Obama y el presidente chino intentarán tranquilizar a los mercados globales
ANTONIO CAÑO | EL PAÍS
Con 21 salvas y una cena de gala, EE UU rindió la noche del martes los máximos honores a un invitado ilustre, el presidente de China, Hu Jintao, que llega a Washington para registrar el reconocimiento de su país como la nueva superpotencia con la que desde ahora es necesario negociar y repartir el poder mundial. En tal condición, Hu y Barack Obama abordarán una agenda que abarca todos los grandes problemas internacionales y tratarán de enviar un mensaje tranquilizador, tanto en los asuntos políticos como económicos.
Casi a diario pasan por aquí, en actitud más o menos genuflexa, líderes de países amigos que necesitan apoyo o de pequeños rivales en busca de notoriedad. Pero hace muchos años que no entra en la Casa Blanca el presidente de una nación decidida a disputarle a Estados Unidos la supremacía mundial. Desde la visita del último líder de la Unión Soviética, Mijaíl Gorbachov, ha pasado ya casi un cuarto de siglo, y entonces vino para firmar unos acuerdos de desarme que anunciaban la decadencia definitiva en la que había entrado ese país.
El viaje más significativo de un líder chino fue el de Deng Xiaoping, en 1979, inolvidable, con su sombrero tejano y su paseo por la fábrica de Coca-Cola, la forma más clara de expresar la voluntad china de abrirse al mundo. Desde entonces, esa nación no ha cejado en ese empeño. Hu ya estuvo en Washington en 2006, pero en esa ocasión se sintió ofendido por el trato descortés que le dispensó George W. Bush, cuando EE UU no había decidido aún de forma clara cómo lidiar con una China amenazante y necesaria en la misma proporción.
En los años transcurridos desde esa última visita, China ha acentuado ambas características, pero EE UU se ha rendido ya -y esta visita lo demostrará- ante el hecho de convivir con esa realidad. En ese periodo, China no solo se ha convertido en el banquero de EE UU, sino que se atreve a desafiar el poder norteamericano en cualquier región del planeta.
Entre 2008 y 2010, según revela un informe del Financial Times, China ha prestado a los países en desarrollo 110.000 millones de dólares, no solo más que EE UU, sino más que el Banco Mundial, la institución, con sede en Washington, que gobierna la economía capitalista. Los principales receptores de esos créditos indican también el amplio abanico de intereses chinos: Rusia, Venezuela, Brasil, India, Ghana y Argentina.
China ha sustituido a Rusia como principal alternativa al poder estadounidense y expande su influencia a regiones históricamente reservadas a los intereses norteamericanos, como América Latina, y a otras en disputa, como África y Asia. El reciente viaje de Obama a India, escenario central de la lucha por el control asiático, fue la última demostración de que Washington no renunciará fácilmente a su posición actual. Pero la presencia de Hu en EE UU, donde estará cuatro días en los que hablará con congresistas y empresarios y en los que también se trasladará a Chicago, no tienen tanto el interés de marcar las diferencias como el de resaltar los intereses compartidos. "Ambos tenemos mucho que ganar de unas buenas relaciones y mucho que perder de la confrontación", afirma Hu en una entrevista por escrito concedida a i>The Washington Post y The Wall Street Journal.
El progreso de ambas naciones está, sin duda, en estos momentos asociado a su grado de entendimiento. China dispone del dinero que EE UU necesita para mover su economía y Estados Unidos -y sus aliados- aporta los mercados imprescindibles para que China crezca. Por esa razón, es probable que Obama y Hu intenten aparcar algunas diferencias sobre Corea del Norte, Irán, Taiwán o la cotización de la moneda china para potenciar el conjunto de una relación que reclama un clima de duradera estabilidad.
Los gobernantes norteamericanos detectan, además, una evolución positiva en casi todos esos asuntos. En sus contactos recientes, tanto la secretaria de Estado, Hillary Clinton, como el secretario de Defensa, Robert Gates, han percibido una mayor presión de Pekín para que Corea del Norte contenga sus amenazas nucleares y un cierto distanciamiento de Irán.
En el tema monetario, aunque en las últimas semanas se ha producido una pequeña revaluación del yuan o renminbi (los dos nombres de la moneda china), el secretario del Tesoro, Tim Geithner, sigue creyendo que está artificialmente sostenido por encima de su valor para favorecer las exportaciones chinas. Algunos cálculos estiman que si China devaluara el yuan un 20% -su verdadera cotización- el déficit comercial norteamericano, que fue el año pasado de 500.000 millones de dólares, se reduciría de inmediato en más de 100.000 millones.
El asunto más espinoso es el de los derechos humanos. Obama está sometido a una fuerte presión interna para plantearlo, mientras que el margen de maniobra de Pekín al respecto, como ha demostrado el trato dado a Liu Xiaobo, el disidente premio Nobel de la Paz, es muy reducido.
