lunes, 31 de enero de 2011

CAMBIOS MUNDIALES QUE NOS AFECTAN

Manuel Camacho Solís / El Universal
México está anclado a una visión mundial de hace 20 años, cuando Estados Unidos, después de la caída del muro de Berlín, terminó siendo el centro de un mundo unipolar. Un país con la importancia de México debe reconocer los cambios que le afectan y no puede limitar su acción a una visión unidimensional, como ha ocurrido con el tema de la seguridad. Necesitamos volver a mirar al mundo para fortalecer nuestro desarrollo interno.
Cuando en 1989 cayó el muro de Berlín y se desintegró la Unión Soviética, se sacó la conclusión de que Estados Unidos había quedado como la única potencia, hegemónica, lo mismo en la economía que en la política y el dominio militar. El paradigma de economía de mercado y democracia representativa parecía plenamente consolidado.
El ataque terrorista a las torres gemelas de Nueva York cambió esa percepción. Generó temor y dio origen a dos guerras (Afganistán e Irak) que han terminado siendo costosísimas para Estados Unidos. En paralelo, el mapa geoeconómico del mundo ha ido cambiando con rapidez. El crecimiento de Asia marca la tendencia. En unos cuantos años, China y la India, con las otras economías exitosas de Asia, se han convertido en un gran motor de desarrollo. En pocos años se ha trasladado una buena parte de la planta industrial, y de las reservas monetarias, de Occidente a China.
El motor del crecimiento mundial —con las poleas del consumo norteamericano, el ahorro y la inversión asiática y el peso creciente de la innovación— también ha tenido su atorón con la Gran Recesión de 2008, que fue provocada por los excesos del libre mercado y la falta de adecuada regulación.
El conjunto de estos desarreglos de la economía y la política mundial han repercutido en el poderío de Estados Unidos. Ya no es la potencia del mundo unipolar de hace 20 años. Tiene un problema serio en Afganistán, en Paquistán, en la frontera con México, en los posibles cambios geopolíticos que terminen produciendo las insurrecciones populares en sus relaciones con países árabes que son sus aliados; en la potencia de su economía lastimada por el desempleo, la crisis inmobiliaria, el déficit y la dependencia financiera respecto a los grandes tenedores de los certificados de su tesorería, desde China hasta los exportadores petroleros del Medio Oriente. La propia situación de Europa limitará por un largo tiempo su crecimiento. En América del Sur, su presencia es menor ante la integración de esos mercados y su diversificación.
Este conjunto de cambios mundiales —en la economía y en los equilibrios políticos mundiales— debilitan a Estados Unidos, pero no le cierran avenidas de adaptación y reajuste que le permitirían seguir desempeñando un papel crucial en las próximas décadas.
Para nosotros, lo que está ocurriendo en el mundo, desde luego, nos afecta. La recuperación de la economía estadounidense, aunque moderada, nos empieza a ayudar por la vía del crecimiento de las exportaciones y del cambio en la tendencia declinante de las remesas de los últimos dos años. Sus riesgos también tendrían consecuencias para nosotros. El cambio en la agenda bilateral y su concentración en los asuntos de seguridad ya está teniendo impactos internos significativos.
Una parte importante de la solución a los problemas internos de México, como siempre ha ocurrido, tendrá que ver con la manera como leamos lo que está ocurriendo fuera, y nos adaptamos a esas transformaciones. En materia económica y de seguridad, México tiene que revisar a fondo sus decisiones para encontrar nuevas oportunidades de desarrollo en su asociación bilateral y multilateral, así como nuevos componentes que permitan integrar una estrategia de reconstrucción del Estado y el mejoramiento de su seguridad interna. La situación mundial ha cambiado y lo seguirá haciendo. Toca ahora reconocerlo, aprovecharlo y tener el liderazgo político necesario para renegociar con el mundo a partir de las prioridades de nuestra agenda interna.


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