Hacia un nuevo orden mundial - El impacto en Latinoamérica
Las inversiones chinas en la zona han dado estabilidad a la economía
SOLEDAD GALLEGO-DÍAZ / EL PAÍS
La creciente presencia de China en América Latina es objeto de una vigilancia permanente por parte de Estados Unidos, que no quiere ver disminuida su "relación privilegiada" con la región ni que esta se sacuda su histórica dependencia comercial y económica, algo que todavía se mantiene con fuerza. Estados Unidos sigue siendo el principal socio comercial de los países latinoamericanos y su principal conexión "cultural" y es difícil que eso pueda cambiar a corto o medio plazo, pero la nueva presencia china como importante agente económico mundial puede reequilibrar fuerzas en lo que Washington ha considerado siempre su "patio trasero" y eso genera una cierta inquietud, cuando no abierto malestar, en los sectores más conservadores de la política norteamericana. Quizás por eso, China, que ha multiplicado su comercio con la zona en los últimos años de manera exponencial, en búsqueda de las ansiadas materias primas que exige su propio crecimiento económico, se mueve en América Latina con extremada prudencia, evitando cualquier movimiento que pueda irritar o provocar una confrontación con Washington.
"No es cierto que Estados Unidos perciba la presencia china en América Latina como una amenaza. Creemos, por el contrario, que puede beneficiar a sus economías y ayudar a la creación de empleo en el área", aseguró el secretario de Estado adjunto para Asuntos Americanos, Arturo Valenzuela, durante una reciente visita a Pekín. Valenzuela puso de relieve que América Latina en su conjunto solo representa por ahora el 5% del comercio total de China, mientras que la relación comercial de Estados Unidos en esa misma área ronda el 40%. "Hay, pues, mucho espacio para que esa relación crezca", mantuvo. De hecho, el aumento del comercio de China con América Latina ha ayudado a estabilizar esas economías y a sostener el desarrollo de esos países, algo que beneficia también a Estados Unidos.
El desembarco económico chino en América Latina ha coincidido con una relativa pérdida de interés por parte de Washington, volcado, a raíz del 11-S, en la lucha antiterrorista y en las guerras de Irak y de Afganistán. Ese relativo bajón en la intensidad de las relaciones, denunciado siempre como un peligro por los sectores más conservadores de ambos lados, no significa que la Casa Blanca o el Congreso hayan dejado de estar muy atentos a lo que ocurre en la vida latinoamericana. Pekín parece ser plenamente consciente de ello e insiste en que su interés es exclusivamente comercial, sin ninguna connotación ideológica ni, por supuesto, militar. De hecho, sigue siendo Rusia la que mantiene algunos acuerdos de cooperación militar o venta de armas en la zona, mientras que China se mantiene escrupulosamente alejada de ese campo.
La zona donde se pueden producir mayores roces es, según la mayoría de los especialistas, en la relacionada con las reservas de petróleo. China supone más del 40% del crecimiento de la demanda mundial de energía y busca en América Latina no solo soja o cobre sino también acuerdos que le garanticen el suministro de petróleo o inversiones que le faciliten el acceso a reservas actuales o potenciales. EE UU, que ha frustrado ya alguna maniobra de Pekín para controlar alguna empresa norteamericana del sector, mira atentamente sus progresos, sobre todo en Brasil o en Argentina.
El tercer lado del triangulo, América Latina, no oculta su entusiasmo por la irrupción de China como socio comercial. Es cierto que algunas voces critican que América Latina exporte casi exclusivamente materias primas mientras que importa manufacturas de China (el salario medio chino es aproximadamente un cuarto del salario medio latinoamericano), pero también es verdad que ese problema (y la consiguiente dificultad para competir con China dentro del propio mercado de Estados Unidos) afecta sobre todo, por el momento, a México y a América Central. La mayoría de los países de Sudamérica piensan, por el contrario, que el crecimiento económico de China ha sido su mejor tabla de salvación frente a la última crisis y que puede ser su mejor ayuda para seguir sosteniendo su desarrollo y un progresivo reequilibrio de influencias. China se ha convertido, de la noche a la mañana, en el principal socio comercial de varios países latinoamericanos. Es, por ejemplo, el punto de destino de entre el 20% y el 15% de las exportaciones de Chile o Perú o del 13% o 14% de las exportaciones brasileñas o argentinas. Nada parece impedir que esa relación siga viento en popa en los próximos años.
