Antonio Rosas-Landa Méndez / El Universal
Con salvas de artillería y los más altos honores fue recibido el presidente de China, Hu Jintao, a Estados Unidos. Pero poniendo de lado los protocolos diplomáticos y las fotografías de Barack Obama con el mandamás de la segunda economía del mundo, fue muy interesante observar cómo entre los más entusiasmados estaban los hombres de negocios.
Ayer jueves el presidente Jintao llegó a Chicago, donde se cerraron millonarios tratos de negocios, como el acuerdo de 19 mil millones de dólares por los que la empresa estadounidense Boeing venderá 200 aviones a la República Popular. Y hoy se llevará a cabo el Foro por la Cooperación Comercial y Económica binacional, organizado por el Chicago Council on Global Affairs.
Tan sólo en el 2010 se estima que el crecimiento económico de China fue de 10.1%, según el Atlas de la CIA. Los chinos tienen tanto efectivo que su gobierno tiene en su poder más de un millón de millones (un billón) de dólares en bonos del Tesoro de Estados Unidos.
Las encuestas de opinión revelan que los estadounidenses creen que su país ha perdido vigor interno y terreno en el liderazgo mundial. De hecho, el diario Chicago Tribune pidió a sus lectores “conocer a su casero”, en referencia a la visita de Jintao a la Ciudad de los Vientos. El Tribune advierte sobre el destino común que ambas naciones tienen, entre otras cosas porque China espera ver lo que invirtió en la deuda gubernamental estadounidense.
Acostumbrado a una cultura latinoamericana llena de viejos rencores que limita la apertura de los individuos a lidiar con quienes no son de su agrado, la experiencia de ver a los estadounidenses hambrientos por hacer negocios con China, un rival —y algunos dirían un enemigo— en potencia, es gratificante.
China tiene diez de calificación en economía y los estadounidenses quieren un pedazo de ese pastel. Se calcula que las inversiones pactadas durante la visita presidencial generarán 235 mil empleos en Estados Unidos. Hoy la economía de mercado no es un asunto de derecha o de izquierda política, sino un tema de sentido común, de sobrevivencia. Los asiáticos lo saben y los estadounidenses también, por eso trabajan juntos.
El festejo del dinero, sin embargo, se ve empañado por el vergonzante récord sobre derechos humanos en China, o por las infames limitaciones que ese gobierno impone a su población sobre qué información puede estar a su alcance. No en vano se ha llamado al sistema cibernético del Estado que controla los contenidos en internet “El gran firewall”.
Para los no iniciados, China representa un modelo exitoso de incursión selectiva al capitalismo, pero no es en sí mismo un modelo por el cual otros países en desarrollo deben suspirar. Lo rescatable es su alto nivel de competitividad. Por ejemplo, evitan que los intereses especiales dominen sectores vitales como la educación, cosa que sí ocurre con los poderosos sindicatos magisteriales en Estados Unidos, o el caso extremo que es México. El resultado es palpable, China produce mejores estudiantes en matemáticas y ciencias exactas que Estados Unidos.
La fascinación por ese país no ha pasado desapercibida en Hollywood. En los últimos años se han realizado superproducciones que desentrañan a través del entretenimiento algunos enigmas de la sociedad que pronto se convertirá en la primera economía del mundo.
China nos enseña que contar con una población numerosa no es necesariamente una maldición que garantiza miseria y desempleo, siempre y cuando las políticas públicas tengan idea de cómo fomentar la generación de riqueza. Por eso los estadounidenses están interesados en hablar con ellos. Porque en este país la importancia de un interlocutor no está determinada por el color de su piel o el idioma que habla, sino por lo trascendente que resulta para la agenda nacional o internacional.
Habrá que observar los elementos que el mundo puede aprender de China para atraer inversiones y elevar la competitividad. Pero no se puede olvidar que las libertades y los derechos fundamentales de los individuos no son mercancía que tenga precio o esté sujeta a negociación. Y ésa es una lección que China debe aprender de Occidente.
