Javier Ortiz / El Universal
Ciudad Juárez en estos tiempos de perversidad es una casa en llamas en la que el propietario (los juarenses) acude presuroso a los bomberos para que vengan a apagar el fuego. Los bomberos aparecen (el gobierno federal) y de inmediato proceden a anunciar con bombo y platillo que iniciarán estudios para detectar mantos acuíferos sobre los cuales perforar baterías de pozos que en su momento alimentarán una extensa red de tuberías de distribución de agua, que a su vez abastecerán los hidrantes que se instalarán por toda la ciudad para conectar a ellos unas mangueras —a la fecha inexistentes—, que se adquirirán en un futuro nebuloso para ir finalmente a apagar el fuego.
Y mientras tanto, llegan acompañados de unos merolicos que reparten cuentas de vidrio, discursos y unas cuantas monedas a la familia de la casa en llamas.
Ante esto Juárez pregunta pasmado: ¿Y la lumbre cuándo la van a apagar?
Enfrentado a esa tremenda realidad de tener que actuar, el bombero en jefe, anuncia el envío de diez mil bomberos auxiliares desplegados rápidamente por la ciudad con el equipo necesario: cerillos, bidones de gasolina y leña para echarla al fuego y hacer la lumbre más grande todavía. No contento con lo anterior, el bombero jefe envía al rescate de Ciudad Juárez a un importante bombero que viene a avivar el fuego no con un pequeño bidón de gasolina, sino montado en todo un ferrocarril repleto de material incendiario y que, además, viene a decirle cínicamente a los juarenses que no permitan que nada ni nadie los avasalle.
Juárez no necesita que nadie lo rescate.
Juárez no se ha ido ni ha caído en un hoyo cavado por acciones de terceros, del cual los mismos juarenses no puedan salir por su propio esfuerzo.
¡Juárez aquí está! Y tan está, que todo mundo se quiere quedar con él.
Lo que Juárez necesita es ayuda para salvaguardar su dignidad tan maltrecha por la incompetencia, la abulia, el desinterés y la impunidad de quienes tienen la responsabilidad de cuidar la seguridad y las vidas de los juarenses.
Juárez requiere empatía, cariño y reciprocidad para ser y actuar como siempre. El enjundioso, el de la actitud positiva y echada para adelante; el Juárez y los juarenses que en los ochenta supieron presionar al gobierno estadounidense para que a su vez, éste le picara las costillas al sistema político mexicano a que abriera el paso a la democracia. Cosa que ya a tres cuartas partes sucedió.
No la demagogia, ni el abuso, ni el descuido de un gobierno federal que hace acto engañoso de presencia en Juárez con el alma fría, el corazón ausente y las manos vacías.
“¿Y por qué Juárez señor secretario?”. Ésta fue la pregunta que le hizo el periodista juarense Ricardo Chávez a Juan Molinar Horcasitas, secretario de Comunicaciones y Transportes, el 11 de noviembre durante su visita a aquella ciudad. Fue una pregunta fina, con la contundencia y a la vez la sutileza de muchos años de ejercer la noble e incomprendida profesión de periodista; pregunta cargada de indignación velada; pregunta que invitaba al abrazo fraternal, a que se iniciara la recuperación de esa dignidad perdida de los juarenses. Una pregunta que pasó muy por encima de la capacidad intelectual y de la calidad moral del funcionario.
“Porque se pensó que en Juárez no podría hacerse algo así”, fue la reveladora respuesta del funcionario, hablando de dotar de comunicación digital un sector de Juárez.
La pregunta obligada que se hacen los juarenses es: ¿Y por qué eso señor secretario?
¿Por qué no la amnistía fiscal? ¿Por qué no la zona libre? ¿Por qué no la liberación del dólar? ¿Por qué no la reubicación del tren fuera de Juárez? ¿Por qué no un esfuerzo real y efectivo de parar ya, ahorita mismo, la violencia, los ríos de sangre, la inseguridad y los delitos?