Las inversiones chinas en la zona han dado estabilidad a la economía
SOLEDAD GALLEGO-DÍAZ / EL PAÍS
La creciente presencia de China en América Latina es objeto de una vigilancia permanente por parte de Estados Unidos, que no quiere ver disminuida su "relación privilegiada" con la región ni que esta se sacuda su histórica dependencia comercial y económica, algo que todavía se mantiene con fuerza. Estados Unidos sigue siendo el principal socio comercial de los países latinoamericanos y su principal conexión "cultural" y es difícil que eso pueda cambiar a corto o medio plazo, pero la nueva presencia china como importante agente económico mundial puede reequilibrar fuerzas en lo que Washington ha considerado siempre su "patio trasero" y eso genera una cierta inquietud, cuando no abierto malestar, en los sectores más conservadores de la política norteamericana. Quizás por eso, China, que ha multiplicado su comercio con la zona en los últimos años de manera exponencial, en búsqueda de las ansiadas materias primas que exige su propio crecimiento económico, se mueve en América Latina con extremada prudencia, evitando cualquier movimiento que pueda irritar o provocar una confrontación con Washington.
"No es cierto que Estados Unidos perciba la presencia china en América Latina como una amenaza. Creemos, por el contrario, que puede beneficiar a sus economías y ayudar a la creación de empleo en el área", aseguró el secretario de Estado adjunto para Asuntos Americanos, Arturo Valenzuela, durante una reciente visita a Pekín. Valenzuela puso de relieve que América Latina en su conjunto solo representa por ahora el 5% del comercio total de China, mientras que la relación comercial de Estados Unidos en esa misma área ronda el 40%. "Hay, pues, mucho espacio para que esa relación crezca", mantuvo. De hecho, el aumento del comercio de China con América Latina ha ayudado a estabilizar esas economías y a sostener el desarrollo de esos países, algo que beneficia también a Estados Unidos.
El desembarco económico chino en América Latina ha coincidido con una relativa pérdida de interés por parte de Washington, volcado, a raíz del 11-S, en la lucha antiterrorista y en las guerras de Irak y de Afganistán. Ese relativo bajón en la intensidad de las relaciones, denunciado siempre como un peligro por los sectores más conservadores de ambos lados, no significa que la Casa Blanca o el Congreso hayan dejado de estar muy atentos a lo que ocurre en la vida latinoamericana. Pekín parece ser plenamente consciente de ello e insiste en que su interés es exclusivamente comercial, sin ninguna connotación ideológica ni, por supuesto, militar. De hecho, sigue siendo Rusia la que mantiene algunos acuerdos de cooperación militar o venta de armas en la zona, mientras que China se mantiene escrupulosamente alejada de ese campo.
La zona donde se pueden producir mayores roces es, según la mayoría de los especialistas, en la relacionada con las reservas de petróleo. China supone más del 40% del crecimiento de la demanda mundial de energía y busca en América Latina no solo soja o cobre sino también acuerdos que le garanticen el suministro de petróleo o inversiones que le faciliten el acceso a reservas actuales o potenciales. EE UU, que ha frustrado ya alguna maniobra de Pekín para controlar alguna empresa norteamericana del sector, mira atentamente sus progresos, sobre todo en Brasil o en Argentina.
El tercer lado del triangulo, América Latina, no oculta su entusiasmo por la irrupción de China como socio comercial. Es cierto que algunas voces critican que América Latina exporte casi exclusivamente materias primas mientras que importa manufacturas de China (el salario medio chino es aproximadamente un cuarto del salario medio latinoamericano), pero también es verdad que ese problema (y la consiguiente dificultad para competir con China dentro del propio mercado de Estados Unidos) afecta sobre todo, por el momento, a México y a América Central. La mayoría de los países de Sudamérica piensan, por el contrario, que el crecimiento económico de China ha sido su mejor tabla de salvación frente a la última crisis y que puede ser su mejor ayuda para seguir sosteniendo su desarrollo y un progresivo reequilibrio de influencias. China se ha convertido, de la noche a la mañana, en el principal socio comercial de varios países latinoamericanos. Es, por ejemplo, el punto de destino de entre el 20% y el 15% de las exportaciones de Chile o Perú o del 13% o 14% de las exportaciones brasileñas o argentinas. Nada parece impedir que esa relación siga viento en popa en los próximos años.
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