Jorge Zepeda Patterson / El Universal
Felipe Calderón mira el resto de su sexenio con la desesperación de quien ve la cuenta regresiva de una bomba sin tener las herramientas para desarmarla, ni las piernas para escapar. Cada día que pasa le acerca al inimaginable momento en que deba regresarle el poder al PRI tras las elecciones del 2012. En las películas, el cronómetro suele detenerse un segundo antes, gracias a que el héroe logra discurrir correctamente entre el alambrito rojo, el azul y el negro (en ocasiones amarillo, pero no en una película panista). El problema para Calderón es que ni siquiera tiene alambritos para elegir entre ellos.
En otras palabras, no es que la caballada panista esté flaca, simplemente es que no hay caballada. Hace una semana comentamos que no teniendo candidato ni tiempo para contrarrestar a Peña Nieto en los 17 meses que quedan, al menos podría inclinarse por Vázquez Mota con la esperanza de que una mujer tendría el beneficio de la duda del 50% del electorado. Parece poco para aspirar a retener el poder, pero más peregrino es creer que las candidaturas de Ernesto Coerdero, Santiago Creel, Heriberto Félix o Javier Lozano puedan hacerle mella a la locomotora priísta.
¿Por qué el PAN carece de candidatos verosímiles y competitivos a estas alturas de la contienda? Por dos razones, y las dos remiten a la personalidad de Calderón.
Primero, por la pobreza del gabinete que armó el Presidente. El Barcelona tiene la mejor escuela de futbol del mundo, llamada coloquialmente La Masía, en la que producen a los Messi, los Iniesta y los Xavi. La capacitación debe ser formidable, pero para que fructifique, necesitan reclutar “material” de primer nivel, diamantes en bruto. Es decir, nuestro Jonny Magallón, de Las Chivas, puede pasarse dos ciclos completos en La Masía y nunca será Balón de Oro. Calderón no reclutó precisamente diamantes en bruto para el gabinete. No eran diamantes, en todo caso.
El Presidente prefirió rodearse de secretarios leales que de secretarios competentes. Personal con el que pudiera golpear la mesa y al que pudiera reprender con exabruptos. Se sintió más seguro para gobernar con una extensión de su cuarto de guerra que con el desafío que representa llamar a externos connotados, a líderes o especialistas en los diversos campos de la función pública. El problema es que aquí no había material presidenciable así repitieran tres cursos en La Masía.
El segundo motivo tiene que ver con la falta de jalea real (agradezco a Luis Miguel González la metáfora). No es que los gabinetes de los priístas fueron mucho mejores, pero los presidentes solían echarle el ojo a uno o dos secretarios y desde mediados de sexenio comenzaban a alimentarlos con jalea real. La abeja normal seleccionada pronto aparecía convertida en abeja reina a los ojos de propios y extraños. Más o menos lo que ha sucedido con Peña Nieto gracias a otros padrinos.
El problema es que Calderón no suelta la jalea real. Ha intentado placear a Ernesto Cordero, pero el mandatario termina acaparando micrófonos y reflectores, como si tuviese que legitimarse como único líder y jefe de estado todos los días hasta el fin de su sexenio. Semana a semana constata que su delfín no despega, pero es que tampoco le ha dado mayor protagonismo. Es imposible que Calderón pinte a una de sus gentes con un barniz de presidenciable, cuando sigue empeñado en aprovechar todas las ocasiones para él mismo parecer presidenciable.
Para ser justos con Los Pinos, habría que reconocer que la muerte de Camilo Mouriño descompuso todos sus esquemas para la sucesión. El brazo derecho del Presidente se cocía aparte. No necesitaba jalea real porque él mismo la fabricaba. Enfrentaba el problema de no ser mexicano de nacimiento, lo que obligaría a una reforma constitucional, pero con variantes, el PAN ya lo había logrado en el caso de Fox. Lo cierto es que a estas alturas, Mouriño tendría un posicionamiento similar al de Peña Nieto, a pesar de sus conocidas frivolidades y los cuestionamientos sobre los negocios de su familia.
Frente al panorama tan incierto, y pese a la inclinación hacia Ernesto Cordero, Calderón ha comenzado a hablar incluso de candidatos externos. Me parece más una pulla que una posibilidad real. Algunos hablan del invisible Heriberto Félix como el caballo negro que podría llegar desde muy atrás gracias a su gran cercanía personal y familiar con el Presidente. La incertidumbre y el vacío han dado alas incluso a personajes como Emilio González, el gobernador jalisciense, más conocido por los ridículos etílicos que por su desempeño como funcionario.
Con estos candidatos no se ve en que forma Calderón pueda evitar que una bomba le estalle en la cara. A menos claro, que se consiga un final de película.
