada de la informalidad y la concentración persistente del ingreso.
De lo expuesto, los autores derivan un esbozo de acciones que bien podrían tomar en consideración autoridades y élites políticas: ampliar el espacio fiscal y del gasto público, alterar a fondo la política monetaria, cambiaria y de crédito, imprimir profundidad a las políticas de desarrollo sectorial con el respaldo de los bancos públicos, mejorar deliberadamente la inserción externa y poner el énfasis en las políticas de empleo. Como se ve, la tarea es enorme y, lo es, por el descuido de décadas a las cuestiones medulares del manejo económico de nuestra sociedad.
Analista político


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