Alejandro Gertz Manero / El Universal
El modelo que el gobierno está aplicando en su “guerra contra el crimen organizado” no es novedoso ni de creación propia, ya que sólo está repitiendo en una versión autóctona y desordenada, la fórmula de guerra que lleva innumerables fracasos y que en los últimos 60 años ha dejado testimonios de sangre y de muerte a nivel mundial.
El modelo que el gobierno está aplicando en su “guerra contra el crimen organizado” no es novedoso ni de creación propia, ya que sólo está repitiendo en una versión autóctona y desordenada, la fórmula de guerra que lleva innumerables fracasos y que en los últimos 60 años ha dejado testimonios de sangre y de muerte a nivel mundial.
Un ejemplo significativo fue el de Indochina, que primero llevó a Francia a una sangría brutal, para terminar en la tristemente célebre batalla de Dien Bien Phu, en que las fuerzas coloniales acabaron destruidas y aniquiladas, para que pocos años después ese modelo de guerra se repitiera magnificándolo en todo Vietnam para llevarlo a un desenlace desastroso que sacudió hasta sus cimientos al pueblo y al gobierno estadounidenses.
En esa campaña se aplicaron los mismos principios que ahora estamos viviendo en México, sólo que multiplicados exponencialmente, ya que el crecimiento de efectivos militares entró en una espiral en la que cientos de miles de soldados estadounidenses se incorporaron a un combate brutal y descarnado en el que el gasto y la inversión bélica tuvieron niveles nunca vistos, mientras la muerte arrasaba a pueblos y regiones en un holocausto demencial; y en ese contexto no podemos olvidar las exigencias del general Westmoreland para que más y más soldados se incorporaran a la guerra, mientras cientos de miles de tanques, vehículos de transporte, aviones y helicópteros quedaban destrozados y el gasto de operación y sostenimiento de todas esas fuerzas y de los efectivos vietnamitas llegaba a cantidades estratosféricas. Los negociantes de la industria bélica se dieron vuelo a costa de esa masacre, para que finalmente la guerra se perdiera y se generara una crisis mayúscula de conciencia en el pueblo estadounidense. Ahora Vietnam vive en paz y al margen de esa guerra inútil.
En la antigua Yugoslavia se creó un fenómeno semejante, de una brutalidad genocida increíble, que gracias a la habilidad del presidente Clinton, se pudo desactivar a tiempo, aun cuando las bajas en la población civil fueron verdaderamente terribles, para que después de esa masacre hoy reine la paz y nadie haya ganado guerra alguna.
Pocos años después, en Irak se repitió el modelo, donde igualmente se volvieron a dar las mismas premisas con semejantes resultados, incrementando día con día los efectivos militares, los gastos de la industria bélica y el mantenimiento de un ejército de ocupación que se pasó casi diez años enfrentando una guerra urbana, casa por casa y calle por calle, mientras los buitres del petróleo hacían su agosto multiplicando el precio del combustible y manipulando las reservas de Irak, que se hallan en el segundo lugar mundial.
Finalmente, el actual presidente de los Estados Unidos se comprometió, y está cumpliendo, con el retiro de esas fuerzas de ocupación, mientras los caciques regionales y religiosos vuelven a sentar sus reales en ese territorio, para que finalmente el pueblo quede igual o peor de lo que estaba antes, después de haber perdido cientos de miles de vidas y una migración masiva, pero ya sin una guerra que nadie ganó.
En Afganistán, los ingleses aplicaron el modelo ya descrito y salieron destrozados y en derrota; la Unión Soviética también cayó en la trampa de Afganistán al desbaratar a su ejército y perder finalmente una guerra que hundió a sus fuerzas armadas y a toda su economía, propiciando la caída del imperio comunista.
Ahora el fenómeno se vuelve a repetir como si ninguna de esas experiencias fuera suficiente, y se están multiplicando los efectivos, el gasto de guerra y las bajas civiles masivas, como si nadie entendiera lo que ha pasado, o como si las fuerzas de la violencia y de la industria de la guerra, la del gas y de la droga, finalmente se hubieran impuesto a cualquier lógica y a cualquier racionalidad en una guerra que todos perderán, menos esos buitres.
En México nos están llevando a un modelo semejante en una guerra que ya cuesta casi 30 mil vidas, para que la seguridad esté cada día peor, en la que ya se incorporó la mitad del Ejército, la Marina y la Policía Federal, que suman más de 150 mil efectivos, para que la comunidad esté más desprotegida que nunca. El gasto público se ha multiplicado, sólo en la Secretaría de Seguridad, cerca del 400% para pasar de 9 mil a 32 mil millones de pesos anuales ejercidos en la opacidad, ilegalidad y en un derroche inútil.