Sociólogo y economista
Felipe Calderón mira el resto de su sexenio con la desesperación de quien ve la cuenta regresiva de una bomba sin tener las herramientas para desarmarla, ni las piernas para escapar. Cada día que pasa le acerca al inimaginable momento en que deba regresarle el poder al PRI tras las elecciones del 2012. En las películas, el cronómetro suele detenerse un segundo antes, gracias a que el héroe logra discurrir correctamente entre el alambrito rojo, el azul y el negro (en ocasiones amarillo, pero no en una película panista). El problema para Calderón es que ni siquiera tiene alambritos para elegir entre ellos.
En otras palabras, no es que la caballada panista esté flaca, simplemente es que no hay caballada. Hace una semana comentamos que no teniendo candidato ni tiempo para contrarrestar a Peña Nieto en los 17 meses que quedan, al menos podría inclinarse por Vázquez Mota con la esperanza de que una mujer tendría el beneficio de la duda del 50% del electorado. Parece poco para aspirar a retener el poder, pero más peregrino es creer que las candidaturas de Ernesto Coerdero, Santiago Creel, Heriberto Félix o Javier Lozano puedan hacerle mella a la locomotora priísta.
¿Por qué el PAN carece de candidatos verosímiles y competitivos a estas alturas de la contienda? Por dos razones, y las dos remiten a la personalidad de Calderón.
Primero, por la pobreza del gabinete que armó el Presidente. El Barcelona tiene la mejor escuela de futbol del mundo, llamada coloquialmente La Masía, en la que producen a los Messi, los Iniesta y los Xavi. La capacitación debe ser formidable, pero para que fructifique, necesitan reclutar “material” de primer nivel, diamantes en bruto. Es decir, nuestro Jonny Magallón, de Las Chivas, puede pasarse dos ciclos completos en La Masía y nunca será Balón de Oro. Calderón no reclutó precisamente diamantes en bruto para el gabinete. No eran diamantes, en todo caso.
El Presidente prefirió rodearse de secretarios leales que de secretarios competentes. Personal con el que pudiera golpear la mesa y al que pudiera reprender con exabruptos. Se sintió más seguro para gobernar con una extensión de su cuarto de guerra que con el desafío que representa llamar a externos connotados, a líderes o especialistas en los diversos campos de la función pública. El problema es que aquí no había material presidenciable así repitieran tres cursos en La Masía.
El segundo motivo tiene que ver con la falta de jalea real (agradezco a Luis Miguel González la metáfora). No es que los gabinetes de los priístas fueron mucho mejores, pero los presidentes solían echarle el ojo a uno o dos secretarios y desde mediados de sexenio comenzaban a alimentarlos con jalea real. La abeja normal seleccionada pronto aparecía convertida en abeja reina a los ojos de propios y extraños. Más o menos lo que ha sucedido con Peña Nieto gracias a otros padrinos.
El problema es que Calderón no suelta la jalea real. Ha intentado placear a Ernesto Cordero, pero el mandatario termina acaparando micrófonos y reflectores, como si tuviese que legitimarse como único líder y jefe de estado todos los días hasta el fin de su sexenio. Semana a semana constata que su delfín no despega, pero es que tampoco le ha dado mayor protagonismo. Es imposible que Calderón pinte a una de sus gentes con un barniz de presidenciable, cuando sigue empeñado en aprovechar todas las ocasiones para él mismo parecer presidenciable.
Para ser justos con Los Pinos, habría que reconocer que la muerte de Camilo Mouriño descompuso todos sus esquemas para la sucesión. El brazo derecho del Presidente se cocía aparte. No necesitaba jalea real porque él mismo la fabricaba. Enfrentaba el problema de no ser mexicano de nacimiento, lo que obligaría a una reforma constitucional, pero con variantes, el PAN ya lo había logrado en el caso de Fox. Lo cierto es que a estas alturas, Mouriño tendría un posicionamiento similar al de Peña Nieto, a pesar de sus conocidas frivolidades y los cuestionamientos sobre los negocios de su familia.
Frente al panorama tan incierto, y pese a la inclinación hacia Ernesto Cordero, Calderón ha comenzado a hablar incluso de candidatos externos. Me parece más una pulla que una posibilidad real. Algunos hablan del invisible Heriberto Félix como el caballo negro que podría llegar desde muy atrás gracias a su gran cercanía personal y familiar con el Presidente. La incertidumbre y el vacío han dado alas incluso a personajes como Emilio González, el gobernador jalisciense, más conocido por los ridículos etílicos que por su desempeño como funcionario.
Con estos candidatos no se ve en que forma Calderón pueda evitar que una bomba le estalle en la cara. A menos claro, que se consiga un final de película.
Sociólogo y economista
No hay comentarios:
Publicar un comentario