martes, 18 de enero de 2011

LA INDUSTRIA EN LA RECUPERACIÓN DEL CRECIMIENTO

INGEMAR NAEVE / EL PAÍS
El sector industrial está llamado a desempeñar un importante papel en ese nuevo modelo productivo de futuro del que tanto se habla y que será, sin duda, el que permitirá a España recuperar los ritmos de crecimiento necesarios para volver a crear empleo.
Tras sufrir durante años una progresiva erosión, la industria se erige hoy como la gran alternativa para actuar como locomotora de un crecimiento sano y vigoroso. Su capacidad de tracción sobre el resto de sectores, y en especial, los servicios, postula a la industria como un motor principal de la recuperación y modernización de nuestra economía.
Un sector industrial dinámico, moderno e innovador es parte esencial de un patrón de crecimiento equilibrado y pilar insustituible para la competitividad de la economía española. La industria representa en el momento actual una gran oportunidad que España debe esforzarse en aprovechar. Pero lo debe hacer renunciando a políticas industriales dirigistas o planificadoras y dejando el protagonismo a la iniciativa de las empresas y de los emprendedores.
Tanto la industria como la propia economía española han experimentado durante el último medio siglo una transformación muy profunda, pasando de un mercado estable y protegido, casi cerrado, a un mercado volátil, abierto y global, sin protección para la industria nacional. Ahora nos encontramos ante un mercado global enormemente competitivo y sujeto a rápidos cambios.
La propia sociedad española debe adaptarse a estas nuevas condiciones y para ello es preciso un cambio profundo de mentalidad. Disfrutamos de las evidentes ventajas de la globalización, y tenemos al alcance una variada gama de productos atractivos y relativamente baratos, importados en gran parte de países con unos costes laborales bajos. Pero, pese a estas ventajas, no hemos asumido plenamente las servidumbres del nuevo modelo, como son la necesaria y rápida adaptación para ser competitivos en el mercado global.
Quizá pensemos ingenuamente que es posible disfrutar de las ventajas sin sufrir los costes que entraña la adaptación a un entorno cambiante. No nos queda más remedio que ser más flexibles y adaptables, individualmente y como sociedad. Si lo hemos sido en el pasado, no hay ninguna razón para que no podamos serlo en el futuro, siempre que pongamos en ello el esfuerzo requerido.
Resulta indiscutible que la industria ha sufrido a lo largo de los últimos 15 años una pérdida de peso específico en el tejido productivo español, y ello acompañado de una menguante competitividad, consecuencia del mal comportamiento de la productividad. Hay, sin embargo, motivos para la esperanza si se ponen los medios adecuados y el empeño necesario para afrontar los desafíos del futuro.
Esos grandes desafíos pendientes no son otros que la internacionalización y la mejora continua de la competitividad/productividad asociada a un aprovechamiento de la revolución tecnológica. La difusión imparable de esta está teniendo como efectos más directos la creciente interrelación de las economías nacionales y una competencia más intensa y cambiante, con las ventajas comparativas marcando a escala global las estrategias empresariales. De este entorno surgen excelentes oportunidades que, en ausencia de una necesaria capacidad de adaptación y respuesta, pueden convertirse en importantes amenazas.
En el reciente documento Una industria competitiva, clave para recuperar el crecimiento, el Círculo de Empresarios propone una serie de medidas para posibilitar que la industria cumpla esa función de regeneración del tejido productivo español que nos permita volver a crecer y crear empleo.
Se trata, por un lado, de medidas que contribuyan a crear un entorno macro y microeconómico que facilite una mejor asignación de recursos hacia las actividades más productivas y con mejores expectativas de futuro y, por otro, de extender las buenas prácticas que se encuentran en la base del éxito de muchas empresas industriales. Ejemplos de buen hacer que deben servir también de acicate y motivo para la confianza.
Crear un marco favorable al desarrollo de una industria más competitiva hace imprescindible abordar reformas estructurales, sobre todo en ámbitos decisivos, como el laboral o el educativo, ya que en ambos se crean y asignan los factores de producción clave, como son el trabajo y el capital humano.
Para que el mercado laboral sea más eficiente, tiene que asentarse en los principios de la flexiseguridad, protegiéndose al trabajador y no al puesto de trabajo e incrementando su empleabilidad y su productividad para la empresa. En este sentido, resultan insuficientes, por parciales y tímidas, las medidas recientemente aprobadas.
Habría de aplicarse una reforma más profunda y valiente que termine con la dualidad actual del mercado de trabajo (con trabajadores muy protegidos y otros con escasa protección) y que modernice de verdad el sistema de negociación colectiva, permitiendo una mejor adecuación de las condiciones pactadas a la situación particular de las empresas. Dotar de eficiencia a las políticas activas de empleo, incrementando la empleabilidad de los trabajadores y casando mejor la demanda con la oferta de trabajo, debe ser otro de los objetivos de esta reforma.
La educación tendría que fomentar el reconocimiento del esfuerzo y de valores imprescindibles para la prosperidad y el bienestar social, como el espíritu crítico, la autonomía, la iniciativa personal, el trabajo en equipo, etcétera. En la formación profesional habría que avanzar hacia un modelo de formación dual que combine la formación en la escuela con la formación en la empresa. Y en la educación universitaria, dado que la industria necesita de más profesionales formados en las áreas de las ciencias y la ingeniería, deberían fomentarse estos estudios universitarios que, en los últimos años, han registrado un descenso en el número de matrículas.
Otros aspectos que hay que tener muy en cuenta a la hora de mejorar el marco en el que se debe desarrollar la actividad de la industria de cara al futuro son la seguridad jurídica, la calidad regulatoria, la financiación de las empresas, la energía, las infraestructuras de transporte y el gasto en I+D. La industria española presenta una especialización productiva en sectores de no muy alta intensidad tecnológica y de conocimiento, con bajos niveles de inversión en I+D+i, y con una dimensión media reducida tanto de las empresas como de las fábricas.
Por lo que se refiere a esas buenas prácticas empresariales que deben servir de referencia a las nuevas iniciativas, es conveniente analizar todas esas características comunes entre las empresas industriales de éxito que definen su excelencia competitiva.
Las empresas industriales más innovadoras pueden identificarse con aquellas que más avanzan en la incorporación y uso de tecnologías complejas, que aplican de manera activa los sistemas de gestión de la calidad y que más se alejan de las estructuras organizativas jerárquicas y verticales, tratando de incorporar e incentivar la participación continua de los trabajadores en el proceso productivo.
A todo esto habría que añadir una voluntad por la internacionalización, elemento que ha sido parte esencial de la estrategia de muchas de las empresas industriales de éxito, tanto a través de la inversión extranjera directa como de las exportaciones.
La crisis, bien gestionada, es una gran oportunidad para afrontar el futuro, ya que nos obliga a tomar decisiones que hace bien poco hubieran sido impensables. Pero deben ser decisiones bien argumentadas, que la opinión pública comprenda y asuma, porque su eficacia depende de que sean entendidas por todos como absolutamente necesarias.
Ingemar Naeve es consejero delegado de Ericsson España y presidente del Comité de Industria del Círculo de Empresarios.

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