La tragedia que estamos viviendo es una calca de los fracasos más recientes que hemos reseñado y el resultado tendrá que ser semejante, para desgracia del país y para beneficio de los intereses que nos están aniquilando, y eso no lo vamos a permitir, ya que la paz y la justicia sólo las encontraremos al aplicar la ley y abatir la ineptitud, la impunidad y la corrupción, porque el camino de estas guerras que nadie gana no tiene salida ni solución.
En esa campaña se aplicaron los mismos principios que ahora estamos viviendo en México, sólo que multiplicados exponencialmente, ya que el crecimiento de efectivos militares entró en una espiral en la que cientos de miles de soldados estadounidenses se incorporaron a un combate brutal y descarnado en el que el gasto y la inversión bélica tuvieron niveles nunca vistos, mientras la muerte arrasaba a pueblos y regiones en un holocausto demencial; y en ese contexto no podemos olvidar las exigencias del general Westmoreland para que más y más soldados se incorporaran a la guerra, mientras cientos de miles de tanques, vehículos de transporte, aviones y helicópteros quedaban destrozados y el gasto de operación y sostenimiento de todas esas fuerzas y de los efectivos vietnamitas llegaba a cantidades estratosféricas. Los negociantes de la industria bélica se dieron vuelo a costa de esa masacre, para que finalmente la guerra se perdiera y se generara una crisis mayúscula de conciencia en el pueblo estadounidense. Ahora Vietnam vive en paz y al margen de esa guerra inútil.
En la antigua Yugoslavia se creó un fenómeno semejante, de una brutalidad genocida increíble, que gracias a la habilidad del presidente Clinton, se pudo desactivar a tiempo, aun cuando las bajas en la población civil fueron verdaderamente terribles, para que después de esa masacre hoy reine la paz y nadie haya ganado guerra alguna.
Pocos años después, en Irak se repitió el modelo, donde igualmente se volvieron a dar las mismas premisas con semejantes resultados, incrementando día con día los efectivos militares, los gastos de la industria bélica y el mantenimiento de un ejército de ocupación que se pasó casi diez años enfrentando una guerra urbana, casa por casa y calle por calle, mientras los buitres del petróleo hacían su agosto multiplicando el precio del combustible y manipulando las reservas de Irak, que se hallan en el segundo lugar mundial.
Finalmente, el actual presidente de los Estados Unidos se comprometió, y está cumpliendo, con el retiro de esas fuerzas de ocupación, mientras los caciques regionales y religiosos vuelven a sentar sus reales en ese territorio, para que finalmente el pueblo quede igual o peor de lo que estaba antes, después de haber perdido cientos de miles de vidas y una migración masiva, pero ya sin una guerra que nadie ganó.
En Afganistán, los ingleses aplicaron el modelo ya descrito y salieron destrozados y en derrota; la Unión Soviética también cayó en la trampa de Afganistán al desbaratar a su ejército y perder finalmente una guerra que hundió a sus fuerzas armadas y a toda su economía, propiciando la caída del imperio comunista.
Ahora el fenómeno se vuelve a repetir como si ninguna de esas experiencias fuera suficiente, y se están multiplicando los efectivos, el gasto de guerra y las bajas civiles masivas, como si nadie entendiera lo que ha pasado, o como si las fuerzas de la violencia y de la industria de la guerra, la del gas y de la droga, finalmente se hubieran impuesto a cualquier lógica y a cualquier racionalidad en una guerra que todos perderán, menos esos buitres.
En México nos están llevando a un modelo semejante en una guerra que ya cuesta casi 30 mil vidas, para que la seguridad esté cada día peor, en la que ya se incorporó la mitad del Ejército, la Marina y la Policía Federal, que suman más de 150 mil efectivos, para que la comunidad esté más desprotegida que nunca. El gasto público se ha multiplicado, sólo en la Secretaría de Seguridad, cerca del 400% para pasar de 9 mil a 32 mil millones de pesos anuales ejercidos en la opacidad, ilegalidad y en un derroche inútil.
La tragedia que estamos viviendo es una calca de los fracasos más recientes que hemos reseñado y el resultado tendrá que ser semejante, para desgracia del país y para beneficio de los intereses que nos están aniquilando, y eso no lo vamos a permitir, ya que la paz y la justicia sólo las encontraremos al aplicar la ley y abatir la ineptitud, la impunidad y la corrupción, porque el camino de estas guerras que nadie gana no tiene salida ni solución.
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