José Miguel Moreno / El Semanario
En Wall Street vuelve a primar la dicha: el Dow Jones ya ha vuelto a tocar los 12,000 pts., nivel que no veía desde junio de 2008; en Davos, como en los mejores tiempos, sus altos directivos se divierten esquiando y organizando fiestas para ver a sus clientes, hacer nuevos contactos y abrir oportunidades de negocio sabiéndose menos acechados por la furia popular y menos escudriñados por las autoridades, que andan más preocupados ahora por la crisis de deuda y la falta de empleo que por la banca; en los mentideros del dinero se enorgullecen de que el sistema financiero sigue intacto, que gracias a sus habilidades o a la falta de acuerdos entre los gobiernos, han eludido las más estrictas y temidas normas que se barajaban para regular el sector y que los nuevos requerimientos de capital de Basilea III esperarán hasta 2015; y finalmente, los bancos vuelven a lucir esplendorosas ganancias (los beneficios de JP Morgan el año pasado fueron los más jugosos de su larga historia y Citigroup reportó su cuarto trimestre consecutivo de ganancias) y reparten cuantiosos bonos a sus ejecutivos luego de haber sido rescatados por el dinero de los ciudadanos de a pie, muchos de ellos ahora sin trabajo.
Por eso hoy, el mismo día que esta columna se zambulle en las vertiginosas aguas de internet, será interesante leer el documento de 545 páginas elaborado por la Comisión de Investigación de la Crisis Financiera (FCIC, por sus siglas en inglés), un panel constituido por el Congreso con el fin de investigar las causas, tanto en EU como globales, de la reciente crisis crediticia y financiera que estuvo a punto de llevar al colapso a todo el sistema financiero y provocó el mayor derrumbe económico desde la Gran Depresión.
El documento será crucial para recordarnos los desmanes del sistema financiero y, ahora que las aguas andan calmadas, no caer por eso en complacencias con una banca de nuevo risueña, pero que precisa de una mayor vigilancia y regulación para no incurrir en los errores del pasado.
De la anterior crisis, todavía muy latente, quedan aún muchas preguntas sin responder: ¿por qué el sistema financiero se atiborró de títulos hipotecarios de mucho riesgo? ¿Por qué estaban mal valuados? ¿Eran conscientes de los riesgos que asumían o realmente pensaban que era un negocio seguro? ¿Por qué se formó una burbuja de riesgo? ¿Qué hizo que las entidades incurrieran en una gestión especulativa, arriesgada e irresponsable? ¿Se habría evitado la crisis si las entidades no hubieran sido tan irresponsables y las autoridades tan blandas? ¿Acaso han cambiado las condiciones para que no se repita?
El documento, según se ha adelantado ya, señalará a varios culpables: a la banca por su imprudente gestión, a la Comisión Bancaria y de Valores de EU (SEC, por sus siglas en inglés) y a la Fed por su falta de previsión, y a su ex-presidente Alan Greenspan, por ser desde ese poderoso puesto el gran adalid de la desregulación financiera.
Por tanto, será importante retomar los argumentos del libro para no olvidar que el diseño del nuevo marco regulatorio quedó a medias, que la banca sigue siendo muy poderosa por su tamaño, porque existen todavía “entidades demasiado grandes para caer”, y porque gracias a unos mercados internacionales libre y flexibles, con instrumentos complejos y sofisticados, robaron cotas de poder a los gobiernos que se han visto zarandeados durante la crisis al antojo de los especuladores. Que las entidades todavía tienen mecanismos para entrar en operaciones especulativas de riesgo, poniendo en juego los ahorros de los particulares, y que su gestión sigue siendo muy opaca. Y además, de que están acostumbrados a que los rescaten, y que si las cosas les salen mal les volverán a ayudar.
Todos estos asuntos son importantes si tenemos en cuenta que, como hace unos años, las tasas de interés llevan en niveles extremadamente bajos durante mucho tiempo, y que el exceso de liquidez es el mejor caldo de cultivo para asumir riesgos más altos de lo aconsejable en busca de mejores rentabilidades y, en consecuencia, para la formación de burbujas. Por eso la banca anda tan contenta, y por eso no se deben de olvidar de vigilarla. Y el documento que se publica hoy, con sus recomendaciones, debería ser muy tenido en cuenta.