Ese día no hubo interlocutor a la pregunta de Ricardo Chávez .
Pero el haberla planteado, con la esperanza de lograr la respuesta que todos en ambos lados de la frontera esperábamos oír, constituye ejemplo de lo que tenemos que hacer en la región para rescatar nuestra dignidad: la de los juarenses y la solidaria de los demás residentes de esta región fronteriza y binacional.
Rescatar la esencia de Juárez que es su cultura, su ética de trabajo, las maquiladoras, los altos niveles de empleo, una creciente clase media, una marcada presencia industrial a nivel mundial, mano de obra muy calificada, excelentes supervisores, la alta calidad de su producción industrial, los valores familiares, los campeonatos deportivos, un excelente entorno de educación superior, un periodismo de vanguardia, un acelerado desarrollo urbano, profundas creencias religiosas, una naturaleza alegre que no se rinde ante las adversidades y una arraigada vocación binacional.
Apagar la casa en llamas por nuestro propio esfuerzo con nuestra dignidad por delante, guiando y ordenando el apoyo de los demás.
No debemos ser víctimas de los perversos juegos políticos —centrados en un dudoso 2012— que dejan de lado el resto de la agenda nacional.
No podemos permitir que funcionarios insensibles y lejanos a Ciudad Juárez, sentencien de por vida a los juarenses al peligro que representa el paso del tren en el seno mismo de nuestra ciudad.
No debemos jamás aceptar coludirnos con el pésame simulado y la compasión fingida por la ausencia tan sangrienta, tan repentina, tan desalmada, tan inútil, tan impune de los muertos y las muertas de Juárez.
Parar en seco la demagogia, el abuso, el descuido y la descalificación de un gobierno federal que hace acto engañoso de presencia en Juárez, con el alma fría, el corazón ausente y las manos vacías.
Apagar el fuego, simplemente. Esa es la tarea que requiere Ciudad Juárez.
Analista
Ciudad Juárez en estos tiempos de perversidad es una casa en llamas en la que el propietario (los juarenses) acude presuroso a los bomberos para que vengan a apagar el fuego. Los bomberos aparecen (el gobierno federal) y de inmediato proceden a anunciar con bombo y platillo que iniciarán estudios para detectar mantos acuíferos sobre los cuales perforar baterías de pozos que en su momento alimentarán una extensa red de tuberías de distribución de agua, que a su vez abastecerán los hidrantes que se instalarán por toda la ciudad para conectar a ellos unas mangueras —a la fecha inexistentes—, que se adquirirán en un futuro nebuloso para ir finalmente a apagar el fuego.
Y mientras tanto, llegan acompañados de unos merolicos que reparten cuentas de vidrio, discursos y unas cuantas monedas a la familia de la casa en llamas.
Ante esto Juárez pregunta pasmado: ¿Y la lumbre cuándo la van a apagar?
Enfrentado a esa tremenda realidad de tener que actuar, el bombero en jefe, anuncia el envío de diez mil bomberos auxiliares desplegados rápidamente por la ciudad con el equipo necesario: cerillos, bidones de gasolina y leña para echarla al fuego y hacer la lumbre más grande todavía. No contento con lo anterior, el bombero jefe envía al rescate de Ciudad Juárez a un importante bombero que viene a avivar el fuego no con un pequeño bidón de gasolina, sino montado en todo un ferrocarril repleto de material incendiario y que, además, viene a decirle cínicamente a los juarenses que no permitan que nada ni nadie los avasalle.
Juárez no necesita que nadie lo rescate.
Juárez no se ha ido ni ha caído en un hoyo cavado por acciones de terceros, del cual los mismos juarenses no puedan salir por su propio esfuerzo.
¡Juárez aquí está! Y tan está, que todo mundo se quiere quedar con él.
