Javier Flores / La Jornada
Cuando concluya este sexenio y quede al descubierto –ya sin el cobijo de la retórica oficial y la de los intelectuales al servicio del poder– el fracaso de la guerra contra el narcotráfico, ¿qué vamos a hacer los mexicanos? Es una pregunta que conforme transcurre el tiempo adquiere mayor relevancia. ¿Acaso habrá que continuar con una política de confrontación que se hunde en la espiral de la violencia, con enfrentamientos entre grupos rivales, el crecimiento de los cuerpos policiacos, la presencia de las fuerzas armadas en las calles y la muerte de civiles inocentes? En otras palabras, ¿continuará el baño de sangre? Si la respuesta que damos a estas interrogantes es no, que no queremos seguir viviendo así, entonces, ¿qué hacer?
El martes pasado, en el auditorio de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), se planteó un camino diferente. No se trata de la legalización de las drogas o de la mariguana, como se ha propuesto en algunos medios periodísticos, académicos y en otros círculos intelectuales –y que es justo reconocer, ha caído por ahora en un bache con el rechazo a su aprobación en California–. Se trata de otra cosa. Consiste en dar un giro y cambiar el enfoque que se ha dado a la estrategia para enfrentar al narcotráfico, para situarla en una dimensión diferente, que es quizá la que realmente le corresponde: la de la salud.
En el contexto del simposio titulado "Los retos de la salud en México", el doctor Juan Ramón de la Fuente señaló la necesidad de este nuevo enfoque –que en realidad no es tan novedoso, pues él mismo lo había planteado ya desde 1995 cuando fue Secretario de Salud de México.
Desde el año pasado el ex rector de la UNAM ha insistido en este tema por medio de artículos, diversas entrevistas y conferencias, como la dictada apenas la semana pasada. Algunos aspectos de su propuesta pueden, a mi juicio, sintetizarse como sigue:
1. Si bien el problema de las drogas es multidimensional, pues abarca numerosos elementos que incluyen entre otros los de seguridad, así como aspectos sociales y culturales, la atención debe centrarse en el consumo, es decir, en la demanda, a la que hay que considerar un problema de salud pública.
2. No debe criminalizarse el consumo. Las personas que consumen drogas ocasionalmente, no son delincuentes. Tampoco lo son los adictos, los cuales requieren de atención médica. Criminalizar a los jóvenes y enviarlos a la cárcel por usar drogas hace probable que se conviertan en delincuentes.
3. Es necesario analizar, a partir de evidencias científicas, qué tan nocivas son las drogas para la salud. En este sentido, no son equivalentes la mariguana, la cocaína, los opiáceos, la heroína, las anfetaminas, el éxtasis, etcétera.
4. Es un error plantearse la legalización de las drogas, lo que debe hacerse es crear nuevos marcos regulatorios para su uso (por ejemplo, la morfina y sus derivados, son analgésicos muy poderosos, y cuentan con un marco regulatorio para su empleo, y en algunos países se ha ampliado el marco regulatorio de la mariguana en el campo de la salud).
5. Después de 40 años, el gobierno de Estados Unidos ha reconocido la necesidad de modificar su estrategia en la lucha contra las drogas, introduciendo en ella un enfoque de salud, lo que representa una gran oportunidad para México.
6. Todo lo anterior no implica renunciar al empleo legítimo de la fuerza del Estado para enfrentar delitos como el cultivo y tráfico ilegal de drogas, así como el lavado de dinero entre otros.
El actual Presidente del Consejo de la Universidad de las Naciones Unidas ha insistido, además, en que no es correcto mantener a toda costa una estrategia que ha mostrado muy poca eficiencia, pues por medio de ella no se han reducido la violencia, la producción, la distribución ni el consumo de drogas, por lo que debe ser revisada.
La propuesta formulada por De la Fuente es muy sólida, pues no implica negociación o concesión alguna a los grupos criminales y contiene elementos realmente notables, como evitar la criminalización del consumo, así como la creación de marcos regulatorios diferenciales para cada tipo de sustancia a partir de los estudios científicos.
En mi opinión, constituye un buen punto de partida y una esperanza para salir del túnel… o mejor dicho, para poder escapar de la pesadilla en la que actualmente nos encontramos.