En Wall Street vuelve a primar la dicha: el Dow Jones ya ha vuelto a tocar los 12,000 pts., nivel que no veía desde junio de 2008; en Davos, como en los mejores tiempos, sus altos directivos se divierten esquiando y organizando fiestas para ver a sus clientes, hacer nuevos contactos y abrir oportunidades de negocio sabiéndose menos acechados por la furia popular y menos escudriñados por las autoridades, que andan más preocupados ahora por la crisis de deuda y la falta de empleo que por la banca; en los mentideros del dinero se enorgullecen de que el sistema financiero sigue intacto, que gracias a sus habilidades o a la falta de acuerdos entre los gobiernos, han eludido las más estrictas y temidas normas que se barajaban para regular el sector y que los nuevos requerimientos de capital de Basilea III esperarán hasta 2015; y finalmente, los bancos vuelven a lucir esplendorosas ganancias (los beneficios de JP Morgan el año pasado fueron los más jugosos de su larga historia y Citigroup reportó su cuarto trimestre consecutivo de ganancias) y reparten cuantiosos bonos a sus ejecutivos luego de haber sido rescatados por el dinero de los ciudadanos de a pie, muchos de ellos ahora sin trabajo.
Por eso hoy, el mismo día que esta columna se zambulle en las vertiginosas aguas de internet, será interesante leer el documento de 545 páginas elaborado por la Comisión de Investigación de la Crisis Financiera (FCIC, por sus siglas en inglés), un panel constituido por el Congreso con el fin de investigar las causas, tanto en EU como globales, de la reciente crisis crediticia y financiera que estuvo a punto de llevar al colapso a todo el sistema financiero y provocó el mayor derrumbe económico desde la Gran Depresión.
El documento será crucial para recordarnos los desmanes del sistema financiero y, ahora que las aguas andan calmadas, no caer por eso en complacencias con una banca de nuevo risueña, pero que precisa de una mayor vigilancia y regulación para no incurrir en los errores del pasado.
De la anterior crisis, todavía muy latente, quedan aún muchas preguntas sin responder: ¿por qué el sistema financiero se atiborró de títulos hipotecarios de mucho riesgo? ¿Por qué estaban mal valuados? ¿Eran conscientes de los riesgos que asumían o realmente pensaban que era un negocio seguro? ¿Por qué se formó una burbuja de riesgo? ¿Qué hizo que las entidades incurrieran en una gestión especulativa, arriesgada e irresponsable? ¿Se habría evitado la crisis si las entidades no hubieran sido tan irresponsables y las autoridades tan blandas? ¿Acaso han cambiado las condiciones para que no se repita?
El documento, según se ha adelantado ya, señalará a varios culpables: a la banca por su imprudente gestión, a la Comisión Bancaria y de Valores de EU (SEC, por sus siglas en inglés) y a la Fed por su falta de previsión, y a su ex-presidente Alan Greenspan, por ser desde ese poderoso puesto el gran adalid de la desregulación financiera.
Por tanto, será importante retomar los argumentos del libro para no olvidar que el diseño del nuevo marco regulatorio quedó a medias, que la banca sigue siendo muy poderosa por su tamaño, porque existen todavía “entidades demasiado grandes para caer”, y porque gracias a unos mercados internacionales libre y flexibles, con instrumentos complejos y sofisticados, robaron cotas de poder a los gobiernos que se han visto zarandeados durante la crisis al antojo de los especuladores. Que las entidades todavía tienen mecanismos para entrar en operaciones especulativas de riesgo, poniendo en juego los ahorros de los particulares, y que su gestión sigue siendo muy opaca. Y además, de que están acostumbrados a que los rescaten, y que si las cosas les salen mal les volverán a ayudar.
Todos estos asuntos son importantes si tenemos en cuenta que, como hace unos años, las tasas de interés llevan en niveles extremadamente bajos durante mucho tiempo, y que el exceso de liquidez es el mejor caldo de cultivo para asumir riesgos más altos de lo aconsejable en busca de mejores rentabilidades y, en consecuencia, para la formación de burbujas. Por eso la banca anda tan contenta, y por eso no se deben de olvidar de vigilarla. Y el documento que se publica hoy, con sus recomendaciones, debería ser muy tenido en cuenta.
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