ANTONIO CAÑO | EL PAÍS
Con 21 salvas y una cena de gala, EE UU rindió la noche del martes los máximos honores a un invitado ilustre, el presidente de China, Hu Jintao, que llega a Washington para registrar el reconocimiento de su país como la nueva superpotencia con la que desde ahora es necesario negociar y repartir el poder mundial. En tal condición, Hu y Barack Obama abordarán una agenda que abarca todos los grandes problemas internacionales y tratarán de enviar un mensaje tranquilizador, tanto en los asuntos políticos como económicos.
Casi a diario pasan por aquí, en actitud más o menos genuflexa, líderes de países amigos que necesitan apoyo o de pequeños rivales en busca de notoriedad. Pero hace muchos años que no entra en la Casa Blanca el presidente de una nación decidida a disputarle a Estados Unidos la supremacía mundial. Desde la visita del último líder de la Unión Soviética, Mijaíl Gorbachov, ha pasado ya casi un cuarto de siglo, y entonces vino para firmar unos acuerdos de desarme que anunciaban la decadencia definitiva en la que había entrado ese país.
El viaje más significativo de un líder chino fue el de Deng Xiaoping, en 1979, inolvidable, con su sombrero tejano y su paseo por la fábrica de Coca-Cola, la forma más clara de expresar la voluntad china de abrirse al mundo. Desde entonces, esa nación no ha cejado en ese empeño. Hu ya estuvo en Washington en 2006, pero en esa ocasión se sintió ofendido por el trato descortés que le dispensó George W. Bush, cuando EE UU no había decidido aún de forma clara cómo lidiar con una China amenazante y necesaria en la misma proporción.
En los años transcurridos desde esa última visita, China ha acentuado ambas características, pero EE UU se ha rendido ya -y esta visita lo demostrará- ante el hecho de convivir con esa realidad. En ese periodo, China no solo se ha convertido en el banquero de EE UU, sino que se atreve a desafiar el poder norteamericano en cualquier región del planeta.
Entre 2008 y 2010, según revela un informe del Financial Times, China ha prestado a los países en desarrollo 110.000 millones de dólares, no solo más que EE UU, sino más que el Banco Mundial, la institución, con sede en Washington, que gobierna la economía capitalista. Los principales receptores de esos créditos indican también el amplio abanico de intereses chinos: Rusia, Venezuela, Brasil, India, Ghana y Argentina.
China ha sustituido a Rusia como principal alternativa al poder estadounidense y expande su influencia a regiones históricamente reservadas a los intereses norteamericanos, como América Latina, y a otras en disputa, como África y Asia. El reciente viaje de Obama a India, escenario central de la lucha por el control asiático, fue la última demostración de que Washington no renunciará fácilmente a su posición actual. Pero la presencia de Hu en EE UU, donde estará cuatro días en los que hablará con congresistas y empresarios y en los que también se trasladará a Chicago, no tienen tanto el interés de marcar las diferencias como el de resaltar los intereses compartidos. "Ambos tenemos mucho que ganar de unas buenas relaciones y mucho que perder de la confrontación", afirma Hu en una entrevista por escrito concedida a i>The Washington Post y The Wall Street Journal.
El progreso de ambas naciones está, sin duda, en estos momentos asociado a su grado de entendimiento. China dispone del dinero que EE UU necesita para mover su economía y Estados Unidos -y sus aliados- aporta los mercados imprescindibles para que China crezca. Por esa razón, es probable que Obama y Hu intenten aparcar algunas diferencias sobre Corea del Norte, Irán, Taiwán o la cotización de la moneda china para potenciar el conjunto de una relación que reclama un clima de duradera estabilidad.
Los gobernantes norteamericanos detectan, además, una evolución positiva en casi todos esos asuntos. En sus contactos recientes, tanto la secretaria de Estado, Hillary Clinton, como el secretario de Defensa, Robert Gates, han percibido una mayor presión de Pekín para que Corea del Norte contenga sus amenazas nucleares y un cierto distanciamiento de Irán.
En el tema monetario, aunque en las últimas semanas se ha producido una pequeña revaluación del yuan o renminbi (los dos nombres de la moneda china), el secretario del Tesoro, Tim Geithner, sigue creyendo que está artificialmente sostenido por encima de su valor para favorecer las exportaciones chinas. Algunos cálculos estiman que si China devaluara el yuan un 20% -su verdadera cotización- el déficit comercial norteamericano, que fue el año pasado de 500.000 millones de dólares, se reduciría de inmediato en más de 100.000 millones.
El asunto más espinoso es el de los derechos humanos. Obama está sometido a una fuerte presión interna para plantearlo, mientras que el margen de maniobra de Pekín al respecto, como ha demostrado el trato dado a Liu Xiaobo, el disidente premio Nobel de la Paz, es muy reducido.
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