Lo que Juárez necesita es ayuda para salvaguardar su dignidad tan maltrecha por la incompetencia, la abulia, el desinterés y la impunidad de quienes tienen la responsabilidad de cuidar la seguridad y las vidas de los juarenses.
Juárez requiere empatía, cariño y reciprocidad para ser y actuar como siempre. El enjundioso, el de la actitud positiva y echada para adelante; el Juárez y los juarenses que en los ochenta supieron presionar al gobierno estadounidense para que a su vez, éste le picara las costillas al sistema político mexicano a que abriera el paso a la democracia. Cosa que ya a tres cuartas partes sucedió.
No la demagogia, ni el abuso, ni el descuido de un gobierno federal que hace acto engañoso de presencia en Juárez con el alma fría, el corazón ausente y las manos vacías.
“¿Y por qué Juárez señor secretario?”. Ésta fue la pregunta que le hizo el periodista juarense Ricardo Chávez a Juan Molinar Horcasitas, secretario de Comunicaciones y Transportes, el 11 de noviembre durante su visita a aquella ciudad. Fue una pregunta fina, con la contundencia y a la vez la sutileza de muchos años de ejercer la noble e incomprendida profesión de periodista; pregunta cargada de indignación velada; pregunta que invitaba al abrazo fraternal, a que se iniciara la recuperación de esa dignidad perdida de los juarenses. Una pregunta que pasó muy por encima de la capacidad intelectual y de la calidad moral del funcionario.
“Porque se pensó que en Juárez no podría hacerse algo así”, fue la reveladora respuesta del funcionario, hablando de dotar de comunicación digital un sector de Juárez.
La pregunta obligada que se hacen los juarenses es: ¿Y por qué eso señor secretario?
¿Por qué no la amnistía fiscal? ¿Por qué no la zona libre? ¿Por qué no la liberación del dólar? ¿Por qué no la reubicación del tren fuera de Juárez? ¿Por qué no un esfuerzo real y efectivo de parar ya, ahorita mismo, la violencia, los ríos de sangre, la inseguridad y los delitos?
Ese día no hubo interlocutor a la pregunta de Ricardo Chávez .
Pero el haberla planteado, con la esperanza de lograr la respuesta que todos en ambos lados de la frontera esperábamos oír, constituye ejemplo de lo que tenemos que hacer en la región para rescatar nuestra dignidad: la de los juarenses y la solidaria de los demás residentes de esta región fronteriza y binacional.
Rescatar la esencia de Juárez que es su cultura, su ética de trabajo, las maquiladoras, los altos niveles de empleo, una creciente clase media, una marcada presencia industrial a nivel mundial, mano de obra muy calificada, excelentes supervisores, la alta calidad de su producción industrial, los valores familiares, los campeonatos deportivos, un excelente entorno de educación superior, un periodismo de vanguardia, un acelerado desarrollo urbano, profundas creencias religiosas, una naturaleza alegre que no se rinde ante las adversidades y una arraigada vocación binacional.
Apagar la casa en llamas por nuestro propio esfuerzo con nuestra dignidad por delante, guiando y ordenando el apoyo de los demás.
No debemos ser víctimas de los perversos juegos políticos —centrados en un dudoso 2012— que dejan de lado el resto de la agenda nacional.
No podemos permitir que funcionarios insensibles y lejanos a Ciudad Juárez, sentencien de por vida a los juarenses al peligro que representa el paso del tren en el seno mismo de nuestra ciudad.
No debemos jamás aceptar coludirnos con el pésame simulado y la compasión fingida por la ausencia tan sangrienta, tan repentina, tan desalmada, tan inútil, tan impune de los muertos y las muertas de Juárez.
Parar en seco la demagogia, el abuso, el descuido y la descalificación de un gobierno federal que hace acto engañoso de presencia en Juárez, con el alma fría, el corazón ausente y las manos vacías.
Apagar el fuego, simplemente. Esa es la tarea que requiere Ciudad Juárez.
Analista
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