Cuando concluya este sexenio y quede al descubierto –ya sin el cobijo de la retórica oficial y la de los intelectuales al servicio del poder– el fracaso de la guerra contra el narcotráfico, ¿qué vamos a hacer los mexicanos? Es una pregunta que conforme transcurre el tiempo adquiere mayor relevancia. ¿Acaso habrá que continuar con una política de confrontación que se hunde en la espiral de la violencia, con enfrentamientos entre grupos rivales, el crecimiento de los cuerpos policiacos, la presencia de las fuerzas armadas en las calles y la muerte de civiles inocentes? En otras palabras, ¿continuará el baño de sangre? Si la respuesta que damos a estas interrogantes es no, que no queremos seguir viviendo así, entonces, ¿qué hacer?
El martes pasado, en el auditorio de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), se planteó un camino diferente. No se trata de la legalización de las drogas o de la mariguana, como se ha propuesto en algunos medios periodísticos, académicos y en otros círculos intelectuales –y que es justo reconocer, ha caído por ahora en un bache con el rechazo a su aprobación en California–. Se trata de otra cosa. Consiste en dar un giro y cambiar el enfoque que se ha dado a la estrategia para enfrentar al narcotráfico, para situarla en una dimensión diferente, que es quizá la que realmente le corresponde: la de la salud.
En el contexto del simposio titulado "Los retos de la salud en México", el doctor Juan Ramón de la Fuente señaló la necesidad de este nuevo enfoque –que en realidad no es tan novedoso, pues él mismo lo había planteado ya desde 1995 cuando fue Secretario de Salud de México.
Desde el año pasado el ex rector de la UNAM ha insistido en este tema por medio de artículos, diversas entrevistas y conferencias, como la dictada apenas la semana pasada. Algunos aspectos de su propuesta pueden, a mi juicio, sintetizarse como sigue:
1. Si bien el problema de las drogas es multidimensional, pues abarca numerosos elementos que incluyen entre otros los de seguridad, así como aspectos sociales y culturales, la atención debe centrarse en el consumo, es decir, en la demanda, a la que hay que considerar un problema de salud pública.
2. No debe criminalizarse el consumo. Las personas que consumen drogas ocasionalmente, no son delincuentes. Tampoco lo son los adictos, los cuales requieren de atención médica. Criminalizar a los jóvenes y enviarlos a la cárcel por usar drogas hace probable que se conviertan en delincuentes.
3. Es necesario analizar, a partir de evidencias científicas, qué tan nocivas son las drogas para la salud. En este sentido, no son equivalentes la mariguana, la cocaína, los opiáceos, la heroína, las anfetaminas, el éxtasis, etcétera.
4. Es un error plantearse la legalización de las drogas, lo que debe hacerse es crear nuevos marcos regulatorios para su uso (por ejemplo, la morfina y sus derivados, son analgésicos muy poderosos, y cuentan con un marco regulatorio para su empleo, y en algunos países se ha ampliado el marco regulatorio de la mariguana en el campo de la salud).
5. Después de 40 años, el gobierno de Estados Unidos ha reconocido la necesidad de modificar su estrategia en la lucha contra las drogas, introduciendo en ella un enfoque de salud, lo que representa una gran oportunidad para México.
6. Todo lo anterior no implica renunciar al empleo legítimo de la fuerza del Estado para enfrentar delitos como el cultivo y tráfico ilegal de drogas, así como el lavado de dinero entre otros.
El actual Presidente del Consejo de la Universidad de las Naciones Unidas ha insistido, además, en que no es correcto mantener a toda costa una estrategia que ha mostrado muy poca eficiencia, pues por medio de ella no se han reducido la violencia, la producción, la distribución ni el consumo de drogas, por lo que debe ser revisada.
La propuesta formulada por De la Fuente es muy sólida, pues no implica negociación o concesión alguna a los grupos criminales y contiene elementos realmente notables, como evitar la criminalización del consumo, así como la creación de marcos regulatorios diferenciales para cada tipo de sustancia a partir de los estudios científicos.
En mi opinión, constituye un buen punto de partida y una esperanza para salir del túnel… o mejor dicho, para poder escapar de la pesadilla en la que actualmente nos encontramos.
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