Alejandro Nadal / La Jornada
Robert Shiller es profesor de economía y finanzas en la Universidad de Yale y una autoridad en el tema de las burbujas especulativas. Es creador (junto con Karl Case) del índice de precios Case-Shiller, uno de los instrumentos más importantes para medir la evolución de los precios de casas en Estados Unidos. Por su experiencia fue uno de los pocos economistas que predijo correctamente el estallido de la burbuja de precios de casas en Estados Unidos en 2007.
Ahora Shiller ha causado revuelo con su nuevo análisis sobre la crisis. En una entrevista reciente (www.thebrowser.com) este autor coloca a la desigualdad económica como la principal causa de la debacle en Estados Unidos. Para él es inegable que la desigualdad se ha intensificado en los últimos 20 años, no sólo en Estados Unidos, sino en muchos otros países de Europa y Asia. Según Shiller, este aumento de la desigualdad llevó a los gobiernos a preocuparse por el resentimiento que esto provocaba en la mayoría de la población. Para mantener la situación en niveles políticamente aceptables y evitar una explosión, los gobiernos se dedicaron a estimular el crédito.
Según Shiller, en lugar de arreglar los problemas de los pobres, los gobiernos promovieron el crédito. Su último libro tiene un capítulo con el ingenioso título "¡Que coman crédito!" Antes de perder la cabeza, María Antonieta lo hubiera nombrado secretario de finanzas si alguien le hubiera explicado las implicaciones.
El mejor ejemplo en el análisis de Shiller es el desarrollo del mercado de casas en Estados Unidos que se estimuló por muchos conductos. Por ejemplo, los bancos hipotecarios que habían agotado el mercado de ingresos medios, comenzaron en los años 90 a otorgar los créditos "ninja", acrónimo utilizado para designar préstamos a personas sin ingreso fijo, sin empleo y sin activos. Finalmente, bajo la administración Clinton, la entidad semi-pública Fannie Mae, fundada en 1938 para otorgar crédito barato a estratos de bajos ingresos, fue reformada para expandir sus actividades. Todo esto disparó los precios de las casas de manera insostenible. Los agentes que recibieron esos créditos utilizaron el valor (ficticio) de sus casas para apalancar mayores niveles de endeudamiento y consumo. Al mismo tiempo, los bancos contagiaron al mundo financiero global a través de la bursatilización de estas hipotecas infectadas. La explosión era una catástrofe anunciada. Shiller fue uno de los pocos que se dio cuenta.
Acto seguido este autor pasa a la pregunta clave: ¿de dónde viene la desigualdad? Y aquí es donde se atora, al igual que muchos economistas y politólogos estadunidenses, presos de las contradicciones de la sociedad en la que viven.
Shiller piensa que hay que ir a las causas fundamentales de la desigualdad. Cita el libro de Jacob Hacker y Paul Pierson (Winner Take All Politics) donde los autores examinan la hipótesis de que el proceso de cambio técnico de las últimas tres décadas ha sido el motor de la desigualdad creciente. Muchos economistas en Estados Unidos trabajan alrededor de esta hipótesis según la cual las innovaciones han impuesto un sesgo en la distribución del ingreso en ese país de tal modo que sólo la mano de obra calificada recibe salarios y compensaciones altas. Según esta hipótesis, la sustitución de trabajo poco calificado por máquinas ha empeorado la distribución del ingreso.
Hacker y Pierson señalan que hay un problema con esta hipótesis. La concentración del ingreso en Estados Unidos ha sido mucho más intensa que en Europa a pesar de que la estructura de estas economías es parecida y el proceso de cambio técnico ha sido similar. ¿Por qué habría de ser más intensa la desigualdad en Estados Unidos que en Europa? Con una evolución tecnológica semejante, estas dos economías deberían mostrar patrones análogos de concentración de riqueza. Estos autores concluyen su análisis señalando que la diferencia es que en Estados Unidos se presentaron cambios políticos que permitieron la mayor concentración de riqueza.
Según Shiller el problema es que las clases altas tienen una mayor capacidad para organizarse e imponer un sistema que genere mayor concentración de riqueza. Pero curiosamente Shiller nunca se pregunta sobre la evolución del nivel de los salarios en su país. En toda su retórica no aparece el tema del estancamiento de los salarios a partir de la década de los años setenta. Si el sistema político ha fallado, no es sólo porque se han reducido los impuestos para las clases altas. Desde los años setenta se desató una ofensiva en contra de todo lo que representaba y fortalecía el movimiento y los intereses de la clase trabajadora en Estados Unidos. El sistema político adquirió con claridad su papel de instrumento en la lucha de clases. Como dijo Warren Buffet con gran ironía en una entrevista (The New York Times, 26/XI/2006), "por supuesto que existe una lucha de clases, es mi clase la que hace la guerra, y vamos ganando".