Periodista mexico-estadounidense
Con salvas de artillería y los más altos honores fue recibido el presidente de China, Hu Jintao, a Estados Unidos. Pero poniendo de lado los protocolos diplomáticos y las fotografías de Barack Obama con el mandamás de la segunda economía del mundo, fue muy interesante observar cómo entre los más entusiasmados estaban los hombres de negocios.
Ayer jueves el presidente Jintao llegó a Chicago, donde se cerraron millonarios tratos de negocios, como el acuerdo de 19 mil millones de dólares por los que la empresa estadounidense Boeing venderá 200 aviones a la República Popular. Y hoy se llevará a cabo el Foro por la Cooperación Comercial y Económica binacional, organizado por el Chicago Council on Global Affairs.
Tan sólo en el 2010 se estima que el crecimiento económico de China fue de 10.1%, según el Atlas de la CIA. Los chinos tienen tanto efectivo que su gobierno tiene en su poder más de un millón de millones (un billón) de dólares en bonos del Tesoro de Estados Unidos.
Las encuestas de opinión revelan que los estadounidenses creen que su país ha perdido vigor interno y terreno en el liderazgo mundial. De hecho, el diario Chicago Tribune pidió a sus lectores “conocer a su casero”, en referencia a la visita de Jintao a la Ciudad de los Vientos. El Tribune advierte sobre el destino común que ambas naciones tienen, entre otras cosas porque China espera ver lo que invirtió en la deuda gubernamental estadounidense.
Acostumbrado a una cultura latinoamericana llena de viejos rencores que limita la apertura de los individuos a lidiar con quienes no son de su agrado, la experiencia de ver a los estadounidenses hambrientos por hacer negocios con China, un rival —y algunos dirían un enemigo— en potencia, es gratificante.
China tiene diez de calificación en economía y los estadounidenses quieren un pedazo de ese pastel. Se calcula que las inversiones pactadas durante la visita presidencial generarán 235 mil empleos en Estados Unidos. Hoy la economía de mercado no es un asunto de derecha o de izquierda política, sino un tema de sentido común, de sobrevivencia. Los asiáticos lo saben y los estadounidenses también, por eso trabajan juntos.
El festejo del dinero, sin embargo, se ve empañado por el vergonzante récord sobre derechos humanos en China, o por las infames limitaciones que ese gobierno impone a su población sobre qué información puede estar a su alcance. No en vano se ha llamado al sistema cibernético del Estado que controla los contenidos en internet “El gran firewall”.
Para los no iniciados, China representa un modelo exitoso de incursión selectiva al capitalismo, pero no es en sí mismo un modelo por el cual otros países en desarrollo deben suspirar. Lo rescatable es su alto nivel de competitividad. Por ejemplo, evitan que los intereses especiales dominen sectores vitales como la educación, cosa que sí ocurre con los poderosos sindicatos magisteriales en Estados Unidos, o el caso extremo que es México. El resultado es palpable, China produce mejores estudiantes en matemáticas y ciencias exactas que Estados Unidos.
La fascinación por ese país no ha pasado desapercibida en Hollywood. En los últimos años se han realizado superproducciones que desentrañan a través del entretenimiento algunos enigmas de la sociedad que pronto se convertirá en la primera economía del mundo.
China nos enseña que contar con una población numerosa no es necesariamente una maldición que garantiza miseria y desempleo, siempre y cuando las políticas públicas tengan idea de cómo fomentar la generación de riqueza. Por eso los estadounidenses están interesados en hablar con ellos. Porque en este país la importancia de un interlocutor no está determinada por el color de su piel o el idioma que habla, sino por lo trascendente que resulta para la agenda nacional o internacional.
Habrá que observar los elementos que el mundo puede aprender de China para atraer inversiones y elevar la competitividad. Pero no se puede olvidar que las libertades y los derechos fundamentales de los individuos no son mercancía que tenga precio o esté sujeta a negociación. Y ésa es una lección que China debe aprender de Occidente.
Periodista mexico-estadounidense
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