Robert Shiller es profesor de economía y finanzas en la Universidad de Yale y una autoridad en el tema de las burbujas especulativas. Es creador (junto con Karl Case) del índice de precios Case-Shiller, uno de los instrumentos más importantes para medir la evolución de los precios de casas en Estados Unidos. Por su experiencia fue uno de los pocos economistas que predijo correctamente el estallido de la burbuja de precios de casas en Estados Unidos en 2007.
Ahora Shiller ha causado revuelo con su nuevo análisis sobre la crisis. En una entrevista reciente (www.thebrowser.com) este autor coloca a la desigualdad económica como la principal causa de la debacle en Estados Unidos. Para él es inegable que la desigualdad se ha intensificado en los últimos 20 años, no sólo en Estados Unidos, sino en muchos otros países de Europa y Asia. Según Shiller, este aumento de la desigualdad llevó a los gobiernos a preocuparse por el resentimiento que esto provocaba en la mayoría de la población. Para mantener la situación en niveles políticamente aceptables y evitar una explosión, los gobiernos se dedicaron a estimular el crédito.
Según Shiller, en lugar de arreglar los problemas de los pobres, los gobiernos promovieron el crédito. Su último libro tiene un capítulo con el ingenioso título "¡Que coman crédito!" Antes de perder la cabeza, María Antonieta lo hubiera nombrado secretario de finanzas si alguien le hubiera explicado las implicaciones.
El mejor ejemplo en el análisis de Shiller es el desarrollo del mercado de casas en Estados Unidos que se estimuló por muchos conductos. Por ejemplo, los bancos hipotecarios que habían agotado el mercado de ingresos medios, comenzaron en los años 90 a otorgar los créditos "ninja", acrónimo utilizado para designar préstamos a personas sin ingreso fijo, sin empleo y sin activos. Finalmente, bajo la administración Clinton, la entidad semi-pública Fannie Mae, fundada en 1938 para otorgar crédito barato a estratos de bajos ingresos, fue reformada para expandir sus actividades. Todo esto disparó los precios de las casas de manera insostenible. Los agentes que recibieron esos créditos utilizaron el valor (ficticio) de sus casas para apalancar mayores niveles de endeudamiento y consumo. Al mismo tiempo, los bancos contagiaron al mundo financiero global a través de la bursatilización de estas hipotecas infectadas. La explosión era una catástrofe anunciada. Shiller fue uno de los pocos que se dio cuenta.
Acto seguido este autor pasa a la pregunta clave: ¿de dónde viene la desigualdad? Y aquí es donde se atora, al igual que muchos economistas y politólogos estadunidenses, presos de las contradicciones de la sociedad en la que viven.
Shiller piensa que hay que ir a las causas fundamentales de la desigualdad. Cita el libro de Jacob Hacker y Paul Pierson (Winner Take All Politics) donde los autores examinan la hipótesis de que el proceso de cambio técnico de las últimas tres décadas ha sido el motor de la desigualdad creciente. Muchos economistas en Estados Unidos trabajan alrededor de esta hipótesis según la cual las innovaciones han impuesto un sesgo en la distribución del ingreso en ese país de tal modo que sólo la mano de obra calificada recibe salarios y compensaciones altas. Según esta hipótesis, la sustitución de trabajo poco calificado por máquinas ha empeorado la distribución del ingreso.
Hacker y Pierson señalan que hay un problema con esta hipótesis. La concentración del ingreso en Estados Unidos ha sido mucho más intensa que en Europa a pesar de que la estructura de estas economías es parecida y el proceso de cambio técnico ha sido similar. ¿Por qué habría de ser más intensa la desigualdad en Estados Unidos que en Europa? Con una evolución tecnológica semejante, estas dos economías deberían mostrar patrones análogos de concentración de riqueza. Estos autores concluyen su análisis señalando que la diferencia es que en Estados Unidos se presentaron cambios políticos que permitieron la mayor concentración de riqueza.
Según Shiller el problema es que las clases altas tienen una mayor capacidad para organizarse e imponer un sistema que genere mayor concentración de riqueza. Pero curiosamente Shiller nunca se pregunta sobre la evolución del nivel de los salarios en su país. En toda su retórica no aparece el tema del estancamiento de los salarios a partir de la década de los años setenta. Si el sistema político ha fallado, no es sólo porque se han reducido los impuestos para las clases altas. Desde los años setenta se desató una ofensiva en contra de todo lo que representaba y fortalecía el movimiento y los intereses de la clase trabajadora en Estados Unidos. El sistema político adquirió con claridad su papel de instrumento en la lucha de clases. Como dijo Warren Buffet con gran ironía en una entrevista (The New York Times, 26/XI/2006), "por supuesto que existe una lucha de clases, es mi clase la que hace la guerra, y vamos ganando".
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